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Legión rojiblanca

Emmanuel no pudo ocultar su asombro cuando vio su nombre plasmado en el sobre. El helado contenido de su interior contrastaba con el intenso calor de Neiva, ciudad donde vivía. Lo revisó minuciosamente, lo rasgó y lo abrió. De él se deslizó una tableta de hielo seco con letras talladas:

“Cristalino saludo: 

La alegría de los niños está en peligro. Ven a verme, necesito de tu ayuda. Si aceptas, sigue las instrucciones que están en la parte trasera.

El viejo Nicolás”

Sin dudarlo, volteó la lámina, leyó y la derritió en la estufa. Puso el agua en un molde que estaba dentro del sobre, lo metió en la nevera y minutos después notó un ruido extraño. Una pequeña duende estaba ahora frente a él. 

– Hola, soy Hildur, tu guardiana. Si estoy ante tu presencia es porque has aceptado las palabras de mi padre. ¿Estás listo para volar?

– ¿Volar? – Preguntó Emmanuel sorprendido.

– ¡Sí, vamos! – Replicó Hildur.

Tomando agua del lavaplatos, la esparció en el patio y la congeló con su soplo formando un carruaje. 

– Necesitarás ropa para el frío, ¡sube!

Emmanuel tomó su chaqueta y lo abordó. El viento le ondulaba el cabello mientras divisaba su población desde la cercanía de las estrellas y percibía que atravesaba Colombia en dirección norte. 

– ¿A dónde vamos? – Demandó el niño. 

– A la morada de Nicolás, en Groenlandia. 

Al aterrizar, la pista lucía colmada de carruajes y una multitud de infantes hacían presencia con sus respectivos duendes de cristal. Luego de la bienvenida, a cada uno le fue suministrado un tapabocas y audífonos. Los condujeron a un enorme salón que tenía un alto y grueso muro de hielo en la parte superior. Detrás de él, hallábase un anciano de barba larga y blanca que portaba lentes dorados y respiraba con la ayuda de una bala de oxígeno. 

– Niños del mundo – los saludó en perfecto groenlandés.

La mayoría, que no comprendía la lengua, se puso los audífonos.

– Ustedes saben quién soy y lo que hago en el ocaso de los años…hoy mis defensas están débiles ya que han sido secuestradas por ese maldito virus. Por esta razón, he seleccionado a uno por cada ciudad, por cada pueblo, para que a mi nombre esparzan la escarcha de la alegría en sus semejantes. ¡A partir de esta noche, y gracias a su aceptación, ustedes son miembros de la única y mágica legión rojiblanca! 

– La legión rojiblanca – agregó Hildur ante la confusión de su protegido – es una organización mundial que sólo opera cuando Nicolás está incapacitado para trabajar. La última ocasión que no pudo hacerlo fue en 1919, durante la Gripe Española.

Acabado el discurso, los duendes de cristal entonaron un coro invocando al Dios del Frío para que intercediera por la pronta recuperación del patriarca. A los nuevos legionarios les entregaron un uniforme rojiblanco y los llevaron a las bodegas subterráneas donde reposaba una cantidad incalculable de juguetes. El viejo Nicolás asignó a cada legionario un grupo de colaboradores según el tamaño de la población que tenían a cargo. 

Pasados dos días, los carruajes decoraban el firmamento como luciérnagas mientras despegaban de la fría isla a diferentes partes del planeta. A Emmanuel lo acompañaba su guardiana y quinientos duendes, quienes amenizaron el viaje con cánticos nórdicos de tipo celestial.

Malecón de Neiva
Crédito imagen

De vuelta a Neiva, Emmanuel designó responsabilidades para la distribución de los presentes. Junto a Hildur, el pequeño se hizo cargo de visitar a los más vulnerables. En el malecón encontraron a algunos de ellos que dormían en bancas. 

– Nicolás tiene Covid – les dijo mientras les daba los regalos – yo soy su representante esta noche. 

A los chicos se les quitó el sueño, les brillaron los ojos y jugaron por horas con lo obsequiado. Emmanuel deseó compartir con ellos más tiempo pero sus obligaciones eran numerosas. Así pues que durante toda la noche, la legión recorrió las diez comunas del municipio. En el alba del día 25, habían finalizado la entrega de los 8.848 regalos que tenían en lista. Su uniforme lucía sucio pero su rostro expresaba una profunda satisfacción.

– ¿Sabes Hildur? ¡Me gustó ver las caras sonrientes de todos esos niños! 

Ella lo miró tiernamente y le dijo: 

– Conmigo vas a permanecer siempre…

El infante, que no entendía tal respuesta, frunció el ceño.

– Mi padre me ha pedido que permanezca contigo todos los días de tu vida. Pero mi misión ha terminado por hoy. Derríteme y derrama mi agua en este molde de mujer de nieve. ¡Fuiste un digno legionario, iluminaste el regocijo de todos!

Lágrimas acerbas recorrieron las mejillas del niño y desembocaron en sus labios. 

– ¿Y el carruaje? ¿Y los duendes a tu cargo? ¿Qué haré con ellos? 

– Aunque tengo la habilidad para crear estos vehículos, sólo los humanos pueden volarlos. Por eso, los colaboradores se sumergirán junto con el carruaje en el Rio Magdalena. Sus cristales navegarán por el Atlántico hasta las costas de Groenlandia – contestó Hildur. 

Con el rostro afligido, se despidió de ella y la acercó al horno. Su mirada vidriosa la contemplaba mientras ella se derretía. Colocó el agua en el molde, la congeló y ubicó a la muñeca en el closet de su habitación. 

En los últimos días de aquel año, Emmanuel vio nuevamente su nombre en otro sobre blanco:

“Cristalino saludo: 

Tu loable labor hizo que la dicha de los infantes perdurara en sus seres. Como el virus no habita ya en mi cuerpo, estaré retomando labores el año que viene. ¡Muchas gracias! 

El viejo Nicolás” 

El pequeño suspiró, se llevó la lámina al pecho y la apretó con fuerza. A partir de entonces, Emmanuel comprendería que su felicidad realmente no dependía de un juguete sino de la complacencia que le causaba ayudar a los demás.



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