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Tan pronto vio la banca vacía, corrió hacia ella y sentó a su hijo frente a él. Lo miró fijamente con ojos vidriosos y derramó lágrimas que le erosionaron el rostro. El niño, que parecía ignorarlo, prefirió observar las palomas que merodeaban en el camellón. Quiso darle un último abrazo pero el pequeño emitió un grito de desespero. Resignado, secó su llanto y se lo devolvió a la madre, quien se encontraba en el taxi con destino al aeropuerto. Al entregárselo, el hombre sintió cómo se le desvanecía miserablemente de los brazos.
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