Evangelina quería mudarse. Deseaba algo fresco y rodeado de naturaleza. Sus hijos, quienes la escuchaban quejarse a menudo, buscaron y le encontraron un nuevo hogar. El día del trasteo, madrugó y empacó su propia maleta.
– ¿Ustedes por qué no se alistan? – preguntó.
– Primero vamos a dejar lo suyo y ahora volvemos.
El trayecto se hizo largo pero el verdor del paisaje la entretuvo.
– ¡Llegamos! ¡Mire qué hermosura, mamá! Evangelina levantó sus ojos para contemplar el sitio. “Bienvenidos al asilo Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars” – rezaba el letrero.
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