Cuando Ana salió de casa, le pareció extraño lo que sucedía: Varias personas con rostros amargos deambulaban por las aceras de la ciudad. Algunos maldecían, otros miraban desesperadamente sus relojes en las estaciones. Las calles lucían desérticas. Sólo eran recorridas por taxis y buses humeantes.
Ana caminó por una hora hasta su universidad. Al llegar, preguntó a sus compañeros sobre el asunto.
– Es día sin carro y sin moto. El profesor no quiso hacer la clase virtual… – le respondieron. Ana emitió un suave quejido. Para ellos eran 24 horas. Para ella, toda su vida.
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