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Un trío

Recuerdo haber visto a Andrés por primera vez en el Santa Lucía Plaza cuando acompañaba a Nicolás, mi exesposo, a sus clases de arte. Lo saludaba de manera breve, desinteresada, con una mirada fugaz. Lo hacía porque sabía que era un colega. No terminanos en la misma promoción pero ambos éramos egresados de la misma universidad. Digo exesposo porque en medio de la desazón causada por el Covid-19 en 2020, atravesé por una profunda crisis matrimonial que desembocó en el divorcio. Vendimos la casa donde vivíamos y llegamos a un acuerdo con Nicolás para la custodia y visitas de los niños. Yo creía profundamente, como cristiana que soy, en la perennidad del matrimonio. Debo confesar que la separación me consumió en una aguda tristeza. Intenté superar mi aflicción con John, un publicista, pero no funcionó. Tuve constantes conflictos con él. Tenía 36 años y aún no había ejercido mi profesión. Vivía en la tradicionalidad del hogar, a cargo de mis hijos y administrando la escuela de artes de Nic

Paquita

¿1993? - 17 de octubre de 2024 Cuando llegó a nuestra casa, por allá en 1993 si la memoria no me traiciona, como suele hacerlo, no sabíamos si era macho o hembra. Le decíamos Paco, Paquito, Paca, Paquita…Concluimos, luego de más de 30 años que vivió con nosotros, y con un método que de científico no tenía nada, que era hembra por una particular razón: su poca empatía cuando se le acercaban las mujeres o cuando una mujer acariciaba a un hombre de la casa. Irónicamente, como suele ser la vida, quienes más la atendían era mamá y mi hermana. Con los hombres de la casa era feliz y permanecía complacida. Papá y mi hermano la llevaban a la sala y la hacían reposar en sus hombros o vientres hasta que la devolvían a su jaula cuando su sistema digestivo hacía de las suyas y les manchaba la ropa. Era extremadamente consentida, así como nos tiene acostumbrados mamá. No comía nada que no fuera preparado por ella, pues estaba profundamente enamorada de su sazón. Cuando pedíamos domicilios los doming

El parto

Los meses de su embarazo no fueron fáciles. Los malestares en su cuerpo hicieron que su experiencia fuera algo traumático. Pero faltaba poco y estaba dispuesta a salir victoriosa para que muchos, incluso los más desagradecidos, pudiesen beneficiarse. Momentos antes de dar a luz, entró en un vaivén de emociones. Recordó los males de los que había sido víctima y no le parecía justo que le hubiera pasado eso a alguien tan buena. Hizo memoria de sus aguas oscuras, de los químicos que recorrían sus venas, del humo que inundaba su aire, de los plásticos que flotaban en las piscinas de su casa, de sus mártires y de muchas otras dolencias. Esto la entristeció y su excesivo llanto inundó los campos. El panorama lucía desolador, pero no se le pasó por la cabeza la posibilidad de abortar. Sabía que era resiliente y aguardaba con fortaleza el momento de parir. Era consciente de que si ella y su descendencia fallecían, se crearía un devastador efecto dominó. Logró superar sus dificultades gracias a