En la atestada y pequeña morada, percibo absorto una mujer que lava, su encorvado y altruista cuerpo enclava, en ropa extraña su mano arrugada. Al servicio su alma siempre inclinada, entrega a la satisfacción ajena, ¿podrá recibir alguna condena quien a ayudar a otros es destinada? Su brazo albo mi espalda sostenía por la sala como impaciente alfil, calmando cuan desesperado llanto. Es ella Griselda, mi amada tía: ¡Madre gemela, bastión de marfil, perpetua oblación, melodioso canto!
Blog de historias cortas y poemas