Era al que más envidiaban porque les causaba hastío su brillo, pureza y pulcritud. Él, por su parte, estaba tan sumergido en su grandeza que olvidó cuidarse de la naturaleza ambigua de su nombre. Al ser descubierta, los demás colores aprovecharon tal debilidad para convertirlo en el blanco del exilio. Desde entonces, ningún arcoíris volvió a embellecer la bóveda celeste.
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