La noche de mi funeral pude contemplarlo todo. Las agudas mostraban una elevada aflicción y las graves, cierta indiferencia. Los de exclamación se exaltaban cada vez que el cura mencionaba mi nombre y los de interrogación no paraban de cuestionar el porqué de mi inesperada partida. Las comas, acompañadas de los puntos, hicieron su respectiva pausa para honrar mi memoria. Cuando sentí que iba a ser desconectado, me despedí y me desvanecí con la ilusión de que su inmortalidad sería lo único que podría extender mi existencia.
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