El mecánico (soneto XI)


Llega a casa el hombre de albo cabello,
vistiendo descomunal suciedad,
cerco en mis brazos de felicidad,
a mi buen padre en singular destello.

Miro furtivo sus manos mugrientas,
quienes me han brindado excelsa heredad:
salud presente de vitalidad,
educación sublime en las tormentas.

Te observo y bien admirado demando:
¿Por qué es tan perenne el amor a tu hijo,
que en gran responsabilidad deriva?

Nunca pareces estar acabando
tu vigor paternal, tu regocijo,
¡Ni tu misión de amar con desmedida!



Comentarios