Cuento ganador del Cuarto Concurso de Cuento Navideño Diario la Nación y Unicentro Neiva.
Las manos de Jessica temblaban al observar con detenimiento el sobre con los resultados. Lo rasgó cuidadosamente y sacó el papel. No pudo contener su llanto al leer la palabra POSITIVO. Se confirmaba que Danna, su hija de 9 años, estaba infectada de Covid-19. De esta manera, diciembre le daba una negra bienvenida a la familia Pérez Freitas.
Llamó a Samuel, su esposo, y le informó con voz entrecortada la desafortunada noticia. Al otro lado de la línea, el hombre emitía sollozos discontinuos. Cabizbaja, colgó y fue al cuarto de la niña. La pequeña, quien se encontraba estudiando, extrañó la distancia existente entre las dos.
– ¿Por qué estás tan lejos, mami? – le preguntó.
La mujer puso un tapabocas sobre la mesa y le respondió:
– Mi amor, ponte esto, debes quedarte en tu habitación. Tienes ese virus del que tanto hablan…sólo debes permanecer aquí. Si te da fiebre o te duele la cabeza, me dices.
Danna abrió su boca y se le agrandaron los ojos. Sin entender aún la magnitud del problema ni angustiarse excesivamente, aceptó las indicaciones dadas y se encerró. En los días venideros, su madre la vigilaba y le indicaba a través de un gran ventanal todo lo que debía hacer para llevar una rutina que no le permitiera entrar en desesperación.
A pesar de la ausencia de síntomas, estar aislada representó para Danna una oportunidad de crecimiento espiritual y desarrollo de su autonomía. Se levantaba a las cinco de la mañana, se duchaba en el baño privado de la pieza, desayunaba, prendía su computador y asistía a sus clases virtuales. Después de almorzar, tomaba la siesta, repasaba sus lecciones, leía y tocaba el piano. La noche era el tiempo para cenar, ver televisión, orar y hablar con papá, quien llegaba del trabajo.
En el ecuador del mes, personal médico tomó una segunda prueba e informaron que los resultados llegarían el día 24. Como era de esperarse, la novena de Aguinaldos no fue igual aquel año. Jessica y Samuel decidieron cambiar la ubicación del pesebre, que usualmente era la sala, para hacerlo cerca del aposento y así rezar juntos. En el momento de los gozos y los villancicos la niña entonaba las melodías en su instrumento. Sus progenitores aplaudían y la contemplaban orgullosos. Algunas lágrimas se derramaban por sus rostros y humedecían sus tapabocas.
– Pobrecita, pasará la navidad encerrada, mi princesa…pero Dios la va a sanar – dijo la mujer mientras abrazaba a su marido y contemplaba a su hija a través de la ventana.
– Amén, mi corazón – le replicó Samuel enérgicamente, como dándole ánimo.
En la víspera del nacimiento del maestro Jesús, la familia recibió el tan esperado resultado. Se reunieron ante la ya conocida barrera del cristal. El ambiente era similar al de un ritual sagrado. En esta ocasión Samuel fue quien rompió el sobre. Lo miró y sin decir palabra lo mostró a su esposa. Luego lo pegó en la ventana para que Danna lo leyera. A la niña se le curvearon tiernamente los labios al ver NEGATIVO. Embriagada de regocijo, abrió la puerta, saltó y se fundió en un abrazo con sus padres.
Los Pérez Freitas rezaron el día noveno, cenaron y esperaron hasta la medianoche para intercambiar los regalos. Danna le entregó a cada uno una carta que había escrito durante su cuarentena. Sus padres le regalaron el libro de Harry Potter que ella tanto deseaba. Sin embargo, aquella navidad la familia comprendió que el mejor de los presentes en esa difícil coyuntura era la salud de cada uno de sus miembros.
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