La vez que salimos, fuimos a una discoteca. Pedimos una picada, tequila y agua. Cuando el alcohol se acabó, fui a la barra por otra botella. Noté que sólo me quedaba lo del taxi y había dejado las tarjetas en casa.
– ¡Qué imbécil! – me dije.
Devolví el licor y regresé a nuestra mesa. Le expliqué la razón por la cual la cita debía terminar mientras le hacía un gesto para que nos fuéramos pero no percibió mi presencia. Aunque estaba esperanzando en que fuese diferente, me resigné. Terminó ocurriendo lo de siempre: me le volví transparente.
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