Victoria se enamoró de Michael. Pero era una relación difícil: ella era amante de la constancia, él del vaivén. Aunque guardaba una esperanza macilenta, sabía que él no representaba mayor avance en su anhelada búsqueda de estabilidad. Pasados dos años, no aguantó más y puso su sensatez por encima de los mareos y náuseas que le producía. Hoy en día, Victoria no quiere saber nada de montañas rusas.
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