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La chica de los ojos danzantes

Los profesores de la única Institución Educativa de I* vivían encantados con Ivana. Y no era para menos. Dedicada, disciplinada, inteligente, repleta de menciones de honor…tenía todo lo que agradaba a cualquier maestro. Cuando se asignaban trabajos en grupo, especialmente en la asignatura de inglés, sus compañeros la deseaban como a una especie de deidad. Todos querían “trabajar” con ella, puesto que eso garantizaría una alta nota en su desempeño. 

De cuerpo frágil, había nacido hace catorce años en aquella población y vivía con Mariana, su pequeña hermana y Angélica, su madre, quien era una de las profesoras de matemáticas en el colegio. Su alba tez y rojizos labios añadían ese toque único de hermosura a su figura. Existía en ella, sin embargo, una condición especial que no escapaba de ser objeto de burlas e incómodos comentarios. Sus ojos de miel, tan alegres y expresivos, no paraban de contornearse y de desviarse en su tierno rostro. Padecía de estrabismo y su condición empeoraba. Tenía la esperanza de una cirugía cuando cumpliese la mayoría de edad, pero ésta no era de total garantía. Su temor más grande era perder completamente el sentido de la vista. 

De ese océano de burlas de las que era víctima, se refugiaba en el apoyo de su familia y en los pocos compañeros que la respetaban. Uno de ellos, Samuel, era un chico tímido pero con bajo desempeño escolar. Era él quien con quien compartía su tiempo de receso y la defendía ante quienes le hacían preguntas como “¿cuántos dedos ve aquí?” o “¿me ve doble?”. Esto desarrolló en Ivana un sentimiento de afecto por el joven. Su amistad se fortaleció a tal punto que él la visitaba en su casa con el beneplácito de la mamá de la chica. Hacían tareas (o, dicho de otra manera, ella le hacía las tareas) y escuchaban música. 

Una tarde, Samuel llegó a la casa de Ivana bajo de espíritu. 

– Voy mal en el colegio, parece ser que voy a perder el año – le dijo cabizbajo. 

Ella, después de todo lo que él había hecho por hacerla respetar y protegerla, le sonrió dulcemente y le acarició el cabello. 

– Yo te voy a seguir ayudando, no hay lío – le respondió enérgicamente. 

El fortalecimiento de dicha amistad fue desencadenando un conjunto de sensaciones que para la corta edad de ella eran nuevas. De igual manera, el sentido recíproco de aquel sentimiento estaba presente en Samuel. Así que una tarde ventosa y de calcinante sol, el chico tomó la decisión. Con el sentimiento de seguridad que le invadía el pecho, se le acercó al término de la jornada escolar y le dijo que la acompañaría a casa. Frente a la puerta principal, y antes de despedirse le confesó: 

– Quiero ser tu novio. 

Por primera vez, los ojos de Ivana se detuvieron y logró mantenerle fijamente la mirada. Vidriosos, ellos expresaban la evidente respuesta positiva que le daría segundos después. 

Inicialmente, la relación se adornó de excesivo regocijo. Bajo la complicidad de hacer trabajos, él la visitaba todos los días y logró ganarse un especial cariño de su suegra porque era muy atento con Mariana, cosa que le llamó mucho la atención a la mujer. Bajo ese paradigma de confianza, Ivana le confesó a su madre que estaba en una relación amorosa con Samuel. Angélica le deseó felicidad y le dio algunos consejos, especialmente relacionados al ámbito sexual. 

– Creo que ya es tiempo que sepas de estas cosas, hija. 

El excesivo cuidado que tenía con su primogénita se fundamentaba en que ella no volviese a repetir su propia historia. A la mujer de singular belleza, inteligencia y fortaleza se había casado con un hombre 35 años mayor y había tenido a sus dos hijas con él. Después de innumerables altibajos el afecto cesó y el matrimonio había terminado recientemente. A pesar de su edad adulta, se comportaba como una adolescente. En muchas ocasiones, era Ivana quien la aconsejaba. Sin embargo, hacía su mejor esfuerzo para ejercer su rol de mamá. 

Tristemente, lo que entra por un oído sale por el otro fácilmente. Uno de los aspectos más difíciles de controlar son las emociones y la pareja de adolescentes no estuvo exenta de la fuerte tentación de los placeres carnales. Ivana olvidó por completo los consejos recibidos y llamó a su novio un sábado en el que Angélica había salido con su nueva pareja y la dejó al cuidado de Mariana. 

En quince minutos, Samuel estaba en casa. Vieron una serie de anime en Netflix en la sala, mientras la niña jugaba con el celular. Terminado el primer episodio, inventó una liviana excusa para llevarlo a la habitación. Aseguró la puerta, se le abalanzó, lo besó apasionadamente y lo contempló con sus ojos inquietos. 

– Quiero saber cómo se siente – le dijo. 

– No tengo condones aquí – le respondió un tanto nervioso. 

– Mañana me tomo eso… 

El acalorado momento hacía perfecta armonía con el inclemente sol de I*. Las manos exploraron torpemente los cuerpos ajenos y el nerviosismo de Ivana hacía que no solamente sus ojos se movieran incesantemente sino también todo su blanco y delgado cuerpo. Samuel, por su parte, lucía más tranquilo. Parecía como si ya hubiese tenido experiencia. Las atrevidas caricias y estimulaciones conllevaron a que finalmente el joven penetrara el interior de la intimidad de su novia. Fue un momento corto, aparentemente placentero para el chico, pero incómodo para ella. 

– No olvides comprar la pastilla – le recordó. 

Al salir, la pequeña continuaba jugando en el celular y la serie emitía un nuevo episodio. Prepararon palomitas y continuaron viéndola. Sin embargo, la alegría y las expectativas de Ivana sufrieron cierta modificación. Era como una voz interna diciéndole que su primera vez pudo haber sido mejor… 

El noviazgo fue propio para la edad de los dos. Además de estudiar en el mismo salón y compartir en casa, la pareja se divertía haciendo videos y subiéndolos a redes sociales, comiendo helado y viendo series. Pero el tiempo y la amenazante rutina fueron disminuyendo la intensidad característica del enamoramiento. La ausencia de Samuel era cada vez más notoria. A ella poco pareció importarle, pues entendió que al ser un adolescente, la administración de su existencia no dependía totalmente de él y que ella también necesitaba de sus espacios para leer y estudiar. 

Una tarde en que se encontraba junto a Mariana ayudándole con su tarea de inglés, Ivana recibió una llamada de un número desconocido. Le causó extrañeza ya que la totalidad de sus amigos y familiares le escribían al WhatsApp para comunicarse con ella. 

– ¿Aló? 

Un silencio incómodo se prolongó durante varios segundos. 

– ¿Quién habla? – insistió. 

– Mire, le voy a dejar algo claro – respondió una voz femenina al otro lado de la línea. 

– ¿Quién es usted? 

– Aléjese de mi novio. 

– ¿De qué habla? 

– No se haga la pendeja. Samuel tiene su novia y esa soy yo. Ya está advertida. 

La llamada finalizó abruptamente y a Ivana le tomó un minuto volver a conectarse con la realidad. La conversación la había llevado a una especie de dimensión desconocida que hizo palpitar aceleradamente su corazón. Experimentó una mezcla de confusión, rabia y desconfianza. Intentó calmarse, tomó su celular y le escribió a su novio en tono amable pero árido. 

– Necesito que venga. 

– Ahora no puedo, estoy haciéndole un favor a mi papá. 

– ¿A qué hora puede? 

– Más rato, en dos horas, creo. 

– Lo espero. 

Detrás de aquella aparente y tranquila conversación se escondían las lágrimas de Ivana rodando por su rostro y el presentimiento en Samuel de que no lo habían citado para nada bueno. 

Al llegar, el chico percibió los ojos hinchados de su novia y la sequedad con que fue recibido. 

– ¿Qué pasa, amor? – le preguntó ansioso. 

– Sólo quiero la verdad. 

– ¿La verdad de qué? 

– Hoy recibí una llamada de alguien, no sé quién era, y me dijo que era su novia. ¿Eso es verdad? ¿Hay alguien más? Como últimamente ha estado tan perdido… 

Las manos temblorosas y la incapacidad de sostenerle la mirada acrecentaron el tenso ambiente. 

– ¡Respóndame! – le insistió. 

Samuel tomó aire profundamente, bajó su mirada y balanceó la cabeza en señal de afirmación. A Ivana se le enfrió el cuerpo y sus venas se le brotaron más de lo común en su piel blanca. 

– ¿Por qué putas? 

Sin lograr levantar su cabeza, al muchacho lo invadió un sentimiento de culpa que lo hizo hablar con sinceridad. 

– Pues tú sabes, yo iba mal en el estudio. Eres la más inteligente de salón y quise que me ayudaras con las notas para no perder el año, cosa que te agradezco porque creo que ya lo paso… 

Ivana interrumpió la respuesta del joven sembrándole la palma de su mano en el pómulo izquierdo. 

– ¡Cosa que te agradezco…qué porquería! ¿Y para eso tenía que enamorarme? ¿Sabe qué? ¡Lárguese de aquí, no lo quiero ver! 

Sin mediar palabra, Samuel asumió su responsabilidad y se retiró. Ivana llamó a su hermana y se encerraron en el cuarto. La pequeña no comprendía la razón por la cual ella se tapaba la cara con la almohada. Simplemente se limitó a prender el televisor y a ver videos en YouTube. Minutos más tarde, Angélica llegó. 

– Hijas, ¿dónde están? 

– Aquí en el cuarto, ma – contestó Mariana. 

Ivana se secó rápidamente las lágrimas. La madre entró, las saludó y les preguntó cómo habían estado. 

– Todo bien, mamá – respondió la mayor con voz firme y segura. 

Las siguientes dos semanas, Ivana se sintió miserable. No existía para ella una luz que pudiese alumbrar aquella penumbra en su derretido corazón. Aquel en quien tanto confiaba, por el que estaba empezando a desarrollar sentimientos afectivos, la había traicionado vilmente. En medio de su dolor, numerosas preguntas le taladraban el pensamiento: ¿Por qué tuvo que crear toda esa parafernalia? ¿No hubiese sido suficiente con pedirle el favor de ayudarle a mejorar sus notas siendo amigos? ¿Quién era aquella misteriosa mujer que la había llamado? Ir a estudiar era un suplicio. En algunas ocasiones inventaba enfermedades para evitar levantarse de la cama. 

Pasados los días del duelo emocional, logró retomar el camino de la vida escolar. Le costó bastante trabajo verlo todos los días en el salón, en las fiestas de amigos en común y en las actividades extra-curriculares, pero fue canalizando sabiamente su odio hacia una inusitada indiferencia. En ocasiones él la buscaba e intentaba iniciar una conversación con ella, pero con su toque de sarcasmo e inteligencia lo mandaba sutilmente a comer mierda. 

Había algo, no obstante, que la tenía preocupada. Su menstruación no llegaba y presentaba un retraso de 15 días. Múltiples ideas desesperantes le colonizaron la cabeza. 

– ¿Será que esa pasta que me tomé alteró mi ciclo menstrual? ¡Jueputa, yo no puedo estar embarazada de ese man! ¡Qué sal la mía! ¿En la primera vez? 

El desespero se adueñó de ella. Pensó en la posibilidad de abortar. En su mente no podía creer que estando sólo una vez y después de haber tomado la pastilla, hubiese la posibilidad de estar en estado de gestación. 

La buena relación con los maestros y la confianza que con ellos tenía, le permitió comentarle todo lo que le había sucedido a William, uno de sus profesores. Sabía que no la juzgaría ni le contaría a su familia. 

– Debes hacerte la prueba de embarazo – le sugirió una noche mientras chateaban por WhatsApp. 

– Profe, yo no puedo estar embarazada, yo quiero hacer otras cosas, ¡pero mamá a mis 14 años no! – le respondió enviándole emoticones llorando. 

Transcurridos tres días, el profesor, con la excusa de visitar a su colega, le pasó rápidamente una prueba de embarazo mientras Angélica iba a la cocina por jugo. 

– Ya no es necesario, profe. Gracias a Dios ya me llegó. Gracias por ayudarme. 

Y así comenzó Ivana, a su corta edad, a no ser solamente aquella mujer intelectual, amada por sus maestros e hipócritamente tratada por sus compañeros para el beneficio académico de ellos; sino también alguien con una fortaleza emocional producto de lo acaecido. Aquella adolescente de ojos danzantes, empezaría a entender que el verdadero sentido de su valor estaba fundamentado en el ejercicio del amor propio, el ejercicio de sus virtudes y el alejamiento de falsas personas de su vida. Sin perder su esencia de juventud, se enfocó en sus estudios, especialmente en su proyecto de convertirse en una exitosa abogada.



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