Ovidio ingresó apresuradamente a su estudio con la carta en la mano. Abrió la ventana exterior para que, por lo menos, el viento le acariciara el rostro. Sus manos temblaban mientras rasgaba el sobre que contenía lo que hacía cinco meses deseaba saber. Había dejado la puerta abierta y, para evitar ser interrumpido, se levantó y la aseguró. Sólo eran él y el enigmático escrito. Desenvolvió las dos hojas de papel como un adolescente noventero recibiendo de una chica la respuesta a una propuesta de amor. Montó sus negros lentes y se dispuso a viajar por la combinación de las letras con la ansiedad emanada de sus ojos:
Montañas de Colombia, -- de -- de --
Querido padre:
Sé que piensas en mí. Mi pensamiento hacia ti es también incesante. Ningún sol me ha sorprendido, en medio de este angustioso cautiverio, en que la silueta de tu imagen no se dibuje en mi mente. Quiero que estés tranquilo. Esta gente, salvo la salvaje actitud de su comportamiento, me ha tratado bien. Lo tengo casi todo, sólo me faltas tú. Mis comidas son exquisitas y puntuales. Continúo accediendo al conocimiento, según tu voluntad, por la cantidad de textos que he solicitado y me han comprado. Sin embargo la rememoración de tu mirada y tus caricias viven aún en mí.
Todo este tiempo sin tenerte a mi lado me ha transportado, ineludiblemente, a la reminiscencia de mi tierna infancia en tu compañía. Recuerdo jocosamente cuando cantabas tus tonadas desafinadas pero plácidas para mis oídos y los libros en los que me adentraste, como mundos infinitos con una pluralidad de caminos por recorrer. Cómo olvidar la calidez de tus abrazos y la sabiduría de tus palabras. Gracias por hacer de mí quien hoy soy. ¡Qué paradójica fue la vida con nosotros! Tu sacrificio fue el causante de mi felicidad a medida que crecía en tu presencia.
Quizás eso es lo que aún me mantiene aquí entre estas armas que soberbias me ordenan no huir. Te confieso que en ocasiones quiero desafiarlas y acabar con esto de una buena vez. Te extraño como aquella mujer esperanzada que espera en el puerto a su amado marinero. Quisiera verte una vez más, así sea la última, para hablar y decirte, mirándote tiernamente, lo mucho que te amo. La vida no ha sido justa, tú no has sido perfecto ni yo tampoco. El dinero que piden por mi liberación no se compara con el amor que nos tenemos pero te ruego el favor de no pagar nada. Estoy aprendiendo de este camino y de los baquianos con quienes lo estoy recorriendo.
En la magnanimidad de este verdor te deseo un feliz día del padre. Lamento mucho no estar allí para fundirme en un abrazo contigo. ¡Cuánto lo deseo, mi señor! Queda la posibilidad que las historias de nuestra existencia sean generosas y pueda verte de nuevo para compartirlas. Estoy vivo debido a la fuerza que tú me inspiras. Nunca te olvides de este, tu primogénito.
Me despido contrito con la fecunda remembranza de tu influencia en mi existir.
Jorge Andrés
Al terminar, la cara de Ovidio se le inundó de abundante líquido salino. Retirando sus anteojos observó al techo de su estudio y suspiró melancólicamente:
- Feliz día del hijo, cariño mío.
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