y decidí,
luego de titánicas batallas
contra mi terco deseo
continuar por la séptima
mi rumbo a casa.
Dejé en mi sótano
tu mirada excelsa de esmeralda
y la cómoda almohada
de tus labios
en la que plácido dormí.
en una tierra de inocentes,
en un lugar donde imperó
la ausencia de culpables.
Quizás,
si buscáramos uno,
maldeciríamos al tiempo
que se burló de nosotros
con su discrepancia.
No habita el rencor,
sino cierta punzada de tristeza,
porque la ilusión,
con su vara mágica,
se acercó a mis ojos,
y con su oscuro velo
terminó sumergiéndome,
una vez más,
en su simulación egoísta.
Ahora,
mi consciencia respira tranquila,
pues ya sequé el estanque
de mis lágrimas frustradas,
esas que me rememoraban
el sentirme desnudo ante ti,
sin ningún temor,
libre,
sin remordimiento alguno.
No giré a la derecha,
y continuaré mi camino:
uno que conduzca
a la coincidencia,
al momento preciso,
a la danza armónica
del sentimiento.
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