En el examen final, Héctor Raúl se sintió insatisfecho con su labor pedagógica. Por años consideró que el absoluto silencio, el trato recio y la obediencia ciega fueron sus estrategias más efectivas pero últimamente le preocupaba el hecho de que sus estudiantes no habían sido expresivos con él. Durante las celebraciones del Día del Maestro, no recibía ningún detalle o mensaje de felicitación. Así que a manera de contrición, en su último suspiro aceptó lo que por años se resistió a creer: nunca fue respeto sino temor. Cerró los ojos y se llevó su nueva verdad a lo desconocido.
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