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Venganza tóxica

Los cuerpos sudorosos de Pedro y María yacían ardientes sobre la cama. Él, acostado bocarriba, la observaba lujuriosamente mientras ella subía y descendía por su pene. Sus manos inquietas le contemplaban los senos, las nalgas y el contorno de su pequeña cintura. Ella le tocaba la barba y le introducía su índice y corazón en la boca. La noche era húmeda y una canción de bossa-nova adornaba el erotismo. 

María se mordió los labios y bajó sus dedos hacía el clítoris. Lo masajeó de manera circular y con la otra mano estrujando su pezón derecho inundó de su flujo la figura de su amante. Él, al no poder contenerse ante la excitante visión, le taponó la vagina con la nieve de su esperma. La música se entremezcló con el concierto de intensos jadeos. Al terminar se miraron fijamente, se abrazaron y se fundieron en insondables besos. Apagaron el radio y no hablaron durante algunos minutos. Su silencio incómodo sólo era interrumpido por un insolente grillo. 

– Supongo que debes irte – le dijo con voz resignada. 

– Tú sabes que sí. 

– ¿Cuándo la vas a dejar? – tú no eres feliz con ella. 

– Estoy en eso. 

María se limitó a suspirar y a darle la espalda. Él quiso abrazarla, ella se alejó. 

– Vete, se te hace tarde – le expresó en tono irónico. 

Tomó una ducha, se vistió y salió para su casa. El placer de sus orgasmos no había terminado para ella. Sacó de su mesita de noche su inseparable vibrador y estremeció su clítoris hasta que la intensidad de su gozo se lo permitió. 

Y es que Pedro, licenciado en música, con maestría y vinculado como profesor de planta a una reconocida universidad de Rio Grande do Sul, no era soltero. Estaba casado con Jessica, una exitosa microbióloga que había desarrollado una pasión excesiva por los hongos a tal punto de convertirse en una de las micólogas más importantes del Brasil. Aunque trabajaban en la misma universidad, ella no permanecía en el laboratorio de ciencia y tecnología de alimentos. Era constante su trabajo de campo en bosques cercanos a la frontera con Argentina. En ellos, estudiaba, analizaba y recolectaba setas del reino Fungi que habían sido introducidas accidentalmente desde Europa. Solía usarlas en sus clases de micología. 

Porto Alegre, Rio Grande do Sul
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Jessica era consciente de su deteriorada situación marital, pero poco o nada parecía importarle su bienestar con su pareja. Era como si estuviera resignada a perderlo o a desprenderse de él. Sin embargo, el verano de 2018 todo parecía cambiar. Una noche que descansaban en su apartamento, se le acercó y le dijo con voz tierna: 

– Siento que la rutina nos carcome. Los dos vivimos muy ocupados con nuestros trabajos. Tú estás con tus clases en la universidad o con las lecciones particulares de clarinete a María, yo en mi laboratorio o fuera de la ciudad. Aprovechemos las vacaciones y pasemos el verano alejados de todo esto. 

Pedro, que no supo qué decir, la miró con extrañeza. 

– Sí, mira podemos ir y pasarlo en nuestra finca. Hace bastante no vamos. Le damos un descanso a los mayordomos y nos quedamos dos semanas. ¿Qué dices? 

Pedro afirmó con la cabeza. 

– Está bien amor, hagámoslo. 

La mujer le sonrió y dándole la espalda se despidió. Él se levantó, fue a la cocina por agua y aprovechó para enviarle un mensaje de texto a María diciéndole que no podrían verse los dos próximos fines de semana. 

La hacienda de descanso estaba ubicada en la zona rural del municipio de Pelotas, a 258 kilómetros de Porto Alegre. Salieron en la mañana. Pedro manejó, todo brillaba de felicidad y armonía. Las expectativas eran altas, en el camino la pareja habló sobre aquellas aventuras pretéritas del enamoramiento. La música, las sonrisas y los besos complementaban su regocijo. Al llegar, saludaron a los mayordomos, compartieron la tarde con ellos y cuando el sol se avejentaba los despidieron. Estando solos, Pedro abrió las ventanas para que la brisa del Canal São Gonçalo refrescara la casa. 

Pelotas, Rio Grande do Sul
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Jessica fue a la cocina y preparó la cena. Puso carne en el asador y fritó papas. Cuando el churrasco estaba listo lo cubrió con champiñones. Acompañó el exquisito plato con una ensalada verde. Llevó la comida a la mesa y lo llamó. Le sirvió una copa de vino y cenaron. Las miradas y las sonrisas hicieron que olvidaran por completo las dificultades por las que habían pasado. A Pedro lo invadió un sentimiento de culpa y decía para sí mismo que no merecía a su mujer. Jessica lo observaba comer y sonreía enigmáticamente. Era como si detrás de esos labios se escondieran muchos misterios. 

– ¿Qué pasa cariño? Pareciera que quisieras decirme algo. 

– No sabes lo feliz que estoy aquí contigo – le respondió. 

Terminada la cena, Pedro fue a la cocina a lavar los platos. Ella le hizo una mirada sugestiva: 

– No demores. Te espero ansiosa en la cama, corazoncito. 

Esto hizo que lavara la loza con más prisa. Pensó en la última vez que había tenido intimidad con ella. Sería hace 6 meses, desde que inició su relación extramatrimonial con María. 

Terminó de fregar los platos, se secó las manos y fue a la habitación. Su esposa reposaba en el lecho vistiendo un babydoll rosado. Lucía tan hermosa, tan provocativa que terminó por adueñarse de los deseos libidinosos de Pedro. El semblante del músico se estremeció cuando ella abrió sus piernas y le pidió que se acercara. Lo acostó bocarriba y tomando dos pares de esposas que reposaban en la mesita de noche, lo sujetó al marco metálico de la cama. 

– Quiero tener el control sobre tu cuerpo – le dijo llena de deseo. 

Jessica prendió el televisor y programó música. Le bailó sensualmente mientras jugaba con su provocativa prenda. Se la quitó dejando sus senos al aire. Su sexo lo cubría una diminuta tanga. A su esposo se le formó una gran protuberancia en medio de sus piernas. Ella se le acercó, hizo un gesto de asombro, le bajó la pantaloneta y el bóxer, dejando su erguido pene a la vista. Lo masturbó y lo introdujo golosamente en la boca. 

– Quiero tocarte, suéltame – le dijo jadeando. 

– No, sólo concéntrate y disfruta. 

Jessica le tocaba las piernas con su mano izquierda y con su lengua bordeaba el abdomen de su esposo. Llevó la derecha hasta su clítoris y jugueteó con él hasta que su vagina estuvo húmeda. Corrió la tanga y se introdujo el miembro. Lo cabalgó de tal forma que la musicalidad de los jadeos era agradable al placer. Le agarró el cuello e intentó ahorcarlo pero se detuvo en el momento exacto antes de la asfixia. Le aruñó el pecho y el vientre. La excitación se desbordó al punto de hacerla acabar en un mar de flujos. Culminado su orgasmo y sin mediar palabra, se desconectó del pene del marido y lo miró despectivamente. 

– Espera, ¿a dónde vas? No he acabado. 

– Debo ir al baño – le contestó secamente. 

Había pasado una hora desde que habían cenado. Jessica no regresó, Pedro intentó inútilmente liberarse de las esposas. Su desespero se agudizó al no percibir rastro de la mujer en la casa. Sintió que la puerta principal se abría y se cerraba. Escuchó el sonido del motor del auto que se alejaba por la carretera. 

– ¡Jessica! – gritó fuertemente. 

Minutos después, el televisor, cambió automáticamente la música por un video suyo teniendo relaciones sexuales con María. Era como si lo hubiesen programado. Se le desorbitó la mirada y se le aceleró el corazón. 

– Amor, te lo puedo explicar, por favor escúchame – dijo en un tono angustiante. 

Para entonces, su pene ya estaba flácido y algunas lágrimas se deslizaron por su rostro. Los gemidos de María eran perturbadores. Quería liberarse para apagar el aparato o aventarle un objeto contundente. Deseaba tener a su mujer de vuelta para expresarle lo arrepentido que estaba. La duración del video era de 10 minutos pero reiniciaba una vez terminaba. 

Seis horas después, al músico lo invadió un punzante dolor en el abdomen. Su estómago se ondeaba, él se retorcía y apretaba sus dientes. No comprendía la causa de su malestar. Su cabeza quería estallar y las náuseas hicieron su fastidiosa aparición. Fueron tan fuertes que terminó por expulsar un fétido vómito que se esparció por todo el lecho. Tenía una extraña sensación y no soportaba el olor. Sintió sed y miró hacia la mesita de noche donde reposaba una jarra de agua. 

– Si tan solo pudiera alcanzarla – pensó resignado. 

La deshidratación se agudizó cuando de su ano salió excremento líquido y maloliente sin ningún tipo de control. Manchó las sábanas y sus pies se deslizaban en medio de la mierda. Su desesperación se agudizaba, el televisor no dejaba de emitir el repetitivo acto sexual, el dolor era intenso y el olor insoportable. 

Nadie apareció a ayudarlo. Jessica había desaparecido, no había rastro alguno de ella. Gritó tan fuerte como pudo pero la lejanía de la hacienda hacía que aquellas ondas sonoras no tuviesen un receptor. De repente, y como un milagro, vio a su mujer. Sin embargo al contemplarla su cara se palideció. Estaba completamente desfigurada, los ojos amarillos y caídos hasta las fosas de su nariz. Las entradas en su cuero cabelludo eran abundantes. De sus dientes salía sangre como si fueran jeringas. Tenía la piel descolorida y seca, como si tuviese ictericia. 

Mujer con ictericia
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– Amor, ¿qué te hicieron? 

Al escucharlo, la mujer le sonrió y de sus caninos salieron dos chorros de sangre que enlodaron el semblante de Pedro. Le dio la espalda, empujó la jarra de agua y la dejó caer en el suelo. Recogió uno de los vidrios y lo apretó fuertemente en su mano. 

– ¿Por qué? – le murmuraba a su esposo. 

El estado de estupefacción de Pedro impidió responderle. Se acercó con el elemento corto-punzante y se dispuso a herir a su marido en el abdomen. Cerró sus ojos, hizo una corta oración en un portugués ininteligible y apretó los dientes. Esperó por el sablazo final de la muerte pero notó que había demorado más de lo debido. 

Al abrir sus ojos de nuevo, la deformada figura no estaba en la habitación. La jarra seguía en la mesita de noche y no estaba empapado de sangre. Su vómito y sus excrementos aún permanecían sobre el colchón. 

– ¿Pero qué carajo fue eso? 

Y se desmayó. 

Al despertar, el sol de mediodía visitaba su ventana. El televisor estaba apagado. Intentó una vez más zafarse de la cama. Estaba muy débil y sin agua en su organismo para tener la fuerza necesaria. Una vez más se resignó. 

– Los mayordomos vienen hasta dentro de dos semanas – dijo desconsolado – Jesicaaa 

Sus síntomas habían entrado en una aparente remisión. El dolor de estómago, la cefalea y sus náuseas habían desaparecido. Tomó aire profundamente y trató de calmarse. Los pájaros picoteaban el vidrio de la ventana. Lloró y pensó en los errores de su vida lujuriosa. Era un momento en el que su cuerpo se sentía mejor pero su espíritu perturbado. 

El sufrimiento volvería a visitarlo tres días después de la partida de Jessica. El dolor en el estómago regresó sin piedad, con más intensidad. Sentía que se estaba reventando por dentro. Con el sequedad de sus órganos, sintió un fuerte punzón en el hígado y de su boca emanaba sangre. Mientras agonizaba tuvo la visión de lo último que había comido. Allí quedó su cadáver, lleno de rasguños y rodeado de excrementos, vómito y líquido rojo escarlata. Murió en la posición de Cristo, los brazos extendidos y los pies juntos. 

Los mayordomos regresaron a Pelotas dos semanas después y se dirigieron a la hacienda. Al entrar, el olor putrefacto los perturbó e instintivamente se taparon la nariz. Pensaron que un animal había muerto y recorrieron la casa afanosamente en su búsqueda. Dejaron la habitación principal para el final. Cuando abrieron la puerta, la esposa del mayordomo no resistió la escena y se desmayó. Su esposo se tambaleó pero pudo asistirla. La sentó en una silla y le dio un poco de agua. 

– ¿Qué es eso que hay ahí adentro? 

– Parece que es el patrón que está muerto. 

Llamaron a la policía militar y narraron el caso. Dos agentes de Pelotas llegaron a la finca en medida hora. 

– Efectivamente, tenemos un cadáver adentro. Llamaremos a la policía civil y científica para hacer el peritaje. 

Levantaron el cadáver y lo trasladaron a la morgue de Pelotas donde hicieron la autopsia. 

– Ustedes dos deben acompañarme a la estación para que rindan declaratoria – les ordenó el agente a los cuidadores. 

Después de escuchar el relato de los testigos, el agente Viera de policía civil de Porto Alegre, encargado de la investigación, se dirigió al Instituto Médico-Legal para conocer los resultados de la autopsia. Cuando llegó, lo recibió un toxicólogo. 

– El occiso debió haber sufrido mucho hasta morir. 

– Explíquese, doctor. 

– Siéntese, por favor. 

El policía parecía ansioso. Sacó su libreta y su lapicero mirando al médico fijamente. 

– Según la prueba técnica, el señor Pedro Freitas falleció a causa de un malfuncionamiento multi-orgánico. El paciente pasó por algo llamado síndrome falodiano, el cual se caracteriza por la aparición tardía de síntomas. Las primeras dificultades fueron de naturaleza gastrointestinal: dolor abdominal, náuseas y diarrea severa que desencadenó en su deshidratación. El cuerpo presenta aruñazos propios y ajenos; se puede inferir que tuvo periodos de alucinaciones. Hubo una aparente y engañosa mejoría de los síntomas pero el efecto mortal ocurrió cuando se creó una hemorragia interna en su hinchado hígado y en sus riñones. 

El agente, que no lo interrumpió, no dejaba de mirarlo incesantemente. Cuando el doctor terminó su intervención, suspiró y le dijo: 

– Todo eso está muy raro. Debieron haberlo intoxicado. ¿Pero qué puede causar algo tan poderosamente macabro? 

– Encontramos en su hígado rastros de amanitina. 

– No le entiendo, hábleme en portugués. 

– Es el componente venenoso de un hongo llamado Amanita phalloides. La presencia de amatoxinas en el hígado y el páncreas del cadáver así lo indican. Dichas toxinas evitan la síntesis de proteínas, causan la muerte de las células gastrointestinales y hacen que el hígado se hinche y se desangre. 

Amanita phalloides
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– Cuénteme más de ese hongo. 

– Es micorrizógeno, es decir crece unido a algunas especies del reino vegetal. Es la seta más mortífera para los humanos. Debido a que es similar a algunas especies comestibles como el Agaricus bisporus y su carne es blanca, densa y tierna, probablemente el occiso lo ingirió sin haberlo notado, ya que su sabor es agradable. Sólo 30 gramos o medio píleo del hongo puede causar la muerte a una persona adulta. 

– ¿Qué es eso de píleo? 

– El “sombrero” del hongo, el cual puede medir entre 5 y 15 centímetros y se va aplanando a medida que madura. 

– Prosiga. 

– Su toxicidad no se reduce si se cocina o se refrigera. Entre más seco esté más mortal es. En conclusión, o lo consumió accidentalmente o lo envenenaron. 

– Creería que todo fue premeditado… 

– ¿Por qué lo dice? 

– Su esposa es una reconocida micóloga de Porto Alegre…muchas gracias por la información brindada. Debo ir a realizar el informe del caso. ¿Podría por favor enviarme su reporte a mi correo? 

El médico asentó con la cabeza mientras el agente se levantaba, le estrechaba la mano y salía de su oficina. 

Vieira reunió a su equipo de trabajo, los actualizó en los pormenores del caso y junto con la fiscalía emitió una orden de captura a Jessica. Algunos de sus agentes se dirigieron a la universidad donde trabajaba pero no la encontraron. Según le informaron algunos biólogos que allí se encontraban, había renunciado intempestivamente a su trabajo. Simultáneamente, otra patrulla se desplazó hasta su domicilio. Golpearon la puerta insistentemente pero no hubo respuesta. Con la venia de la autorización de la medida de aseguramiento, derrumbaron la entrada. Para sorpresa suya, el lugar lucía desordenado. Su ropa no estaba en el closet. Vieira ordenó a sus hombres que requisaran minuciosamente el lugar. Encontraron muestras de hongos que recolectaron en bolsas. El apartamento quedó en custodia de la policía. 

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– Le deseo un buen vuelo y estadía en Bogotá señora Bruna – decía la azafata mientras Jessica le mostraba su pasaporte falso y su pase de abordaje. 

– Muchas gracias – le contestó con una complaciente sonrisa. 

La micóloga comenzaría una nueva vida en la capital colombiana, bajo una nueva identidad, en un reconocido laboratorio del país.



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