Avalancha



A Danielita le encantaba la leche achocolatada. Tan pronto la bebía, sonreía y hacía muecas en el espejo con su bigote de chocolate. Por eso aquella lluviosa mañana no se cambiaba por nadie. “¡¿Guau, toda esa cantidad de Chocolisto para mí?!” se preguntó. Cerró los ojos, abrió la boca y estiró los brazos en señal de júbilo. Su madre, quien se encontraba en el rancho lavando la ropa, gritó su nombre y corrió a la orilla. Su rostro angustiado fue lo último que vio la niña antes de que el enfurecido río Suaza se la llevara para siempre.



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