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Era aquella de diciembre una noche,
eran mis infantiles sentimientos una fiesta de derroche,
y la ansiedad de acariciarte necesaria.
Era ajena, fría y oscura tal habitación,
donde al son de las cigarras nuestros cuerpos se trenzaron,
besando cada poro de tu piel con obsesión,
mas olvidando tus labios que indignados me llamaron.
Deseosa y estremecida me llevaste a comprender,
que tu boca demandaba contacto con la mía,
impaciente, excitada y sin un minuto perder,
me callaste con tu beso que finalmente las unía.
Sentirlos por primera y última vez:
Era como si mi corazón en mis labios palpitara,
¿qué magia hiciste con tal sencillez
para que la vibración en ellos perdurara?
Era aquella de diciembre una mañana,
cuando al desayuno me dijiste te ausentabas,
y de la extranjera casa te fuiste vil villana,
porque a otro hombre tu espíritu inclinabas.
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