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Existe un caballero

Departamento del Huila, Colombia
Crédito imagen

Existe un caballero, cuyos ojos contemplan a los guácharos en el velo de la noche y a los ruiseñores adornando con su canto los parques copados de árboles. Pisan sus pies el verdor absoluto, oasis de paz, espejos de Edenes, pesebres de musgo perenne y puertas que danzan al viento. Posee fuentes y minas saladas, cálidos termales que restauran sus penas y fábricas de agua que brotan erguidas cascadas, enalteciendo sus nativos guerreros. Sus territorios, de variedades geológicas, se extienden desde la aridez de los cardos, la frigidez del nevado y el seco bosque donde aprecia la inmedible red de estrellas hasta el enigma de monolíticos seres y extensas necrópolis. Su poderío es tal que reduce a la gran Magdalena, quien diariamente lo ducha, a un estrecho que cruza con una zancada. 

Se ufana de la despensa agrícola en su vasta cocina. Plácido degusta el arroz esponjoso en el asado de cerdo, la achira del bizcocho, el natural dulzor de la panela, el penetrante aroma del café, las uvas y las cholupas que de sus cultivos emanan, la frescura de las tilapias y la curva de hilos en el quesillo que acompaña con tibio cacao. 

Su devoción lo inspira a construir capitales diocesanas y santuarios en mármol que alaban a la morena y virgen dama intercesora de cautivos. Ingresa en uno de ellos, despeja su cabeza del sombrero de iraca y después de inclinarse a Dios, lo abandona en su colorida chiva, observando a sus petroleros desangrar las venas del planeta y a las orquídeas que como mandalas adornan el cabello de sus mujeres altivas. 

En el ecuador del año, su mundo es un paraíso folclórico. Bambuquea ante la vibración del tiple y los secos cueros de la tambora. Entona rajaleñas, guabinas y pasillos que enaltecen especialmente a quienes fertilizan la tierra. Su mirada se inunda entre pollerines y rabo e’ gallos al vaivén de tonadas de Jorge Villamil. 

Es Don Huila un señor al que quisiera retornar eternamente, lleno de hidráulica luz, crítico del Surcolombiano, lector consumado de José Eustasio y ejemplo de organización humana que se refleja en la pujanza de su ser, como algún día lo fue, en tiempos pretéritos, su amada Gaitana.

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