El blanco


La rifa empezó, como de costumbre, en la cancha de la vereda. Uno a uno, los habitantes iban sacando las balotas de la tula. El primero enseñó la azul.

– ¡Lárguese! – le dijeron.

Los demás colores fueron haciendo su aparición sin éxito alguno. Pasados los minutos, llegó el turno de don Guillermo.

– ¡Muestre cuál sacó!

El viejo abrió sus temblorosos dedos.

– ¡Felicidades! – gritó el anfitrión.

– Póngase la mano en el considere… – rogó el ganador mientras se arrodillaba. 

Las ráfagas hostiles, que enmudecieron la selva, tiñeron de rojo su pimpón.

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