Nunca lo había hecho porque hería mi ego, mi masculinidad. Siempre pensé que debía ganármelo por mis propios medios. Pero debo confesarles que terminé vencido por la amenaza de la soledad.
Entramos en la habitación y ni siquiera nos miramos. No lo disfruté y al terminar un abismo se me expandió por el vientre. Le pagué y salí apresurado. Al poco tiempo me vibró el celular. Sabía que era ella:
– ¡Oiga hijueputa, me metió dos billetes falsos!
– Como sus besos – le contesté y la bloqueé.
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