Pacho regalaba un muñeco cada vez que tenía una nueva ilusión. Esa ocasión, aprovechó el día de la mujer para tener una atención con quien le gustaba. Fue al almacén y compró la osita más linda y sonriente. Era rosada, de ojos negros y sostenía un corazón blanco en sus manos. La perfumó y la puso en la bolsa. Ella no la recibió. Pacho regresó a casa y resignado la metió en el baúl.
– ¡Hola! – dijo un oso azul en medio de la penumbra – ¡Bienvenida a la sociedad de los peluches huérfanos!
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