Imelda deseaba que no llegara la vacuna. Más allá de las dolencias propias del coronavirus que en ella moraba, su preocupación residía en las personas extrañas que últimamente merodeaban su finca. Dicha angustia se agudizó una noche que le rompieron el vidrio de la ventana. Se levantó tambaleante, recogió la piedra con la hoja adjunta y empezó a leer el mensaje. Pocos segundos después, el suelo recibió estrambóticamente su pesado cuerpo. En la penumbra se leía “reciba un revolucionario saludo de la columna móvil Jaime Martínez de las FARC” que un rayo de luna iluminaba.
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