La situación llegó al punto de las consecuencias desastrosas para el profesor Wilmar Buenaventura. Jáquer, que para entonces no tenía género, cumplió la promesa de exponerlo al escarnio de docentes y estudiantes de la Universidad del Sur (UNISUR), lugar donde trabajaba. Desde 2012, el docente era víctima de difamación por parte de alguien que había vulnerado la seguridad de su correo electrónico y tomado sin permiso una serie de fotos íntimas que allí conservaba. Poco pudo hacer aquella tarde de mayo de 2015 cuando recibió una copia de aquellas imágenes, en las que aparecía desnudo, junto a un mensaje donde se afirmaba que era un morboso pidiendo favores sexuales a cambio de beneficios académicos para las estudiantes de la licenciatura. Su preocupación fue superlativa cuando notó que aquel correo, aquella ‘estocada final’ como luego la llamó, se tenía copia a todos sus colegas del pregrado, incluidos Leónidas Herrero, jefe de programa y Nadia Gutiérrez, decana de la facultad. Wilmar Buenaventura perdió toda concepción de tiempo y espacio. Puso en un segundo plano el parcial que estaba cuidando. Tomó su portátil y replicó desesperadamente a todos los implicados. Aceptó que era él quien aparecía en las fotografías pero que éstas habían sido tomadas sin permiso para oscuros fines. Aclaró que nunca había pedido sexo a alumnas para aprobarlas en las asignaturas que tenía a su cargo. Este sería, según Leónidas Herrero, su grave error: haber admitido la propiedad del material fotográfico.
– La situación se ha vuelto insoportable, profesor Wilmar. Estamos cansados de la cantidad de correos que nos llegan.
Wilmar Buenaventura guardó silencio y permaneció cabizbajo.
– Esto ya llegó a oídos del Consejo Superior y usted entenderá que queremos evitar un escándalo. Así las cosas, y sin más preámbulos, lamento informarle que a partir del próximo semestre no renovaremos su contrato como docente catedrático de la universidad.
En ese momento, a Wilmar Buenaventura se le escaparon varias gotas lagrimales que terminaron estrellándose contra el suelo de la oficina.
– Puede tomar dos caminos – continuó hablándole el jefe de programa – o sale vuelto mierda y se encierra en su tristeza o toma la decisión de cortar el problema de raíz. Si a mí me hicieran esta canallada, me separaría inmediatamente (…) Y me disculpa pero tengo otras cosas que hacer.
– Profesor Leónidas, ayúdeme por favor, usted sabe que yo amo esta universidad y soy muy serio con mi trabajo. No hay una sola estudiante que pueda afirmar que yo la he acosado o que le he pedido sexo para pasarla.
– Yo le creo, Wilmar. Pero la embarró diciendo que era el de las fotos. Varios en el programa andan hablando mal de usted y eso crea inestabilidad en el personal que tengo a cargo, incluso entre los alumnos. No puedo hacer nada más.
Con este comentario, el profesor Leónidas Herrero dio a entender que la reunión había llegado a su final. Wilmar Buenaventura elevó su trasero de la ahora empapada silla y abandonó la oficina. Una estudiante que había reprobado inglés lo esperaba afuera.
– Profesor Wilmar, deme una última oportunidad, mire que a mí me queda difícil volver a repetir la materia.
Sin que ella tuviese la culpa, a Wilmar Buenaventura lo dominó la rabia y secamente le dijo:
– Pues a mí acaban de negarme una nueva oportunidad también. Ya no trabajo en esta universidad. Arregle con el jefe de programa.
– No es posible, amor, ellos saben que todo eso es mentira.
– Sí, pero en parte los entiendo. Deben estar aburridos de la situación. Han aguantado toda esa cantidad de correos. Esta vez, Jáquer fue más allá y les compartió las fotos…
– Tú sabes que estudié con las difuntas hijas de Nadia, ella me conoce. Mañana mismo voy a la universidad a hablar con ella para interceder por ti.
Wilmar Buenaventura no respondió a la afirmación de su esposa y después de tomar un baño durmió profundamente. Era común que apaciguara su rabia y frustración de esta manera. Días después, Ana Peña le confirmó que se había reunido con Nadia Gutiérrez, quien le habló sobre la temporalidad de la decisión.
– Mientras baja la marea – le había dicho para tranquilizarla.
Según la decana, las puertas de la UNISUR no estaban cerradas para siempre. En los semestres venideros, Wilmar Buenaventura volvería a ser contratado. Sin embargo, él no creía mucho en su palabra, pues era reconocida por su marcado discurso politiquero y arribista, además de estar inmersa en escándalos de tráfico de influencias en la universidad. Adicionalmente, al docente le pareció extraña la contradicción entre lo dicho por ella y por Leónidas Herrero, quien parecía determinado en que la decisión tenía consecuencias perennes. Si bien Nadia Gutiérrez fue víctima de suplantación de identidad en Facebook, el profesor no pudo determinar si aquello tenía relación con su caso.
El fatal desenlace afectó considerablemente todos los planes que Wilmar Buenaventura tenía en la universidad. Meses antes de aquella tarde de mayo, había aplicado para concursar como profesor de planta de la UNISUR. Con esmero se había preparado y obtenido el nivel C1 en el examen IELTS. De igual forma, su propuesta de investigación, que debía enviarse anónimamente, fue la mejor calificada. El día de la sustentación oral en junio de 2015, ya marcado por la desazón de la ignominia, a Wilmar Buenaventura le otorgaron el puntaje más bajo. Pero en el fondo conocía el porqué de la aparente incoherencia entre la solidez de su propuesta escrita y la deficiencia del reporte oral. Quedó en cuarta posición de cinco candidatos. Luego se enteraría por boca de personal interno de la universidad que todo estaba arreglado para que lo ganara Sergio de San Felipe, un docente ocasional de la licenciatura, cuyo padre tenía una fuerte influencia en el sector educativo de la región. De esta manera, el concurso docente nunca estuvo a su favor.
Las fotos en cuestión mostraban al profesor Wilmar Buenaventura masturbándose. Eran de baja calidad y con una pobre iluminación. Algunos de sus colegas, dominados por una actitud morbosa, compartieron las imágenes con estudiantes. La noticia del “profesor acosador” se extendió por todo el programa académico. Era común que al chat privado le escribieran personas desde perfiles falsos para burlarse y maldecirlo. Otras, más atrevidas, halagaban el tamaño de su pene y sus testículos.
Previo al profesor Leónidas Herrero, fungía como jefe de programa la bella Lizbeth Vermelho, quien al ser otra de las destinatarias de la cantidad de correos obscenos, se asesoró con un grupo de expertos informáticos. Cierta mañana de noviembre de 2014, la docente llamó al profesor en cuestión para informarle que estaba tras la pista de los mensajes difamatorios.
– Profesor Wilmar, muchos de esos correos salen del Hospital Universitario. Yo le voy a dar información pero le pido el favor que no me pida atestiguar en la Fiscalía, no quiero meterme en esos problemas.
Wilmar Buenaventura, que para entonces se resistía a creer que fuera ella, tenía como primera sospechosa a Maritza Ártica, una exnovia con quien compartía momentos eróticos en línea donde las fotos y los videos explícitos eran comunes. Sin embargo, guardó silencio y le agradeció a su jefe. Jáquer enviaba numerosos mensajes, unos desde cuentas robadas, otros desde cuentas creadas exclusivamente para sus fines perversos. Inició con maldiciones hacia el maestro, luego empezó a amenazarlo con hacer públicas las fotos a todos los que hacían parte de su mundo laboral. Varios amigos insistían en decirle que era ella, incluida su muy amada madre, pero él no podía concebir, quizás cegado por el sentimiento, que esa mujer, quien era tan especial en su vida, pudiera estar detrás de toda su desgracia.
Paralelamente a la UNISUR, Wilmar Buenaventura laboraba en el célebre instituto AJÁ, pionero en la enseñanza de idiomas, fundado en 1993 por la señora Helga Luciana Iguarán. La doña, de profundos pensamientos conservadores infundados por su devoción al catolicismo, era muy selectiva con el personal que contrataba. Irónicamente, eran numerosos los profesores con inclinaciones homosexuales que la acompañaban en su equipo de trabajo. Su rigidez moral fue un punto a favor de Jáquer, quien inundó de correos la cuentas oficiales del instituto. Aunque nunca se atrevió a enviar las fotos, generó la presión necesaria para que ella tomara la decisión de despedir al docente bajo la justificación de incompatibilidad ética con el proyecto educativo institucional. Y estuvo a punto de lograrlo. La señora Helga Luciana Iguarán terminó por convencerse que efectivamente en su templo moraba un demonio que acabaría con sus féminas estudiantes. Una noche en que sintió que la desesperación la carcomía, la señora se dirigió a la iglesia de C*N* para expresar su confusión al párroco de su devoción. Alarmado con lo que escuchaba, el cura le respondió tajantemente que debía deshacerse cuanto antes de Wilmar Buenaventura, pues representaba un peligro para una institución cuyo prestigio tomó tantos años en construir.
A la mañana siguiente, la directora del Instituto AJÁ tenía en sus manos la carta de despido. Sólo era cuestión de que el profesor arribara para entregársela. Sin embargo, lo que ella no sabía era que el docente tenía un ángel que le salvaría el puesto. Giorgio Gutiérrez, un señor de esos eternos y bonachones, era el coordinador académico y, entre otras muchas cosas, el cofundador del instituto de idiomas. Era todo lo opuesto a la señora Helga Luciana Iguarán. Decía que era católico pero tenía la mente tan libre como las ballenas del Pacífico. Era muy popular. Lo verdaderamente extraño era que alguien no lo conociera. Estaba casado y tenía una hija pero había degustado de la jalea del amor erótico por todos los bandos. Wilmar Buenaventura tenía una relación especial (de amistad, valga la aclaración) con él. Giorgio Gutiérrez fue quien dio el visto bueno para que ingresara a trabajar y el profesor sentía que tenía una deuda eterna con su “doctor”, como solía llamarlo. Naturalmente, era conocedor de la desventura de su amigo a quien tanto quería. Acostumbraba a consolarlo diciéndole “don’t worry, shit happens” constantemente. Aunque el viejo tenía conocimiento de quién era Jáquer e indirectamente se lo hacía saber a Wilmar Buenaventura, el docente estaba definitivamente ciego. Giorgio Gutiérrez llegó a la instancia de comunicarse con la mamá del maestro para que ésta convenciera a su hijo de que el enemigo estaba cerca suyo, pero sus esfuerzos fueron infructuosos.
Aquella mañana, Giorgio Gutiérrez detuvo a la señora Helga Luciana Iguarán antes de que ésta entregara la misiva. Seguidamente, le explicó lo sucedido. La convenció del plan de desprestigio del que su amigo era víctima y ella, extrañamente, terminó creyéndole. Lo hizo porque curiosamente (y es algo que costaba trabajo entender dada la diferencia abismal de sus referentes éticos y morales) además de ser los fundadores del Instituto AJÁ, eran grandes amigos. La señora dio su voto de confianza y de esta manera el docente pudo seguir laborando. Era su única fuente de empleo, pues en UNISUR ya se había tomado la irreversible decisión de no renovarle el contrato.
Desde entonces Wilmar Buenaventura se sintió agradecido con el apoyo brindado y prometió lealtad a aquel sitio de trabajo por varios años. No obstante, Jáquer continuaba asechando. La señora Helga Luciana Iguarán, quizás buscando tranquilidad en su espíritu, optó por ignorar todos los mensajes desde entonces. Cuando le llegaban, no se tomaba la molestia de abrirlos sino que los enviaba directamente a la papelera y los eliminaba para siempre. Ante la ineficacia de su estrategia, Jáquer decidió cambiarla. Desde una de sus muchas cuentas falsas, envió un mensaje a la secretaria del instituto manifestando que el profesor Wilmar Buenaventura era víctima de vándalos que habían sido reprobados y que en represalia, lo estaban difamando. El escrito afirmaba que la policía estaba detrás de los perpetradores para que pronto se ejecutaran las correspondientes capturas. La idea de aquel ser maléfico era crear toda la confusión posible donde unos estaban a favor y otros en contra del docente. La secretaria mostró el correo a su jefe, pero ésta le respondió que no quería verlo y que lo borrara inmediatamente.
Si bien Giorgio Gutiérrez era un diablo sexual de ardiente corazón, sabía muy bien que Wilmar Buenaventura no era aquel hombre morboso y enfermo que pintaba su enemigo. Confiaba ciegamente en que el profesor amaba a Ana Peña y que ese sentimiento le impedía tener una actitud de aventurero con otros cuerpos femeninos. Muy seguramente, el coordinador académico había llegado a dicha conclusión porque él sí sabía lo que era ser libre sexualmente. Había perdido la cuenta de las mujeres y hombres con quienes había estado y a sus 69 años aún se holgaba de su virilidad y artes de coquetería. Por su lado, a Wilmar Buenaventura, quien era objeto de apoyo y comprensión del viejo, no le pasaba por su mente odiarlo ni juzgarlo. Giorgio Gutiérrez solía contarle sobre sus encuentros amorosos pero el docente se limitaba a sonreírle y guardar silencio. Seis años después, el “doctor” murió de una enfermedad penosa que lo venía azotando. Al maestro se le desboronó el corazón porque sintió que había perdido un ser importante, a alguien que viéndolo en medio del lodo de mierda, le dio la mano para que no terminara de hundirse. Desde entonces, el docente iba a trabajar con una indescriptible sensación de vacío, no volvió a sentir aquella energía alegre que implicaba desplazarse al Instituto AJÁ, ver a su amigo querido y orientar con pasión sus clases. Extrañaría las inoportunas entradas que hacía a los salones para saludarlo a él y a sus estudiantes.
– Este lugar se siente solo sin usted, “mi doctor” – solía decirse a sí mismo.
Cuando Giorgio Gutiérrez partió hacia lo desconocido, el Instituto AJÁ tuvo un inexplicable decaimiento económico. La señora Helga Luciana Iguarán explicó a sus empleados que dichas dificultades obedecían a una pandemia que por aquel entonces afectaba al mundo. Algunas lenguas traviesas, sin embargo, manifestaban que otros eran los motivos. Todo parecía indicar, según ellas, que Giorgio Gutiérrez no solamente era un simple empleado sino un accionista mayoritario del establecimiento educativo. Al fallecer, su señora esposa e hija no quisieron continuar aportando financieramente y procedieron a reclamar las acciones del difunto. Esto desencadenó en el retraso del pago de la nómina docente (que llegó a ser de dos meses, algo que en sus 28 años nunca había sucedido). Pero tal y como se dice popularmente, los propietarios de aquellas lenguas curiosas “no se lo sostienen a nadie”.
El penoso caso venía siendo “investigado” por la Fiscalía desde 2014. Infelizmente, nunca hubo avances significativos y pocas fueron las personas que se ofrecieron a colaborar. Sumado a la negativa de la profesora Lizbeth Vermelho, Ana Peña también evadía las solicitudes de su esposo para que atestiguara a su favor.
– Amor estoy cansada, me da pereza ir por allá – le decía.
Ante la rampante soledad, al profesor no le quedó otra opción sino la de ir sólo a instaurar la denuncia por violación a sistemas informáticos y difamación. Lo hicieron esperar horas que le parecieron eternas y luego de la recepción y el diligenciamiento de su caso, le asignaron una fiscal que mostró una actitud poco colaboradora. Según ella, miles eran los expedientes que tenía a su cargo y era imposible dedicar más del tiempo debido al de Wilmar Buenaventura. La relación con ella nunca fue favorable para el docente. Una mañana en que la fue a visitar, la funcionaria alcanzó el clímax de la desidia cuando le insinuó a la víctima que todo eso le estaba sucediendo por “calentón”.
– Quién lo mandaba a tener esas fotos ahí, ¿por qué no las borró? – le reprochó – falta a ver que no sea realmente un enfermo.
Desde entonces, el profesor experimentó en carne propia el desamparo del sistema judicial. Con el fin de obtener resultados rápida y eficazmente, le sugirieron contratar, por debajo de cuerda, a expertos informáticos para que rastrearan las cuentas. Al caso le habían asignado un agente de la DIJÍN, pero poco o nada pudo hacer porque, según él, no había obtenido autorización de los servidores de Google para acceder a las cuentas desde donde se enviaban los correos. Ante tal panorama, Wilmar Buenaventura intentó contratar terceros que tenían habilidades en sistemas pero su propuesta fue rechazada debido a la ilegalidad y peligrosidad de lo que se debía hacer. Así pues que el proceso, desde el punto de vista jurídico, fue un total fracaso y ante la falta de avance se dio por archivado. Lo que el profesor de idiomas no sabía era que su caso estaba siendo deliberadamente dilatado por un poderoso abogado que estaba estrechamente ligado con Jáquer.
Previo a la UNISUR y el Instituto AJÁ, el profesor Wilmar Buenaventura laboró en el Colegio José Habana. Corría el año 2014 y aunque vivía en el norte, la necesidad de un empleo estable después de haber sido despedido del Gimnasio Fuego Ardiente, hizo que todos los días atravesara la ciudad para poder trabajar. El José Habana pertenecía a Magdalena Peña, una profesora de Lengua Castellana, egresada de la UNISUR, quien recibió gratuitamente el terreno para construir el establecimiento educativo. Era amable de dientes para afuera e hipócrita de labios para dentro. Además de las arduas y extensas jornadas, pagaba poco, extendía el horario laboral de sus empleados y exigía a sus docentes el diligenciamiento de un “paz y salvo” mensual para que pudiesen recibir el dinero. El colegio tenía un proyecto educativo interesante, pues era de naturaleza exploradora e incentivaba en sus estudiantes el amor y el respeto a la naturaleza.
Jáquer no fue ajeno a la vida de Wilmar Buenaventura durante su estadía en aquel centro educativo. Para alterar el orden, obtenía fotos de las actividades lúdico-académicas en las que el profesor debía interactuar con sus colegas mujeres. Las enviaba a la rectora Magdalena Peña y a Ana Peña con mensajes sobre las “andanzas amorosas” del docente. Una de aquellas situaciones fue la bienvenida a los empleados nuevos en el génesis del año, en la cual se realizaron juegos al aire libre en el municipio de R*. Wilmar Buenaventura hizo parte de actividades que implicaban contacto físico con sus colegas. Jáquer aprovechó el registro fotográfico y envío fotos afirmando que el profesor tenía dos amantes. La primera de ellas fue Marce Godoy, una profesora de preescolar, casada y que tenía a su hija en el colegio. Irónicamente, el profesor nunca tuvo un contacto cercano con ella, pues él trabajaba en la sección de secundaria y no se cruzaban, ni siquiera en los descansos, para entablar conversación. El único punto de encuentro eran las reuniones pedagógicas, donde la interacción era mínima, puesto que la mayoría de actividades eran charlas unilaterales.
La segunda amante que le inventaron al desdichado fue Helga Bacca, coordinadora académica de bachillerato. Era profesora de matemáticas, rubia, delgada, de generosos pechos, ojos saltones y baja estatura. A Wilmar Buenaventura le parecía atractiva pero su compromiso con Ana Peña impedía que sus pensamientos se transformaran en acciones concretas. De esta manera, la relación se limitaba al ámbito profesional, porque, entre otras cosas, era la jefe inmediata del docente. Sumado a esto, y como ya se ha dicho, al maestro no le agradaba tener que diligenciar el paz y salvo mensual porque tenía que estar detrás de ella (y de muchos otros coordinadores) para que le firmaran. Hay que decir que la profesora Helga Bacca era seria en el trato con los que tenía a cargo. Jáquer, al no encontrar evidencia fotográfica que comprometiera a su víctima, decidió hacer montajes de pésima calidad en donde el profesor se veía junto a la docente en situaciones comprometedoras. A Ana Peña le disgustaba lo que veía, quizás le aborrecía tanta información, y a pesar de todas las explicaciones que su esposo le daba, éstas no terminaban por convencerla. La rectora Magdalena Peña, por su parte, nunca llamó al profesor para hablar sobre el particular durante el año laboral que permaneció en el José Habana.
Wilmar Buenaventura estaría trabajando en el Gimnasio Fuego Ardiente (y no en el José Habana) para el año 2014 de no haber sido despedido en el ocaso del 2013. Fue éste su primer empleo después de haber obtenido el título de licenciado. Allí, no solamente estrenó sus habilidades pedagógicas y didácticas sino también tuvo un crecimiento espiritual. Hubo, sin embargo, numerosos roces con directivos que desembocaron en su expulsión. No obstante, el maestro se enteraría que además de eso, su despido obedecía a correos que fueron enviados a las directivas donde desprestigiaban su condición ética. Afortunadamente para él (o al menos eso creía), el Gimnasio Fuego Ardiente era un colegio masculino y Jáquer no tuvo la oportunidad de involucrarlo con una mujer.
Al verse sin este recurso, el victimario tuvo otra idea. Le enviaba correos a Wilmar Buenaventura donde lo atemorizaba diciéndole que imprimiría las fotos que tenía en su poder y las pegaría en la entrada del hotel donde se realizaría el evento de inglés insignia de la institución: el Spinning Eel. De igual manera, le prometió que si se hacía dicha actividad, publicaría las fotos en diarios de baja reputación como el “Hola”. El docente tuvo múltiples dificultades para realizar el evento. Sumado a las amenazas, en aquel año hizo su arribo un nuevo Director Administrativo, egresado de esa institución, con quien el docente nunca pudo llegar a un acuerdo económico para la realización del Spinning Eel. Esto hizo que el profesor manifestara su inconformismo de manera airada por su falta de apoyo financiero.
En un lugar de naturaleza colegiada donde poca o ninguna crítica era aceptada, el Rector Laureano Montenegro y el Director Académico George Chivita sentían disgusto hacia el maestro, quien, según ellos, después de seis años de prestar sus servicios educativos sin inconveniente alguno, había “sacado las garras”. Fue así que en el último día laboral de aquel año fatídico, cuando la ruta escolar se disponía a llevar a los profesores a sus casas, entró un auxiliar de administración a la sala de profesores y le pidió a Wilmar Buenaventura y a otros docentes que se quedaran porque debían reunirse con las directivas.
Al entrar a la rectoría, el docente notó dibujos serios en los rostros de sus superiores. Le pidieron que se sentara y aunque se resistía a creerlo, los rumores y los percances que tuvo le hicieron imaginar de qué se trataba todo. Seguidamente, George Chivita tomó la palabra.
– Profesor Wilmar, en primer lugar queremos agradecerle por sus años de servicio en nuestro Gimnasio Fuego Ardiente. Lamentablemente, queremos informarle que no continuará con nosotros el año entrante. Usted está siendo despedido sin justa causa y por esta razón será indemnizado como manda la ley. Necesitamos que haga empalme con su colega sobre los programas académicos que tuvo a su cargo y le entregue el material que posea.
Laureano Montenegro y los demás guardaron silencio, como esperando algún tipo de reacción del recién despedido. Aunque a Wilmar Buenaventura sintió la tentación de responderles airadamente por la injustificada decisión, cambió de opinión y simplemente agradeció, estrechó la mano de cada uno de sus verdugos laborales y abandonó la oficina. En el corredor estaban algunas señoras de la cocina que se habían enterado de la decisión. Lloraron copiosamente mientras abrazaban a todos los desempleados. La ruta escolar ya había partido y fue gracias a otro de los profesores despedidos, quien tenía carro, que Wilmar Buenaventura pudo llegar a su casa.
Los demás licenciados fueron despedidos por un asunto más sensible. Para aquel entonces, estalló un escándalo de relaciones homosexuales en el colegio. Uno de los involucrados era el profesor Lucio Francisco Checo, Director de Formación, quien para ocultar que había sido despedido, optó por hacerle saber al grupo de trabajo que tenía una oferta laboral en una universidad y que era tiempo de “dar un paso al costado”. El escándalo gay surgió a raíz de ciertas infidelidades que se dieron dentro del grupo de profesores y fue tanto el drama que la situación no se pudo mantener en bajo perfil. Esto llegó a oídos de las directivas quienes con el ánimo de defender los principios de un colegio profundamente católico, concluyeron que lo más sano era despedir a los involucrados. No obstante, con Mario Guzmán, colega de Wilmar Buenaventura, no pudieron hacerlo dado a que tenía más de 15 años de antigüedad y su liquidación rondaría los treinta millones de pesos, dinero que no tenía la institución para pagarle.
Toda esta serie de desventuras acompañaron a Wilmar Buenaventura hasta el año 2016.
– Y yo que pensé que haber nacido con este apellido sería una ventaja – decía.
Desde entonces, está limitado a orientar clases particulares, manteniendo un bajo perfil profesional. Si bien Jáquer no ha vuelto a aparecer en su vida, sabe que cualquier intento de figurar en una universidad de la ciudad implica un alto riesgo para que regrese. Ha habido ocasiones en que le escribe para exigirle dinero y “detener” todo el chantaje. Ha llegado a pedirle cien millones de pesos.
Pareciera como si el docente estuviese sometido a una condena perpetua. En el año 2017, Wilmar Buenaventura y su esposa Ana Peña tuvieron un hijo, Emilio. Pero luego de innumerables altibajos, el matrimonio culminó. El bebé tenía tres meses de nacido. Desde entonces, la vida sentimental del profesor ha sido un sótano lleno de fracasos. Su perfiles tanto profesional como amoroso se derrumbaron y a la fecha no ha tenido la fuerza necesaria para superar sus miserias.
La universidad Francisco Pasto le ofreció un puesto como profesor catedrático y aunque sintió temor, finalmente aceptó. Afortunadamente para él, Jáquer no ha perturbado su vida en este empleo (por ahora). Su sueño profesional era crecer en UNISUR, pero él sabe que no volverá a ser llamado, pues tiene un veto casi eterno.
Durante todos esos años, Wilmar Buenaventura se ha hecho la pregunta sobre quién pudo haber manchado así su vida. Hay que decir que él precisamente no era un santo, tenía cierta debilidad sexual y aunque durante su matrimonio con Ana Peña nunca besó ni se acostó con una mujer diferente a ella, sí navegó en su mente por deseos libidinosos con algunas de sus estudiantes. Su imprudencia también le pasó factura, pues terminó por lamentar el hecho de no haber borrado las imágenes oportunamente.
Como ya se ha dicho, la primera sospechosa sería, naturalmente, Maritza Ártica. Había tenido una relación sentimental con ella y las fotos que le fueron hurtadas del correo hacían parte de la intimidad entre los dos. Adicionalmente, no terminaron en buenos términos. Sin embargo, y luego de un largo y doloroso proceso de aceptación, concluyó que no pudo haber sido ella sino aquella que nunca lo apoyó en su dolor, o lo hacía de manera hipócrita. Fue cuando finalmente, y con los ojos de la objetividad, ató cabos: La indisposición para ir a atestiguar a la Fiscalía, el odio que su papá abogado sentía por él, su trabajo como jefe de enfermería en el Hospital Universitario, las coartadas que creaba para que no sospechara de sus acciones y la memoria USB que contenía sus fotos íntimas y que encontró en su closet hicieron que finalmente se quitara la venda. Jáquer ya tenía género gramatical, era femenino. Pero se sentía incapaz de odiarla. Hacerlo sería como maldecir su propia descendencia. Sin embargo, era inevitable, todos los caminos conducían a esa fuente de su maldad.
– No le entiendo profesor Leónidas, ¿cómo así que si a usted le hicieran una cosa de esas, usted se separaría?
– Profesor Wilmar, los correos los está enviando su mujer.
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