Confieso que disfruté de la dilatación de nuestro tiempo: A sus pies até pesadas piedras y sin clemencia lo arrojé al fondo del mar. Mientras se ahogaba, mi vehículo gemía en segunda marcha para que los caminos fueran eternos. Mis labios germinados en tus mejillas se convirtieron en cultivos que se extendieron por tu rostro. Con paciencia fertilicé tu nieve, para que un bosque tupido creciera en tu piel erosionada. Me dediqué a nadar en tu vasto océano verde con el nulo deseo de llegar a tus párpados. ¡Mas él terminó librándose de las rocas y nadó triunfante a la orilla! Hoy retornamos al tedio de lo armónico, ese en el que los minutos son minutos y las horas, horas. Ese en el que vuelves a él, y yo vuelvo a mí mismo. Te disuelves, y sólo me queda beberte bajo la remembranza de lo indebido, de lo imposible.
Blog de historias cortas y poemas