ni ha ganado una mujer,
ha ganado la esperanza.
Han ganado las tristes,
las subyugadas, las olvidadas,
las maltratadas que con orgullo limpian sus lágrimas,
abren sus ojos y se lavan el rostro,
como depurando penurias,
en sus luchas recompensadas.
Han ganado los enarbolados de consciencia,
quien con la sumatoria de sus resistencias
han hecho hervir en los asfaltos
la sangre de sus caídos,
de sus injustamente condenados,
de sus asesinados y desaparecidos.
Han ganado los que estudian,
los del espíritu crítico,
los que creen en la educación
como camino hacia el progreso.
Han ganado los que enseñan,
los que conciben en el acto de educar
el mayor gesto de bondad de nuestra especie.
Ha ganado nuestro suelo,
nuestros bosques y selvas,
siente Abya Yala sus derechos restablecidos
en la justicia ambiental,
en la férrea lucha
contra las actividades que la desangran y debilitan.
Comienza a sentirse su respiración pura, limpia.
Se curvean, después de cinco siglos eternos,
los labios de los naturales que la veneran,
y de las mujeres y hombres que la hacen parir.
Ha ganado la diversidad de las pieles,
esas que en el fondo la misma esencia guardan:
apego a la vida en la resiliencia.
Son las de las manos callosas,
las de aquellos a los que el mañana parece burlarse,
las de los que les cruje el estómago
ante la ausencia del pan en la mesa.
Ha ganado la multiplicidad del amor,
ese don supremo
que está por encima de todo prejuicio,
de toda sombra de discriminación
y de todo atascamiento del sentimiento.
Han ganado las y los nadies,
las y los que anhelan el equilibrio social,
las y los que quieren acostumbrarse a la dignidad,
las y los que se aferran a la vida,
las y los que construyen en la diferencia.
No ha ganado un hombre,
ni ha ganado una mujer,
ha ganado la esperanza,
la esperanza de la Colombia escondida,
ha ganado la esperanza.
Han ganado las tristes,
las subyugadas, las olvidadas,
las maltratadas que con orgullo limpian sus lágrimas,
abren sus ojos y se lavan el rostro,
como depurando penurias,
en sus luchas recompensadas.
Han ganado los enarbolados de consciencia,
quien con la sumatoria de sus resistencias
han hecho hervir en los asfaltos
la sangre de sus caídos,
de sus injustamente condenados,
de sus asesinados y desaparecidos.
Han ganado los que estudian,
los del espíritu crítico,
los que creen en la educación
como camino hacia el progreso.
Han ganado los que enseñan,
los que conciben en el acto de educar
el mayor gesto de bondad de nuestra especie.
Ha ganado nuestro suelo,
nuestros bosques y selvas,
siente Abya Yala sus derechos restablecidos
en la justicia ambiental,
en la férrea lucha
contra las actividades que la desangran y debilitan.
Comienza a sentirse su respiración pura, limpia.
Se curvean, después de cinco siglos eternos,
los labios de los naturales que la veneran,
y de las mujeres y hombres que la hacen parir.
Ha ganado la diversidad de las pieles,
esas que en el fondo la misma esencia guardan:
apego a la vida en la resiliencia.
Son las de las manos callosas,
las de aquellos a los que el mañana parece burlarse,
las de los que les cruje el estómago
ante la ausencia del pan en la mesa.
Ha ganado la multiplicidad del amor,
ese don supremo
que está por encima de todo prejuicio,
de toda sombra de discriminación
y de todo atascamiento del sentimiento.
Han ganado las y los nadies,
las y los que anhelan el equilibrio social,
las y los que quieren acostumbrarse a la dignidad,
las y los que se aferran a la vida,
las y los que construyen en la diferencia.
No ha ganado un hombre,
ni ha ganado una mujer,
ha ganado la esperanza,
la esperanza de la Colombia escondida,
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