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Cartas ajenas

El arte de escribir le hacía guiños a Juan Pablo desde que era pequeño. Debutó con cuentos cortos durante sus estudios primarios y en el génesis del presente milenio cursaba décimo grado en lo que se llamaba para entonces el Instituto Técnico Superior de Neiva, ganándose lo del recreo escribiendo cartas de amor. Hacía contratos verbales con sus compañeros para que les escribiera a las chicas de las cuales ellos estaban enamorados o “tragados”, como decían coloquialmente. En aquel tiempo, ajeno a todo tipo de celulares y redes sociales, la correspondencia escrita y las tarjetas credenciales de Timoteo estaban en pleno furor y en muchos casos eran efectivas en el proceso de enamoramiento. 

Era así como disfrutaba de pasteles, empanadas, gaseosas y de sus queridos chitos con el dinero que se ganaba. Cobraba 5000 pesos por texto, el cual tenía la extensión promedio de una hoja de cuaderno. Como era tan pésimo para las artes gráficas, le pedía a su hermano Francisco que los decorara con caricaturas propias de la época como Garfield, Timoteo o los perritos de los cuadernos Norma. También le ayudaba a escribirlas, puesto que Juan Pablo tenía una caligrafía poco atrayente. Le pagaba mil pesos por la ayuda. Su talento estaba en escribir, en expresar sentimientos por medio de las letras.

Instituto Técnico Superior de Neiva.
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Fueron muchas ocasiones en que sus cartas tuvieron éxito. Frank, uno de sus compañeros de salón, lo contactó una tarde después de una evaluación de física para que le escribiera a Karol, compañera de ambos y que estaba en el taller de construcciones civiles. El enamorado, por su parte, estaba en el taller de dibujo técnico.

– Hombre Juan, esa morena me encanta – solía decirle. 

Si bien Karol era una estudiante promedio en las asignaturas académicas, tenía un especial talento con los planos arquitectónicos, los cuales presentaba puntualmente al profesor. Obtenía, naturalmente, las calificaciones más altas entre sus compañeros y era la envidia de algunos que hacían la práctica técnica con ella. 

Simca modelo 1969
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Terminada la declaración de Frank, a Juan Pablo lo recogió su padre Jacinto en el viejo Simca 1969. Tomó un baño, cenó y se encerró en su cuarto a hacer el borrador en su máquina de escribir. Se inspiró en el panal de sus ojos, su piel que semejaba granos de café mientras eran secados al sol y en el dulce timbre de su voz, semejante al del ruiseñor de Oscar Wilde. 

Al cabo de una semana, tendría listas cuatro cartas. Serían 20.000 pesos, una suma nada despreciable para un joven de 15 años. Al dárselas, le pidió que le entregara una semanalmente. Un mes después, Juan Pablo vería cómo Frank y Karol se “cuadraban” y la sensación de triunfo lo empoderó, lo hizo sentirse importante y con proyección literaria. Más aun cuando el joven se le acercó durante una clase de Educación Física y le pidió que siguiera escribiéndole a su novia. 

Colección de cuadernos Norma
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A Juan Pablo no le importaba la dimensión ética de hacerse pasar por otra persona para expresar sentimientos. Era consciente que la reacción de las chicas sería adversa si supiesen quién era el verdadero autor de los escritos pero su pasión por escribir y el dinero que percibía eran las razones principales por las cuales lo hacía. En una clase de ética y valores llegó a sentirse culpable cuando el profesor hablaba sobre el plagio, pero lo olvidó tan pronto sonó el timbre anunciando el fin del día escolar. 

Mas como en la vida hay éxitos y fracasos, también tuvo problemas. No porque sus escritos fueran de baja calidad sino porque existían otras variables difíciles de controlar como la reacción de las lectoras o la poca importancia que éstas daban a lo que leían. Este tipo de jóvenes, quizás, se interesaban más por los hechos que por las palabras. 

Daniel, quien se estaba especializando en electricidad y electrónica, sentía una atracción excesiva por Yenny, del taller de metalistería. El joven era de baja estatura y lo caracterizaban una delgadez extrema y un razonamiento lógico envidiable. Sus debilidades, no obstante, se centraban en la producción de textos literarios. Odiaba la asignatura de lengua castellana. Ante las mencionadas carencias, y habiendo escuchado de la fama (solamente conocida entre los hombres del salón) que tenía Juan Pablo para escribir, lo alcanzó una tarde antes de entrar al salón. 

– Me han dicho que usted es un teso para escribir. 

Juan Pablo le sonrió. 

– Ahí humildemente compañero. 

– Necesito que le escriba una carta a Yenny. ¿Cuánto cobra? 

– Cinco mil pesitos. 

– ¡Uy, eso es lo de dos recreos! ¡Bájemele un poquito! 

– Ese es el precio, compa. 

Aceptó a regañadientes. Juan Pablo inició su producción escrita y al final de la semana le tenía el encargo. Daniel le pagó y cuando terminaba una tarde se acercó a Yenny y sin mediar palabra le dejó la carta sobre el pupitre. Ella la abrió y la leyó rápidamente sin darle mayor importancia. A la salida, no se le acercó para agradecerle por el gesto. Simplemente tomó el colectivo y se fue para su casa. 

Daniel le contó lo sucedido a Juan, quien ya estaba a punto de abordar el Simca. 

– Téngale paciencia, mijo, no todas reaccionan igual. Si quiere le puedo seguir escribiendo y la vamos ablandando. 

Daniel aceptó la propuesta y durante tres semanas continuó enviándole cartas. Yenny simplemente no reaccionaba. Las leía, las guardaba en su carpeta y continuaba sus estudios como si nada hubiese ocurrido. El enamorado se le acercaba pero ella lo trataba con una sequedad desalentadora. Así que enfurecido, le reclamó a Juan Pablo. 

– Parce, ¿usted qué es lo que le escribe a Yenny? Esa vieja no se inmuta, es re seca conmigo. 

– Pues cosas bonitas, la halago, le hablo bien de usted…lo normal en este tipo de casos, todo bien. Yo no tengo la culpa que a la nena usted no le llame la atención… 

Aquí Daniel se encegueció e hizo de su pequeña estatura un colosal gigante. 

– ¡Qué va, pura mierda! ¡Devuélvame la plata que le he pagado por escribir esas pendejadas! 

Él había consumido los 30.000 pesos de ganancia. 

– Ya paila, me lo mecateé en cositas – le respondió altaneramente. 

Monumento Los Potros, Neiva
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Ante tal réplica, el flaco se quitó las gafas y lo puñeteó. Los profesores llegaron a retirarlos y les hicieron su respectiva anotación en el observador del alumno. Daniel le hacía señas a su rival sugiriéndole que el pleito no había acabado y que se verían en "Los Potros" para “darse en la jeta”. Aquel día Juan Pablo corrió como alma que lleva al diablo al carro de su papá una vez sonó el timbre. Daniel lo persiguió mas no logró alcanzarlo. 

Con el trascurrir de las semanas, los ánimos se amainaron. Daniel entendió que su fracaso no tenía que ver con los escritos y que había buscado, injustamente, un culpable ante el cual desquitarse. Sin embargo, era más grande su frustración. Aunque no siguió amenazando ni atacando físicamente a su compañero, le creó mala fama. Criticó el contenido de sus cartas con los demás chicos del salón. Esto hizo que el ingreso monetario se viera afectado, dejándolo desempleado por un tiempo. 

No todos, sin embargo, dejaron de creer en él. Javier, quien estaba en el taller de electricidad y electrónica, se le acercó cierta tarde mientras tomaban la ducha luego de terminar la clase de educación física. 

– Cagada todo eso que andan diciendo de usted – le dijo mientras le daba una palmada en el hombro. 

Juan Pablo lo miró, le sonrió tímidamente y cubrió su desnudez con una toalla del América de Cali. 

– ¿Sabe una cosa? Yo pienso que usted escribe muy chimba. Y quiero que me colabore ahí con unas carticas, mi chino. 

Todas las adversidades que había sufrido con Daniel hicieron que el escritor dudara de responderle afirmativamente. Le clavó la mirada por unos segundos y tomó aire profundamente antes de contestarle. 

– ¿Y cómo es? ¿Quién es la china? 

Ante el interés inusitado, a Javier le brillaron los ojos. 

– Parce, me gusta Lida… 

Tan pronto escuchó aquel nombre, a Juan Pablo se le fueron los colores del rostro. Su corazón quería salírsele de su pecho y sus manos comenzaron a temblarle descontroladamente. 

– ¿Cuál de las dos? – Le preguntó guardando la esperanza que no fuera a mencionar aquel apellido que le taladraría el corazón sin compasión. 

– Lida Bautista, la de mecánica industrial… 

Las piernas se le doblegaron y tuvo que sostenerse en una baranda cercana para no caerse. La toalla escarlata se le cayó al piso. 

– Ole marica, ¿qué le pasa? – preguntó Javier angustiado. 

– No nada, fresco. Un mareo raro pero ya todo bien. 

– Entonces, ¿le va a escribir a la china? 

Juan Pablo bajó la mirada, empuñó sus manos y se mordió la lengua. 

– Sí, hagámosle. 

Lida Bautista…La joven de piel nívea, armónico rostro y cabello de fuego…Aquella que en las noches Juan Pablo anhelaba pero a la que nunca se había atrevido a decirle nada. La tenía en un pedestal. La veía como una mujer inalcanzable, toda una utopía. Ahora la vida le presentaba un complicado dilema. Aunque ya había aceptado la propuesta, ¿le escribiría al amor de su vida a nombre de alguien más? ¿Le cancelaría el servicio a Javier con el fin de proteger sus sentimientos y aventurarse a ser él mismo quien le escribiera declarándole su amor? 

Estas preguntas le perforaron su mente en el camino a casa. Cenó con desgano, sin ser consciente de lo que estaba comiendo. Fue a su habitación, cerró la puerta con seguro y se sentó en la cama con las manos en la cabeza. Una leve llovizna caía y las gotas suicidas le perturbaban los oídos. Cerró los ojos y respiró profundamente pensando en la encrucijada en que se encontraba. 

Máquina de escribir
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Una hora más tarde se levantó, miró fijamente la máquina y se sentó frente a ella. Suspiró profundamente y empezó el borrador: 

Mi muy querida Lida: 

Varios han sido los años que contigo he compartido en el colegio y esto me ha servido para darme cuenta de la maravillosa mujer que eres. Todas esas virtudes, talentos y belleza opacan enormemente tus defectos. Desgraciadamente, esta timidez ha sido la eterna enemiga que me ha convertido en un cobarde incapaz de expresar lo que siento. ¡Pero hoy dije no más! Quizás no sea esta la mejor manera, pero quiero que sepas de mis afectos hacia ti. Quiero decirte que me gustas desde hace mucho y que sería el hombre más feliz si me das la oportunidad de ser tu novio. 

Te ofrezco un amor sincero que te honre y complemente tu felicidad. Te ofrezco fidelidad y apoyo cuando atravieses todo tipo de dificultades. Quiero estar siempre ahí para ti cuando me necesites. Me sentiría dichoso de poder ayudarte. Sé que no espero una pronta respuesta de tu parte. Sé que esto puede tomarte por sorpresa y debes pensar las cosas. Quedo, sin embargo, con la esperanza de una respuesta positiva... 

De igual manera, no es mi intención que mi confesión conlleve a que te alejes de mí. 

Te piensa y te extraña, 


Al terminarlo, sus lágrimas cayeron sobre la hoja y esparcieron la tinta. Afortunadamente dichas manchas no se verían en el producto final, pues sería Francisco, una vez más, quien haría los retoques artísticos. Dudó si poner “Juan Pablo” o “Javier” como remitente. Nunca imaginó que decidirse por ese sustantivo propio fuera a tomarle tanto tiempo. Pasada una hora, metió la hoja en el rodillo y escribió el nombre. 

– Pachito, tenemos una nueva carta, aquí está el borrador – le informó mientras se lo pasaba junto con los mil pesos. 
Loción Winner Sport
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Quedó hermosa. Esa pluralidad de colores, delicada letra y dibujos tiernos hacían del escrito una verdadera obra de arte. El escritor roció su perfume Winner Sport sobre el papel, lo olió, cerró los ojos y la imaginó en sus brazos llenándole la cara de besos. Dobló la hoja, la metió en el sobre y lo selló. Lo puso en su maletín y se quedó dormido con un cúmulo de sensaciones confusas. 

Javier, quien confió ciegamente en lo que le habían escrito a Lida, no se tomó la molestia de leerla. Ni siquiera le reclamó al escritor por habérsela entregado sellada. Le agradeció con un abrazo y un fuerte apretón de manos en el cual estaban incluidos los cinco mil pesos. El estudiante de electricidad y electrónica la olió, suspiró y rio. 

– Huele a rico, ¿le echó su loción? 

– Sí. 

– Confío en usted, Juancho. Yo sé que a Lida le va a encantar. 

– Listo, éxitos papá – le respondió cortante mientras se dirigía al salón, pues el timbre anunciaba el final del recreo. 

Juan Pablo estuvo, no obstante, muy atento al momento en que la carta fuese entregada. Sucedió al finalizar la jornada escolar. Javier, que no era un joven de muchas habilidades de conquista, hizo que la entrega transcurriera con brevedad. 

– ¡Lida, espera! – Le dijo subiéndole el tono de voz, pues la chica había salido apresurada tan pronto sonó el timbre. 

Ella, quien sospechaba de sus intenciones debido a la forma como la miraba, se detuvo y se sentó en la banca de la portería. 

– ¿Qué pasó? 

Javier se hizo un ocho. 

– Hola Linda, digo Lida, ¿cómo estás? 

– Bien, pero ya debo irme. Mi mamá me está esperando afuera. 

– No te demoro mucho. Sólo quiero entregarte esto. 

Al sacar la carta de su bolso, dejó caer la cartuchera en un charco que había cerca. 

– Esto es para ti. 

– ¡Oye muchas gracias! – Le respondió dándole un beso en la mejilla – pero la leeré en casa, ¿sí? En serio me tengo que ir. 

– Sí tranquila, no te preocupes. 

Y lo abandonó. Juan Pablo se le acercó y le preguntó cómo le había ido. Javier, que no hacía sino tocarse la mejilla y llevarse los dedos a sus labios, le respondió que debía esperar a que la leyera y le respondiera. 

– Vamos a ver, mi chino. Ojalá que todo salga bien. 

El tan esperado día siguiente llegó. Tanto Juan Pablo como Javier esperaban ansiosamente para poder conocer su reacción. Llegado el receso, los jóvenes se sentaron en las graderías del polideportivo. Lida permaneció en el salón cinco minutos más, escribiendo una especie de corto mensaje. Al salir, vio a sus dos compañeros charlando. 

– Marica ahí viene, déjeme solo. 

Juan Pablo se alejó algunos metros sin perder de vista la escena. Mientras se acercaba, Lida lo miró fijamente y le sonrió. Él le sostuvo la sonrisa por unos segundos pero no pudo contener su llanto. A ella le pareció extraña tal reacción y desvió el camino para ir en su dirección. 

– ¡Hola Juan Pablo! 

– Hola Lida, ¿cómo estás? 

– Súper feliz… ¿pero a ti qué te pasa? ¿Por qué lloras? 

– No, nada grave, fresca. 

– ¿Seguro? 

– Sí, no hay lío. 

– Está bien. Te dejo entonces porque necesito hablar algo con Javier. 

Al verla alejarse, sintió que el rompecabezas de su corazón se descomponía en sus innumerables fichas. La siguió con la mirada y notó que Lida le sonreía a Javier y le agradecía por el hermoso escrito que le había hecho. Seguidamente, lo abrazó y le besó las dos mejillas. Él, sin dejar de aprovechar el momento, miró a su alrededor para confirmar que no hubiesen profesores, la encerró con sus brazos por la cintura y la besó. La joven opuso resistencia inicialmente pero terminó cediendo ante la dulzura de sus labios. 

– Ven, te invito a una gaseosa – le propuso a la joven. 

La nueva pareja pasó por el lado del escritor y Javier le envió un guiño. Juan, que ya se había secado las lágrimas, levantó su dedo pulgar en señal de hipócrita convalecencia. Lida también lo miró por un instante y luego fijó sus ojos en el que ahora era su novio. 

Juan Pablo esperó a que ellos terminaran de comprar para luego ir a la cafetería. Nunca antes le habían sabido tan feo el pastel, los chitos y la gaseosa. Frank y Karol se le acercaron para entablar conversación pero él les pidió que lo dejaran solo. Su tristeza se vio interrumpida por el estruendoso sonido del timbre. 

Pasados dos días, Javier lo buscó de nuevo. Su alegre rostro le decía que la relación iba de maravilla. 

– Necesito que me siga colaborando con el tema de las cartas, mi pez. 

Juan, que ya había decidido lo que iba a hacer de su oficio, se excusó en la cantidad de tareas que tenía por hacer. 

– Marica, no me diga eso, mire si quiere le pago diez mil por cada una, todo bien. 

– No, y no creo que vaya a volver a escribir. 

– Uy, ¿cómo así? ¿Por qué? 

– Maricadas mías…

La soledad del escritor
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Y cortando bruscamente la conversación se alejó. Esa noche llegó directamente a su cuarto y se encerró. Su mamá lo llamó insistentemente para que saliera a cenar. En el mar de su dolor, llanto y penumbra, hizo una reflexión sobre su vida y llegó a la conclusión que definitivamente no volvería a escribir a nombre de otros. La vida le dio una dolorosa bofetada y le hizo entender, a las malas, que los sentimientos son intransferibles. Sin embargo, su amor por la escritura no cesó, pues continuó publicando cuentos y poemas.

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