Las lágrimas inundaban el recinto cuando los jóvenes de la promoción 2001 llegaron. Tomaron café, hablaron en voz baja y saludaron a los desconsolados familiares de su compañero. Al salir, se pusieron de acuerdo para ir a almorzar en un asadero de pollos. Allí, revivieron anécdotas que hicieron de sus sentimientos una paleta de colores. Después de comer, la que fue personera se dirigió a todos:
– Debo retirarme. ¡Me alegró verlos! Hasta el próximo muerto, ¡que estén bien!
Pagaron la cuenta y cada quien fue regresando a su vida.
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