– ¡No hay nada que celebrar! – Le respondió Roberto a su grupo de amigas – ¡Es una conmemoración ante la injusticia y la desigualdad! ¿Vamos a compensar, a reducir todo eso con frases bonitas, flores, peluches y chocolates? ¡Qué mundo insensible! ¡Las víctimas, luchadoras y fallecidas merecen respeto!
Ellas lo miraron con sorpresa. Nadie replicó. Cuando terminó su intervención, Roberto tuvo que irse y se retiró de la mesa. Al llegar a casa, volvió a experimentar esa particular sensación de cada ocho de marzo: Aquella del ahorro.
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