Al llegar me recibe una multitud de caras largas. Las invade la apatía. Saludo. Contestan a secas, como por cumplir.
– ¿Hasta qué horas vamos hoy? – Preguntan.
– Hasta las ocho, como siempre. – Respondo con mi tono de voz más amable.
Suspiran, enrollan sus ojos y clavan sus miradas en sus celulares. Comienzo pero parezco hablarle al viento.
– No hables tanto, ponlos a hacer cosas – pienso mientras recuerdo a mi amiga.
Hacen pero se copian. Me canso y me quito el disfraz.
–¿Saben qué? ¡Ya se pueden largar!
Me siento bien al poder ser yo. Abandono mientras me miran estupefactos.
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