Ir al contenido principal

La Mantis

Mantis religiosa

Poco era el miedo que tenía Natasha mientras se desplazaba por el abandonado callejón del barrio SM al suroriente de Neiva. Cristalina era la noche del 30 de octubre y apacible la temperatura a la una de la mañana, que en otras horas suele ser insoportablemente. Inexplicable era la razón por la cual caminaba, solitaria, por el peligroso sector. Pero nada la detenía. Tenía una fe impresionante. Cada uno de sus pasos reflejaba la certeza de la consecución de una meta que le causaría inusitado placer. Sus altos tacones retumbaban con firmeza, emitiendo una agradable y armoniosa sinfonía que musicalizaba el silencio circundante. Era como si tuviera una delicada deuda con su pretérita existencia, la cual estaba pagando a cuotas mediante las consecuencias de sus actos. En sus ojos habitaba la seguridad. Con su mirada en el horizonte, Natasha se resistía a inclinar la cabeza y a pensar que todo tipo de ladrones, asesinos y agresores sexuales podrían abordarla y causarle daño. Sólo eran ella, su confianza en sí misma y la sombra emanada de su admirable silueta. Los poros de su piel eran tiernamente acariciados por el viento alborotado, quien también esbozaba variadas figuras en su cabellera.

A Natasha la caracterizaba una altura impresionante. Quizás su atributo físico más atrayente era la infinitud de sus piernas. Sus 198 centímetros la enaltecían sobre muchas personas, especialmente a aquellos hombres que tendían a intimidarse con su presencia. Su tez morena rendía un homenaje al sol característico de la ciudad y su cabello negro y liso simbolizaba autopistas sin orificio alguno, como en el país menos corrupto del planeta. El tobogán de su nariz se curveaba al final, dando su característico toque respingado. Natasha penetraba con su mirada la más recóndita motivación de cada persona. Era como si develase las intenciones que con ella tenían todos quienes se le acercaban. Las convexas curvas de su cintura permitían que se acentuaran vistosamente aquellas cóncavas de sus caderas. La firmeza de sus nalgas se negaba rotundamente a caerse. Eran tan rígidas que tenían una seria disputa con la gravedad. E iban ganando con creces. Tenía bastante claro lo que estándares de la sociedad denominan “sexy” y, moldeándose a ellos, lograba captar la atención del más desinteresado varón.

Natasha, alias la Mantis

Vestía totalmente de negro y su falda besaba y se aferraba a su piel como si se derritiera en ella. Era imperceptible la frontera que se demarcaba entre la tela y su epidermis. Lucía un generoso escote que mostraba el camino de la característica firme de sus pechos, que siendo de ostensible tamaño llamaban poderosamente la atención de los masculinos (y algunos femeninos) transeúntes. Usaba un oloroso perfume de Carolina Herrera, el cual desprendía a su paso un agradable aroma y parecía contener las denominadas feromonas que alegran la naturaleza básica de los hombres. La poca gente del sector iba acompañada y sus miradas hacia Natasha pesquisaban la razón por la cual una mujer tan atrayente caminaba con tanta confianza por dicho sector de dudosa seguridad.

Aun así, Natasha no iba indefensa. Una navaja se alcanzaba a delinear debajo de su falda. Parte de la hoja plateada se reflejaba con el claro de la luna y era la amenaza a los transeúntes que quisieran hacerle daño. Sabía en qué parte de Neiva estaba. ¿Qué buscaba? ¿Por qué esa confusa necesidad de arriesgar su integridad? ¿A qué patrón de raciocinio encaja que una mujer camine sola a la una de la mañana en el popular SM? Quizás, pensaría ella, el cuchillo que la acompañaba le brindaría la seguridad que podría necesitar luego.

La osadía es la causa de derivados éxitos pero en la presente noche causó problemas. A una cuadra de distancia, un hombre bajo parecía perseguirla. Actuaba cautelosamente, medía cada uno de sus movimientos. Portaba una gorra de los New York Yankees que ocultaba significativamente su rostro. Su jean tenía varios orificios y se le ajustaba a sus delgadas piernas. La camiseta con una estampa de Ozuna se agitaba a medida que se acercaba a Natasha. En su mano izquierda portaba un cuchillo, el cual escondía majestuosamente detrás del brazo. Su mirada era inquisidora y penetrante. Posiblemente la robaría. Pero él quería más. Lo inspiraban los más bajos instintos aunque le preocupaba el descomunal tamaño de su víctima comparado con su escasa estatura. ¿Cómo lograría dominarla? ¿Sería la amenaza con el cuchillo suficiente para someterla a hurtarle sus pertenencias y a sus sexuales vejámenes? Lo dudó por unos minutos y resolvió arriesgarse en la que sería una aventura más. No tenía el más mínimo respeto por la vida humana. Cada día se enfrentaba titánicamente contra la muerte robando, atracando o violando mujeres. Con Natasha quería matar varios pájaros de un solo tiro. Le excitaba la idea no solamente de hurtarle sus pertenencias sino de tenerla entre sus brazos, dominarla, penetrar todos sus orificios, lamer cada poro de su piel. Tanto así que la materialización de tales pensamientos se manifestó en la erección de su miembro. Se acercó poco a poco. Estaba a escasos metros de Natasha. Ella no lo percibía. Parecía que estuviese concentrada en el objetivo de su misión y esto la hacía olvidar del mundo circundante.

Aprovechó un minúsculo descuido de su víctima y sorprendiéndola por detrás le pasó su brazo izquierdo con la navaja y se la puso sobre el cuello. Le llenó sus oídos de amenazas y groserías mientras reposaba su erecto pene sobre sus nalgas. Natasha lo sintió pero mantuvo la calma. Debía salvar a toda costa su existencia. Él podría llevarse lo que quisiera. Los pocos transeúntes que se encontraban cerca huyeron despavoridos. Algunos descaradamente “hallaban razón” en el ataque porque, según ellos, la mujer dio “mucha papaya”. El sujeto le arrancó su collar y sus aretes y los puso en su bolsillo. De igual manera violentó el reloj plateado que llevaba y retiró el cuchillo que ella tenía debajo de su falda, lanzándolo a una distancia segura para evitar un contraataque. Hurtadas sus posesiones, empezó a lamerla.

Natasha permanecía impávida, como en una especie de trance, como si no entendiera lo que realmente estaba sucediendo. Su nivel de conciencia parecía estar predeterminado por la ligereza con la cual estaba sucediendo la escena. Él continuaba lamiéndola y con su mano derecha (la izquierda permanecía inmóvil en el cuello de Natasha) manoseaba toda la geografía de su cuerpo: deslizaba sus dedos en las avenidas de su cabello, arrancaba bruscamente las cerezas de sus labios con el pulgar, descendía hasta explorar el valle en medio de sus senos y escalaba las escarpadas montañas hasta desembocar en el tobogán de sus pezones. La erección se mantenía bajo el húmedo jean agujereado, y su pene continuaba reposando en medio de su cola. El hombre continuó el trayecto baquiano y descendió su mano hasta la intimidad de Natasha. Subió su oscura falda y dejando al descubierto su diminuta ropa interior introdujo sus desesperados dedos hasta hacer contacto con su vulva. Frotó su clítoris y lo masajeó circularmente. Naturalmente, y alejado de toda voluntad, el órgano de placer femenino se puso erecto y se humedeció, dejando los dedos criminales con marcados surcos. No deseó introducir sus dedos en la vagina, puesto que según su perversa intención, el interior de Natasha estaría reservado solamente para su sediento miembro.

Por otro lado, la reacción de Natasha era incomprensible. Ponía resistencia pero no parecía creíble. Era como si la escena fuese parte de una barata película de pornografía, en la cual la mujer hace una débil resistencia y finaliza sometida a todos los deseos sexuales de su amante. Por momentos permanecía inmóvil, en otros instantes intentaba empujar al violador para que no la accediera más. Pero la amenazaba con el cuchillo en el cuello, muy cerca a su carótida, apaciguando todo intento de heroísmo. Lágrimas se derramaban e inundaban los poros de su rostro. Era como si su llanto le erosionara la cara y desembocara en la cascada de su mentón.

Intimidado por su tamaño, pero seguro de que tenía la situación dominada, procedió a bajarle el panty. Llevó su mano derecha a su cilíndrico cuerpecito, y luego de estimularlo por unos segundos, lo introdujo bruscamente en el recto de Natasha. Se meneaba haciendo círculos o se acercaba y alejaba de ella. El aplauso del impacto de sus nalgas con su ingle interrumpía el silencio de la noche. Ya no eran los tacones quienes retumbaban. Las lágrimas y los quejidos penumbrosos de la mujer también lo hacían. Le decía infinidad de rudas palabras mientras reposaba su mano en su espalda y dibujaba el contorno de su columna vertebral. Pero aún faltaría más. Él se había prometido, lo había pensado, que penetraría todos sus orificios. Cumpliría su cometido. Sin embargo, le preocupaba el cambio de posición, pues Natasha podría de alguna manera reaccionar y liberarse de él. Extrajo su pene de su ano y le dio media vuelta. Fue la primera vez que se miraban la cara: el contraste entre el desmedido y enfermo placer sexual del hombre y el odio y confusión en la mirada femenina. La agarró del cuello y la arrojó al suelo. Se avalanzó sobre ella y con el cuchillo en su cuello, la falda arriba y su ropa interior abajo, se le llenaron los ojos de lujuria mientras con su mano derecha intercambiaba el estímulo entre su pene y su clítoris.

Finalmente, le penetró la vagina. Natasha emitió un fuerte alarido. A la distancia, se escuchaban sirenas que podrían ser de la MENEV. Posiblemente alguien habría informado sobre la situación. Introdujo la totalidad de su pene en su canal vaginal pero quedó inmóvil. Era como si su pene se hubiese atascado. La desesperación ahora se apoderaba del violador. Intentaba retirarlo pero sentía un agudo dolor, como si mil espinas estuviesen siendo clavadas en él. Le preguntó, en medio de insultos, qué tenía allí adentro. La mirada de Natasha mudó sorpresivamente y una macabra risa se le dibujó en los labios. Al verse amenazado, el tipo intentó degollarla pero la reacción de ella fue más rápida. En una jugada maestra tomó el brazo izquierdo del sujeto y luego de forcejear con él, lo libró del cuchillo que tenía. Él luchaba por separarse de ella pero todo era en vano. Era como si dos perros hubiesen acabado de copular y hubiesen quedado pegados por varios minutos. Cada intento de separarse de su lánguido cuerpo significaba para él un desgarrador dolor. Natasha por su parte tomó un rol activo en la violación. Lo movía hacia adentro y a hacia afuera. Quería destrozarle el pene hasta que eyaculara. Ahora estaba segura de que nada le pasaría. Pero no era semen lo que brotaba, sino sangre a presión. Las púas lo estaban triturando.

Natasha no se detuvo. Los roles cambiaron, siendo ella quien le decía las más oscuras frases de odio y de venganza. El rostro del criminal se desdibujaba del dolor, tal como si le hubiesen echado ácido en la cara. Con sus brazos intentaba dominarla pero era superior la fuerza en los de ella. Se sentía débil, había perdido cantidad considerable de sangre. Lo arrastró hasta donde había caído su navaja y lo apuñaló en varias partes de su cuerpo. Le arrancó las tetillas y bajando la hoja afilada hacia su abdomen, le perforó el estómago y el hígado. Natasha parecía conocer muy bien dónde herir a su agresor. El toque final de su macabro plan sucedió cuando por movimiento de Natasha el criminal parecía eyacular. Percibió que estaba a punto de hacerlo y tomando el arma blanca con su mano derecha le mutiló el pene. La sangre que a gran presión copiosamente se expulsaba se entremezclaba con la esperma que emanaba de su conducto deferente. El violador luchó con sus últimas fuerzas por huir del lugar, pero cayó pocos metros más adelante, desangrado.


Cóndon anti-violación usado por Natasha

Natasha quedó empapada en sangre de su violador. Tenía una actitud perversa y de gozoso triunfo. El trozo del pene colgaba grotescamente dentro de su vagina, triturado por las púas. Natasha tenía puesto aquella noche un condón anti-violación, el cual permite que el hombre pueda introducir su pene plácidamente en el canal vaginal (sin que lo sospeche) pero al sacarlo, una serie de púas le impiden hacerlo. El forcejeo al que se sometieron desencadenó en la destrucción del aparato sexual masculino y, para darle un final feliz y placentero, Natasha decidió cortárselo y quedarse con él dentro de su intimidad. Miró al mortecino miembro con desdén, con algo de burla, y escupiéndolo despectivamente lo retiró, junto con el condón, de su cuerpo. El cadáver del violador yacía en el frío callejón, el jean abajo cerca a sus pies, la camiseta de Ozuna ensangrentada y la gorra de los Yankees polvorienta. Sacando el condón, Natasha untó la punta con la sangre del desdichado hombre y escribió sobre su apuñalado abdomen:

“La mantis”

Las sirenas se escuchaban con más cercanía. Se subió su panty, bajó su falda y se acomodó el escote. Sujetando el condón con el inerte pene adentro se alejó rápidamente de la escena dejando al violador con sus deseos consumados a un altísimo precio.

--

A Natasha la conocen con el alias de “la Mantis”. Es una admiradora extrema de la Mantis Religiosa y le apasiona el ritual de canibalismo sexual de las hembras hacia los varones antes, durante o después de tener sexo. De niña, le encantaba la biología cuando estudiaba en el colegio OLB de Neiva y logró tener decenas de mantis en cautiverio para estudiar su comportamiento canibalístico. Gozaba acercar a los machos con las hembras en épocas de apareamiento con el fin de grabar con su celular cómo la hembra le arrancaba la cabeza al macho. Le excitaba sobremanera cómo después de la decapitación, el cuerpo del macho seguía penetrando a la hembra. Quizás sea ese el origen del placer que le causa arrancarle el pene a quienes quieren acceder a su cuerpo sin su consentimiento.

Su odio y su insaciable deseo de venganza hacia los descontrolados hombres se habrían originado en su niñez. Todo habría iniciado cuando su abuelo entraba a toda clase de mujeres a la casa. Natasha escuchaba, desde su habitación, diferentes tipos de ruidos y gemidos. Esto despertó su natural curiosidad y en cierta ocasión decidió fisgonear el origen de dichos sonidos. Descubrió cómo el anciano las sometía sexualmente. Era realmente un tipo con un apetito sexual insaciable: le gustaba rodearse de varias mujeres, al estilo de un gang-bang y pedirles que lo consintieran simultáneamente. La orgía se prolongaba por algunos minutos y el viejo terminaba derramando su semen en los rostros de todas ellas. Al observar esto, Natasha sintió mucha confusión que se fue evolucionando en odio y aversión hacia su ser querido. Aún inconsciente de la verdadera dimensión de lo sucedido, pensaba que lo que hacía el abuelo estaba mal y que no volvería a sentársele en las piernas para que le contara sus pretéritas historias.

Pasados unos meses, se encontraba la niña en su habitación cuando la puerta fue golpeada por el anciano. Temerosa de que algo sucediera, le dijo que saldría en cuestión de minutos pero se disponía a escapar por la ventana. Sospechando que algo no estaba bien, el viejo forjó la entrada y la abrió. La observó cerca de la ventana y sin darle tiempo de reacción la tomó fuertemente de su brazo. La regañó y le dijo que lo que iba a hacer era peligroso. Natasha explotó y le gritó en la cara lo mucho que lo despreciaba. Le contó igualmente lo que había visto con aquellas mujeres. No había terminado de decirle esto cuando el viejo le tapó la boca con uno de sus vestidos y empezó a tocarla libidinosamente. La desnudó y le introdujo dos de sus arrugados dedos en su pequeña vagina. Pero el abuelo quería más. Sacó el miembro y comenzó a jalarlo fuertemente. Aunque la erección no fue fácil, pudo lograrlo luego de unos minutos. Fue entonces cuando decidió cambiar sus dedos por su aparato reproductor. Ella sudaba y lloraba desconsoladamente. Él dentro de ella era una escena grotesca, repugnante. Eran 12 sus años cuando Natasha quedó embarazada de su abuelito. Al no poder ocultar el abultamiento de su vientre, decidió contarle a su madre quien de inmediato denunció al que fuera su padre. Lo capturaron y luego del proceso de imputación, se determinó darle la máxima pena en el centro carcelario de Rivera. A la niña le practicaron el aborto, bajo la causal de ser producto de una violación, con el agravante del delito de incesto.

Desde entonces Natasha permanecía solitaria, desvanecida. A ella la vivificaba su sed de venganza y su odio hacia el sexo masculino. Era una experta satanizándolos. Odiaba a los chicos de la universidad, aquellos que la cortejaban, aquellos que le eran indiferentes, aquellos que confrontaba. Ninguno llegó a satisfacerla realmente. A sus 20 años su inclinación sexual por las mujeres despertó un inusitado interés. Sus máscaras se dividían en la mujer con una estable relación homosexual y aquella oscura que odiaba a los hombres y se exponía en las noches a la espera de su presa.

Inspirada en sus remembranzas escolares y en el acceso carnal violento del que había sido víctima, decidió apodarse “la Mantis”. Para ella, capar y asesinar a los hombres configuraba el verdadero placer que buscaba. Alimentaba realmente no sólo su excitación sino su interminable deseo de venganza. La MENEV ha tenido serias dificultades para capturarla, es muy escurridiza, actúa siempre sola y es poco predecible. La mayoría de sus asesinatos han sido cometidos en la comuna suroriental de Neiva.

Aunque es desconocido su paradero, versiones extraoficiales afirman que un sector de la casa de “la Mantis” es verdaderamente repugnante. Se dice que en su sótano tiene la colección de penes que ha mutilado. Los enfrasca en botellas de agua. Como desconoce los nombres de los dueños, simplemente escribe el número de la víctima y la fecha. El miembro del violador del narrado episodio, que como ya sabemos llegó atrapado en el condón anti-violación, fue etiquetado “018 30-10-2017”. Lo que hace es evidentemente controversial. Algunos la apoyan y manifiestan que está realizando un interesante trabajo de limpieza social. Otros la critican diciendo que debe parar su odio y sanar su corazón. Quiéranlo o no, y mientras no sea capturada o muera en uno de sus encuentros, “la Mantis” seguirá actuando, acechando a aquellos que no controlan sus propios deseos cuando irrespetan el cuerpo de los demás.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Un trío

Recuerdo haber visto a Andrés por primera vez en el Santa Lucía Plaza cuando acompañaba a Nicolás, mi exesposo, a sus clases de arte. Lo saludaba de manera breve, desinteresada, con una mirada fugaz. Lo hacía porque sabía que era un colega. No terminanos en la misma promoción pero ambos éramos egresados de la misma universidad. Digo exesposo porque en medio de la desazón causada por el Covid-19 en 2020, atravesé por una profunda crisis matrimonial que desembocó en el divorcio. Vendimos la casa donde vivíamos y llegamos a un acuerdo con Nicolás para la custodia y visitas de los niños. Yo creía profundamente, como cristiana que soy, en la perennidad del matrimonio. Debo confesar que la separación me consumió en una aguda tristeza. Intenté superar mi aflicción con John, un publicista, pero no funcionó. Tuve constantes conflictos con él. Tenía 36 años y aún no había ejercido mi profesión. Vivía en la tradicionalidad del hogar, a cargo de mis hijos y administrando la escuela de artes de Nic

Paquita

¿1993? - 17 de octubre de 2024 Cuando llegó a nuestra casa, por allá en 1993 si la memoria no me traiciona, como suele hacerlo, no sabíamos si era macho o hembra. Le decíamos Paco, Paquito, Paca, Paquita…Concluimos, luego de más de 30 años que vivió con nosotros, y con un método que de científico no tenía nada, que era hembra por una particular razón: su poca empatía cuando se le acercaban las mujeres o cuando una mujer acariciaba a un hombre de la casa. Irónicamente, como suele ser la vida, quienes más la atendían era mamá y mi hermana. Con los hombres de la casa era feliz y permanecía complacida. Papá y mi hermano la llevaban a la sala y la hacían reposar en sus hombros o vientres hasta que la devolvían a su jaula cuando su sistema digestivo hacía de las suyas y les manchaba la ropa. Era extremadamente consentida, así como nos tiene acostumbrados mamá. No comía nada que no fuera preparado por ella, pues estaba profundamente enamorada de su sazón. Cuando pedíamos domicilios los doming

El parto

Los meses de su embarazo no fueron fáciles. Los malestares en su cuerpo hicieron que su experiencia fuera algo traumático. Pero faltaba poco y estaba dispuesta a salir victoriosa para que muchos, incluso los más desagradecidos, pudiesen beneficiarse. Momentos antes de dar a luz, entró en un vaivén de emociones. Recordó los males de los que había sido víctima y no le parecía justo que le hubiera pasado eso a alguien tan buena. Hizo memoria de sus aguas oscuras, de los químicos que recorrían sus venas, del humo que inundaba su aire, de los plásticos que flotaban en las piscinas de su casa, de sus mártires y de muchas otras dolencias. Esto la entristeció y su excesivo llanto inundó los campos. El panorama lucía desolador, pero no se le pasó por la cabeza la posibilidad de abortar. Sabía que era resiliente y aguardaba con fortaleza el momento de parir. Era consciente de que si ella y su descendencia fallecían, se crearía un devastador efecto dominó. Logró superar sus dificultades gracias a