A Danna le encantaban los ponqués. Cuando sus padres le dijeron que era Domingo de Ramos, la pequeña no contuvo la emoción.
– ¡Vístete rápido para irnos! – le dijo su mamá.
En diez minutos estaba lista. Llegaron a un templo pero la niña no logró ver torta alguna sino a una multitud que sostenía ramas en sus manos.
– ¿Papi, y mis ponquecitos? – preguntó con voz melancólica.
– ¿De qué hablas, hija?
– Me dijiste que hoy era…
El padre se tomó el tiempo para adoctrinar. El estómago de Danna no paraba de crujir.
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