Carlos estaba feliz. Rompió el marranito, recogió las monedas y las cambió por billetes en el supermercado. Como sabía que podía comprar más de lo habitual, tomó varios kilos de azúcar, café, harina de maíz y barras de chocolate. Al acercarse a la caja, notó que algunos llevaban televisores, celulares y portátiles.
– Son $100.000. ¿Desea colaborar con una donación? – dijo la cajera.
– ¿Y la exención del impuesto? – respondió Carlos confuso.
– No aplica para comida.
Carlos se retiró, sacó productos e hizo cuentas de nuevo. Terminó llevando la misma miseria de siempre.
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