Mis planes para ir a cine se arruinaron porque desde hace algunos días venía sintiéndome mal. Tenía fiebre, mi nivel de energía besaba el suelo y me azotaba una tos que no tenía la mínima intención de dejarme en paz. Ante la coyuntura de la pandemia, cancelé el plan y decidí guardar cuarentena. Mis colegas lamentaron lo sucedido puesto que realmente deseaba ver la cuarta entrega de Matrix. Me escribieron para desearme una pronta recuperación. Después de recibir el resultado de la EPS donde me confirmaron que tenía Covid-19, me sentí alarmado y preocupado. Tomé la decisión, naturalmente, de encerrarme en mi habitación inmediatamente. Me bañé y me senté frente al escritorio. Encendí mi portátil y escribí un cuento. Luego de terminarlo, me divertí con videos de Tiktok y les pregunté sobre la película. A algunos les gustó, a otros no tanto. Les dije que me dolía la cabeza y que necesitaba dormir. Apagué el celular y me acosté en la cama mirando el blanco techo. A pesar del encierro, me dominó en ese instante un profundo sentimiento de indiferencia. Entré en un estado de trance, mi mirada se extravió y navegué en diversas divagaciones. Logré aterrizar en una idea que hasta entonces había hecho parte de mi subconsciente. Con el fin de evidenciarla objetivamente, retrocedí mi cinta hasta arribar a mi niñez. Hice una valoración de mi tiempo en la escuela, en la universidad y en mi vida adulta. Aunque hubo momentos felices que ciertamente decoraron mi existencia; también experimenté, en mayor proporción, la apatía, el abandono, la discriminación, la hipocresía, el matoneo y otras situaciones lamentables. Contrasté aquellos momentos con la caracterización de mi amabilidad y me pareció injusta la inclinación de la balanza hacia la desgracia. Sorpresivamente, había respondido con una sonrisa a la mayoría de puños recibidos. Por un lado, solía ir a fiestas donde era el centro de atención. Mi sentido del humor hacía que quienes me rodeaban se inundaran en sus propias carcajadas. Aunque no era muy habilidoso, gozaba jugando voleibol en la arena. Por otro lado, en el fondo era una persona solitaria ya que dicha sociabilidad estaba plagada, en gran parte, de inútiles presencias que no lograban conectarme. Pocos me hacían experimentar esa sensación de estar acompañado. Evoqué a María Victoria, a Juan Andrés y a otros cuya sumatoria no terminaron de colmar los dedos de mis manos. Adicionalmente, el amor no me había correspondido como anhelaba, pues desde hacía un largo periodo no tenía con quién compartir los crepúsculos. Todas estas consideraciones lograron despertar mi consciencia. Mi alejamiento no sólo era de naturaleza física, como ahora, sino también emocional. Llegué entonces a la conclusión de que éste no era mi primer día sino uno más de mi interminable cuarentena. No me causó tristeza pero tampoco alegría. Solamente estaba satisfecho con la aclaración de mi realidad. Ahora debía aceptarla, lo cual, creo, me costaría trabajo. Terminé mi introspección, sonreí y emití un leve quejido. Apagué la luz, le ordené a mi cerebro que dejara de trabajar y cerré los ojos.
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Realidad de muchos😊
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