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Devoción mariana

Devoción Mariana

La primera vez que la vi estaba vestida de mar. Adornaba su figura un vestido azul celeste que le llegaba a las rodillas y calzaba botas negras. Conversaba jocosamente en Café y Letras con sus inseparables Miguel, Lizeth y Lorena. Éramos compañeros e iniciábamos, con la juventud en los poros, la licenciatura en inglés aquel 2002.
Mariana se caracterizaba para entonces (y aún así lo creo a pesar de no tener contacto con ella) por ser muy virtuosa. Sus aportes a las clases no sólo eran numerosos sino significativos. Era también bastante osada. Estaba de acuerdo con lo que decía mas no con su tono y gestos sorberbios. Una de sus víctimas fue nuestro profesor Á.C. de didáctica general. Solía expresar que al escribir con mayúscula sostenida no era necesario colocar tildes. En una clase, Mariana, sin mediar palabra, tomó un marcador de su cartuchera, se levantó y dibujó el acento sobre una palabra que el docente había escrito en el tablero.

– Hay que ponerla, profesor – le contestó.

La segunda en recibir sus comentarios de concreto fue A.R., nuestra profesora de inglés en séptimo semestre. Durante una actividad en la que debíamos expresar qué opinábamos sobre ella como profesional, la maestra lloró al escuchar el tono punzante en las palabras de Mariana.

– Cuando uno pide que lo evalúen no sólo tiene que estar preparado para escuchar cosas bonitas – le dijo sin ninguna muestra de piedad.

Quienes más participábamos éramos ella y yo. Me atraía su inteligencia. Las becas nos las alternábamos: un semestre la ganaba ella, el otro yo. Era una competencia sana, llena de aprendizaje y experiencias positivas. 

Universidad Surcolombiana

Si bien el contacto se limitaba al ámbito universitario, quería acercar a ella mis nacientes afectos. ¿Cómo lo haría? Opté por la infantil idea de enviarle mensajes en papelitos. En ese tiempo eran escasos los celulares. Recuerdo el tiempo en que salieron al mercado estos dispositivos y ella decía "le voy a demostrar al mundo que no necesito uno". No había chats, ni redes sociales. Así que simplemente envolvía las hojas, tocaba su hombro y se las entregaba. Ella leía los mensajes y los contestaba. Ese era el WhatsApp de nuestro tiempo y de esta manera comencé a bordear sus dominios afectivos.

En cierta ocasión que terminábamos la jornada estudiantil me preguntó: 

– ¿Dónde vives? 

– En Las Granjas, ¿por qué? 

– ¿En serio? Yo vivo en Prado Norte, estamos cerca. ¿Caminamos? 

Y así se la fui ‘robando’ a Miguel, Lizeth y Lorena. En el trayecto hablábamos de nuestras familias. Su padre había fallecido a causa de una penosa enfermedad cuando ella era pequeña. Una tarde, sucumbida por el dolor, subió a la terraza, miró hacia el vacío e imploró:

– “Papito, llévame contigo” 

Estuvo a punto de lanzarse pero, según me contó, algo la detuvo. La pérdida temprana de su padre, quien era fotógrafo, la marcó para siempre. Vivía con su mamá, doña Elena, su hermano y hermana. 

El piropo más bonito que me hizo en aquellas caminatas fue refiriéndose a mí como “un niño que piensa”. El interés se desarrollaba de manera creciente y era de un carácter más intelectual que físico. Mariana era guapa: su rostro armónico, cabellera negra y gruesa, piernas firmes y esbelto semblante así lo demostraban. Pero para mí eso estaba en un segundo plano. Mis sentimientos eran principalmente la consecuencia de un caracterización sapiosexual. Me excitaban sus ideas.

De los papelitos pasé a las cartas. Algunas las escribía en francés. Esto me ayudó muchísimo a tener buenas notas en la asignatura y a desarrollar apego especial por esa lengua romance. Ella se adueñó de mi inspiración; le escribía poemas, le hacía detalles (nunca se los compré) y todo lo perfumaba con mi Winner Sport. Ese aroma inmediatamente me trasladaba a su ser. El amor sublime por la literatura nació con Mariana.

Loción Winner Sport

Pero, tristemente, no todo fue color de rosa debido a que la conexión no era equitativa. Había atracción pero no era la común de una mujer hacia un hombre. Me admiraba como un amigo muy especial y terminó por inclinar su corazón hacia José, un estudiante más antiguo de la licenciatura, con quien iniciaría un noviazgo. La noticia me punzó porque sentí que todo lo ganado se había perdido. Ella me buscaba para que habláramos y no perdiéramos la amistad pero yo no acepté dichas condiciones. Yo quería tratarla como si fuese mi novia. A ella no parecía molestarle dicho comportamiento pero tenía muy claro que conmigo no iba a superar el límite sentimental. 

Unos meses después terminó su relación con José. Yo, que seguía solo, tomé impulso y seguí insistiéndole. Compartíamos en mi casa, la presenté con mi familia (quienes llegaron a pensar que era mi pareja), tocaba la guitarra, ella cantaba, intercambiábamos cartas y pequeños objetos personales. La relación se fortaleció y yo vivía saltando en un iluso colchón por su cercanía. Mi felicidad era tal que no dormía y ella era la dueña de los sótanos de mis pensamientos.

En 2004 empezamos a trabajar. Nuestra primera experiencia docente fue en un instituto de idiomas que ofrecía cursos en los municipios del Huila. A ella le asignaron Yaguará y a mí Santa María. Disfrutaba de esa tierra hermosa, la amabilidad de su gente y el delicioso aroma del café que se esparcía por las calles del pueblo. Trabajaba en el casco urbano y rural, exactamente en la vereda Las Juntas. Una mañana el expreso me dejó y caminé desde allí hasta el pueblo durante una hora, contemplando el río Baché.

Un sábado llegué al instituto alrededor de las siete de la noche. Debía dejar los materiales de trabajo y recibir el pago. Pregunté por Mariana y extrañamente no había llegado. Me pareció extraño porque Yaguará está más cerca de Neiva que Santa María. Como generalmente me esperaba, salíamos juntos, comíamos algo y la acompañaba hasta Prado Norte, aguardé por ella durante hora. Al llegar con una de las coordinadoras, noté en su semblante que había ingerido alcohol.

– ¿Nos vamos? – me dijo después de haber recibido nuestro dinero. 

Sus ojos lucían desorbitados y me dijo que no tenía hambre. Fuimos directamente a su casa y nos quedamos en el primer piso, el cual estaba sin arrendar. En el segundo dormían su mamá y sus hermanos. Extendió una colchoneta, se acostó y pidió que me hiciera a su lado.

– ¿Ya viste la luna? – Me preguntó.

– No, ¿por qué? 

– Está muy linda hoy. Parece que estuviera enamorada…

Antes de quedarme dormido, tomé el teléfono fijo y llamé a mi mamá. Le informé que no pasaría la noche en casa. Al colgar la bocina, Mariana me dio la espalda y pidió que la abrazara. Sentí el particular aroma de su cabello y su piel mientras la encerraba fuertemente en mis brazos. Le di un beso en el hombro derecho, volví a abrazarla en posición de cucharita y así nos venció el sueño. El momento fue lindo…sin ninguna intención libidinosa, ni de abuso a alguien en posición vulnerable. Estaba feliz teniéndola en mis brazos, pero la quería tanto que aprovecharme de ella hubiese ido en contra de lo que sentía y de la formación que había recibido hasta entonces. Despertó al día siguiente con el guayabo en la cara, se disculpó y me preguntó qué había sucedido. 

En este lugar funcionaba el instituto donde trabajamos juntos. Ahora es una veterinaria.

Luego apareció en nuestras vidas Ernesto, un egresado de nuestro programa que para la época estudiaba medicina y quien fue el segundo hombre que conquistó su corazón. Empecé a notar el distanciamiento, la frialdad de su parte hacía mí. Me lo confesó de manera tranquila (siempre lo era, el dramático era yo). Discutimos y luego de preguntarle el porqué de su lejanía, me hacía evasivas. Tanta fue mi insistencia que no le quedó más remedio sino hablarme de su nuevo noviazgo. Mi voz se detuvo y la miré con ojos apagados. Con el corazón arrugado y sin mediar palabra salí de su habitación y mientras bajaba las escaleras tropecé y rodé por ellas. El dolor físico era mínimo comparado con el emocional. Aquella noche no fui a casa, pasé la madrugada entera llorando en un andén de su cuadra.

Como era de esperarse, la depresión de adueñó de mí. Cero e iban dos, pensaba. Esto dio pie a que empezara a escribir. Era como si la desolación fuese ese motor que ponía en marcha mi producción literaria. Uno de esos escritos fue el ganador de un concurso de poesía en el marco de un Total Immersion, actividad de esparcimiento que organiza mi programa académico todos los años. 

Tragedias (original en inglés) 

Con admirable y titánica fuerza, 
avanza el amargo y grávido río, 
quebrantando en su camino 
los inmensos árboles, los exquisitos frutos. 

Se ha originado su derramamiento: 
se ha penetrado en su cauce, 
se ha inquietado su comportamiento, 
se han rebosado sus aguas salinas. 

Eres, ¡oh río maldito! 
Agua de muerte, agua que quema. 
¡Cuántas vidas te has llevado! 
¡Cuántas almas damnificadas! 

Río frondoso, 
rio ausente; 
río de bellos enigmas. 

¡Avanzas, te desbordas, estallas! 
marcas el camino y marcas la vida... 
Mas con profundo deseo te imploro: 
"No erosiones mi rostro, lágrima maldita." 

Recuerdo que al ser elegido ganador, era el único de mi grupo que se encontraba en el auditorio. Mis compañeros estaban almorzando ya que era mediodía. Subí a la tarima, agradecí y me limité a leer el poema. Me acerqué al comedor donde todos aplaudieron y me felicitaron. Seguramente habían escuchado mi nombre.

– Felicidades Wilsiton – me comentó jocosamente Paula, una compañera de estudio – te inspiraste en mí para escribirlo, ¿cierto?

– Sí, es que usted es una tragedia, mamita – respondió Camilo con su característico humor negro.

Todos rieron. Mariana bajó la mirada porque sabía que el poema giraba en torno a ella.

Mis clases de literatura inglesa y americana con D.M. me inspiraron al punto de pasar noches enteras leyendo y escribiendo. Mariana no podía ser ajena a eso y para su cumpleaños le entregué este escrito: 

To His Beloved 

“Exorbitant your reasoning deserves to be, 
true it is, my beloved, happiness 
in my lifetime plans is inside me. 
Dazzling plenitude is what produces to this being, 
when convex bends on people's mouths are seen, 
when putting hands together, beginning our travel 
to the undiscovered beauty; pleased they feel and feed, 
as honey for the hive is produced by the bee. 
Because you are here...because you will not tomorrow; 
permit me divagate and hide this interior sorrow, 
almost your countenance is producing horror. 
Linking bodies, dancing with the lips, 
softly believing misfortune never hits... 
Strong, strong must we be, my beloved, 
human ignorance blind admiration can evoke, 
as the English poet once wrote. 
Before the kiss, downy arms enclose my hips 
and ambiguous gazes flame the mind; consider the receiver: 
No knowledge is a reference measure to scrutinize 
the mourning in the light; 
when apparently loving his wife, 
the coming day he will realize; 
his beloved one, inclining the heart to another man. 
Now, would you make the bed? Leaving I am 
since your friend is about to arrive.” 

Cuando terminó de leerlo, su única reacción fue de disgusto por lo expresado en los dos últimos versos. 

El carácter oscuro de mi aura me convirtió en un fan acérrimo de las canciones corta-venas del ecuatoriano Juan Fernando Velasco. Su femenino semblante se me dibujaba en la mente cada vez que las escuchaba o las tocaba en la guitarra. Una de ellas me hacía llorar copiosamente:

El aguacate 

Tú eres mi amor, 
mi dicha y mi tesoro, 
mi solo encanto 
y mi ilusión. 

Ven a calmar mis males, 
mujer no seas tan inconstante, 
no olvides al que sufre y llora 
por tu pasión. 

Yo te daré mi amor, mi fe, 
todas mis ilusiones tuyas son. 
Pero tú no olvidarás 
al infeliz que te adoró, 
al pobre ser que un día fue 
tu encanto, tu mayor anhelo 
y tu ilusión. 

La tocaba con tanta pasión y la cantaba tan fuerte que una vez, finalizándola, me invadió la frustración. Di un fuerte golpe a la guitarra y de mi índice izquierdo brotó sangre. 

Carátula de "Tanto Amor", álbum de 2002

Meses después, Mariana tuvo la oportunidad de viajar a Des Moines, en los Estados Unidos de Norteamérica. Esto debilitaría, supongo yo, la relación con Ernesto al punto de acabarla. Así las cosas, volvería a tener un contacto más íntimo conmigo. Me llamaba al teléfono fijo y hablábamos por horas. Intercambiábamos correos electrónicos y en uno de ellos no aguanté más. Le dije que la deseaba. 

– ¿Sabes lo que es el deseo? Porque siendo así, tenemos que hablar – replicó. 

De vuelta a Colombia, una amiga le pidió que cuidara su casa, la cual quedaba cerca a la de su madre. Me llamó y me pidió que la acompañara. Las noches que pasaba con ella consistían en hablar hasta tarde y dormir abrazados pero aquel 13 de diciembre fue distinto. Empezó a besarme la cara e hice lo mismo pero mis besos sonaban estruendosamente.

– No hagas ruido al besarme, mira así – y reposó sus dulces labios sobre mis pómulos. 

Las bocas se buscaron y no pudieron soportar la inevitabilidad del encuentro. Luego de nuestro primer beso dimos rienda suelta a la exploración de otras partes de nuestro cuerpo. Recorrí con mis labios su espalda, abdomen, mejillas, velludos brazos, cuello y frondoso cabello. No tuvimos sexo. Sin embargo, Mariana se convirtió en la primera mujer que besé en la vida… 

De aquel sublime momento escribí:

Primer contacto 

Era aquella de diciembre una noche, 
en la que cuidábamos la vivienda solitaria, 
eran mis infantiles sentimientos una fiesta de derroche, 
y la ansiedad de acariciarte necesaria. 

Era ajena, fría y oscura tal habitación, 
donde al son de las cigarras nuestros cuerpos se trenzaron, 
besando cada poro de tu piel con obsesión, 
mas olvidando tus labios que indignados me llamaron. 

Deseosa y estremecida me llevaste a comprender, 
que tu boca demandaba contacto con la mía, 
impaciente, excitada y sin un minuto perder, 
me callaste con tu beso que finalmente las unía. 

Sentirlos por primera y última vez: 
Era como si mi corazón en mis labios palpitara, 
¿qué magia hiciste con tal sencillez 
para que la vibración en ellos perdurara? 

Era aquella de diciembre una mañana, 
cuando al desayuno me dijiste te ausentabas, 
y de la extranjera casa te fuiste vil villana, 
porque a otro hombre tu espíritu inclinabas. 

Tal como lo menciona el escrito, a la mañana siguiente me preparó el desayuno y me pidió que me fuera. Ese momento, el cual puede parecer insignificante para muchos, fue el final de nuestra historia. Tal como las telenovelas clásicas: En el último episodio, la pareja se funde en un beso como señal de victoria ante las vicisitudes. Sólo que en esta ocasión nada perduró. Después de cinco años dejé de insistirle. Me costó trabajo aceptar que nuestras vidas se cruzaron en momentos donde ella gozaba de más madurez emocional que yo.

– Si yo estuviera sola en este momento, no dudaría en estar con usted, Wilson – me confesaría una tarde de 2015 que tomábamos un café.

Ciertamente, mi inmadurez e inexperiencia emocional de aquel entonces no engranó con su vida. Tuve la sensación que le gustaba pero algo en ella impidió que sus sentimientos se desbordaran hacia mí. Sin embargo, cada vez que escucho la expresión “primer amor”, así no hubiese sido correspondido, las recuerdos marchan hacia Mariana. Aunque hace varios años la borré de mi corazón, nada ni nadie la podrá borrar de mi cabeza. Fui feliz en medio de las adversas circunstancias porque quedó danzando en mi aire el perpetuo idealismo de una ilusión. Actualmente ella es exitosa, felizmente casada y madre de dos tiernas hijas.



Comentarios

  1. Hermosa historia, me fascinó me sentí parte de la ella muchas felicidades. Escribes muy bonito.

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