Vanessa se horrorizó al contemplar la boca de Oscar. La pregunta era incómoda pero necesaria.
– ¿Por qué te sangra y la tienes agrietada?
En esta ocasión, Oscar aprovechó la coyuntura del mes.
– Ya sabes, los vientos de agosto – contestó bajándole la mirada.
Fue al baño, sacó un pañuelo del bolsillo y se secó la sangre. Almorzaron y hablaron por dos horas.
Se despidió de ella y al llegar a casa se miró en el espejo. Lloró desconsolado mientras miraba el calendario. Ya eran cinco años sin lograr besarla.
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