El frío es intenso, ni siquiera la chaqueta que traigo desde Colombia es útil. El aterrizaje en Nuuk es forzoso debido a la corta longitud de la pista. La ciudad es pequeña y muchos de sus habitantes se dedican a la actividad pesquera. En el aeropuerto, algunos me miran como un bicho raro. Otros, más amables, me hablan en su lengua nativa, pero no logro entender. Les contesto moviendo mi cabeza. Miro alrededor en busca del contacto que debe recibirme. En un momento se me acerca alguien de baja estatura, rostro avejentado y orejas modificadas. Me dice algo que me resulta incomprensible. De su bolsillo saca lo que parecen unos audífonos y me hace seña para que me los coloque.
– Buenos días profesor, bienvenido a Groenlandia – escucho por el auricular en inglés.
– Buenos días, ¿eres tú quien respondió mi solicitud?
– Así es. Mi nombre es Hildur y seré tu guía durante tu estadía en nuestra ciudad.
– ¡Muchas gracias! ¡Qué frío tan fuerte!
– Vete acostumbrando – me dice riendo – la temperatura desciende más a donde nos dirigimos.
Hago un gesto de desaprobación porque soy perezoso para el frío, pero mi curiosidad es mayor. Por nada del mundo quiero perder esta oportunidad única. Hildur se ofrece para ayudarme con mi maleta, pero la rechazo cordialmente.
Salimos del aeropuerto. No vemos ningún taxi. Hildur me indica que debemos caminar unos metros. Llegamos a un área desierta. No consigo entender qué hacemos allí. De repente, y como si se tratara de un acto de magia, Hildur toma nieve en sus manos y la esparce en el aire. Simultáneamente la sopla y miro cómo, para mi sorpresa, se va endureciendo hasta formar un tipo de carruaje de hielo. Mi corazón palpita fuertemente, pero mantengo la compostura. Hago de cuenta como si ya hubiera visto el truco antes.
Hildur saca una chaqueta del interior del carruaje que al tomar me doblega los brazos debido a su grosor.
– Póntela – me solicita – te ayudará a que te sientas mucho más cálido.
Pongo las maletas en el compartimiento trasero y me siento en el sillón de atrás. Es de hielo, pero lo siento cálido. Hildur silba fuertemente y a la distancia se acercan corriendo diez perros siberianos que luego amarra a las riendas.
– Disfruta del paisaje – me dice – será un viaje extenso, de unos 1500 kilómetros.
– Otro trayecto largo...– pienso mientras recuerdo mis escalas en Bogotá, Fort Lauderdale, Nueva York y Reikiavik.
Consulto disimuladamente la brújula que tengo en el celular y veo que nos desplazamos en dirección noreste. Todo es de un blanco deslumbrante que en ocasiones me incomoda la vista: la piel de los perros, la nieve que no logro separar del firmamento, la chaqueta que visto y el traje de mi acompañante. Hildur habla poco durante el trayecto, se ve concentrada en dirigir a los perros por el camino correcto. Salimos de la jurisdicción de Nuuk y las carreteras desaparecen. Los perros perforan la nieve con sus habilidosas patas, dejando una estela en el camino que la brisa recubre rápidamente. Se me viene a la cabeza la cantidad de tiempo que nos tomará recorrer mil quinientos kilómetros con esos caninos. Debe ser una eternidad. No quiero pasar por imprudente y pregunto con delicadeza.
– Ya esperaste lo más; ahora espera lo menos – me responde Hildur – será sólo cuestión de horas.
Los perros me dejan maravillado, no parecen caninos comunes. Me sorprende su velocidad y vigorosidad. No lucen cansados ni sedientos. Mi vista se va acostumbrando al paisaje mayoritariamente blanco y disfruto de la fauna del país como si estuviera en un safari polar. Veo osos polares, renos, zorros, liebres y a algunas manadas de lobos.
Llegada a Ciudad Navidad
Pasadas cinco horas, Hildur vuelve a hablarme.
– Llegamos.
Me cuesta creerlo. Quizás el hecho de estar en un infinito tapete de nieve me hace perder la sensación de la velocidad a la que íbamos. Me cuesta creer que luego de tan sólo cinco horas estemos allí. Hago cuentas.
– ¿En qué momento viajamos empujados por unos perros siberianos a 300 kilómetros por hora? – me pregunto mentalmente.
En fin, ya estamos aquí. ¿Aquí dónde? Me aterra más aún el hecho de que al descender del carruaje no veo absolutamente nada. Nieve y más nieve. Según las leyendas, debe haber una aldea, un rancho polar, una fábrica de juguetes...Hildur silba nuevamente y los perros se alejan en diferentes direcciones. Luego toma mi equipaje y lo baja. Toca el carruaje, el cual se va derritiendo hasta conjugarse con la nieve. Intento abrir la boca en señal de asombro, pero recuerdo que debo guardar la compostura.
– Este es un territorio mágico – me dice Hildur – muy seguramente nunca habías visto lo que ahora estás viendo.
Asiento con la cabeza.
– Así que relájate. Este es un lugar para sacar a ese niño interior que todos tenemos y dejarnos maravillar.
– ¿Por qué se mudaron del polo? – le pregunto instintivamente con el fin de evitar que me siga viendo avergonzado.
Hildur me explica que vivieron allá durante muchos siglos. Lastimosamente tuvieron que mudarse debido al calentamiento global. El hielo se derretía constantemente y era inestable. Groenlandia les abrió las puertas con su basto y firme territorio.
– ¿Bueno, pero, ¿dónde está todo? – pregunto ansioso – yo sólo veo nieve.
– Aguarda un momento. Me comunicaré para que nos abran una de las compuertas.
Esperamos alrededor de cinco minutos. De repente siento un fuerte temblor que me tumba. Me asusto. Hildur luce calmada. La nieve que se encuentra a diez metros de nosotros empieza a resquebrajarse, se drena por una especie de deslizadero y deja un enorme orificio. Hildur me pasa la mano y me ayuda a levantarme.
– ¡Sígueme!
Descendemos por el agujero hasta que logramos llegar a un gran portón rojo y verde con un letrero dorado que está escrito en groenlandés.
– ¡Bienvenidos a Ciudad Navidad, el cristalino hogar de Papá Noel! – me traduce Hildur.
No logro contener mi emoción. Pienso en mis familiares y amigos diciéndome que esto no era sino un mito. Pienso en las muchas horas en las que leía sobre el misterio de Papá Noel. Y ahora estoy aquí, frente a este portón que lo confirma todo. Pienso en mis innumerables solicitudes, las cuales fueron finalmente escuchadas. Quizás Papá Noel vio tanta perseverancia en mí que terminó apiadándose y aceptando mi visita. Como sé que nadie me creerá, saco mi celular para dejar registro fotográfico. Mi cámara se eclipsa con la mano de Hildur.
– No se permiten fotos ni vídeos, lo siento.
– Disculpa.
– Deja tu maleta y tu celular en este casillero – me dice al acercarnos a la recepción – Voy a darte un recorrido por toda la ciudad, ¿entendido?
Noto que quien está en el escritorio tiene una fisonomía idéntica a la de mi acompañante.
– Somos los duendes de Nicolás – se adelanta Hildur en contestar como si hubiera leído mi mente – todos nos parecemos. Nacemos en las flores del invernadero de la señora Noel.
Caminamos alrededor de cincuenta metros y llegamos a una sala en cuya pared hay un mapa. El frío es menos intenso, pero me rehúso a quitarme la pesada chaqueta.
– Este mapa muestra la distribución general de la ciudad.
Me pierdo en el diseño arquitectónico. Es hermoso. La ciudad tiene la forma de un copo de nieve, con sus característicos seis lados. En cada uno de los lados del hexágono diviso cuatro pistas desde donde, según las convenciones del mapa, despegan los trineos.
– ¿Para qué las pistas? – pregunto con curiosidad – ¿Acaso a los renos no se les aplica un polvo mágico para que vuelen automáticamente?
– No es tan así. Los renos necesitan correr cierta distancia antes de poder elevarse. En el establo te explico con detalle – contesta Hildur.
Seguidamente me nombra las siete secciones que componen Ciudad Navidad mientras va recorriendo el hexágono en el sentido de las manecillas del reloj. El lado uno corresponde al Departamento de Correspondencia y el dos al Taller de Reparación de Trineos. El Establo de los Renos es el lado tres. Los lados cuatro y cinco de la ciudad son las fábricas y las bodegas de almacenamiento de los juguetes. Finalmente, en el lado seis está la villa donde se localizan todas las viviendas de los que habitan Ciudad Navidad. En el centro del hexágono se ubica el Centro de Operaciones, que tiene su mayor auge de movimiento todos los 25 de diciembre.
Si pudiera mirarme en un espejo, diría que luciría como un niño embobado. Todo se ve muy organizado, hay una especial atención a los detalles. No es para menos. Por lo menos los humanos podemos notarlo con la repartición de los regalos.
– Vamos por acá – me indica Hildur con la mano.
Tomamos rumbo en sentido de las manecillas del reloj y en los pasillos muchos duendes nos saludan efusivamente.
– ¿Quieres caminar? Te advierto que Ciudad Navidad es grandísima – me dice mi acompañante.
– No hay problema, he estado sentado en muchos aviones y en el carruaje. Aprovecho para hacer ejercicio y disfrutar del paisaje – le replico.
Lo que ignoro es que la primera sección está a tres horas a pie. Llego con la lengua afuera. Hildur me ofrece agua que ha calentado un poco en uno de los dispensadores.
Lado uno: Departamento de Correspondencia
– Hemos llegado al Departamento de Correspondencia – me indica – Acá recibimos las cartas que todos los niños del mundo le escriben a Nicolás.
Entramos y una de las primeras cosas que me sorprende es ver a humanos.
– Pensé que era el único humano aquí – comento al aire.
Aunque la población más numerosa son los duendes, algunos humanos también hacen parte de la organización. Papá Noel es bastante selectivo en ese aspecto. Hildur me propone que podría trabajar con ellos, ya que me gustan las lenguas extranjeras.
– Eso suena magnífico – le respondo, aunque sé que en el fondo no me apasiona la traducción.
– Hay un requisito obligatorio.
– ¿Cuál es?
– Debes aprender el idioma groenlandés y alcanzar un nivel intermedio.
– ¿Estamos hablando de un nivel B1?
– De ahí para arriba – me replica Hildur, quien me sorprende porque conoce los niveles del Marco Común Europeo.
Hildur me señala a unas personas trabajando en sus escritorios. Me dice que son traductores oficiales y traducen las cartas al groenlandés. La duende sonríe mientras comenta que Nicolás es perezoso para los idiomas. Sólo habla groenlandés y algo de inglés. Promete que cuando estemos en la villa me lo presentará.
El Departamento de Correspondencia es una enorme bodega que a su vez está dividida en los continentes del mundo. Las cartas, que forman monumentales columnas, son organizadas en los veinticuatro husos horarios. Quienes trabajan allí se ven bastante ocupados. Leen, traducen y pocas veces levantan sus cabezas.
– ¿Por qué no las organizan por países?
– Nosotros no operamos siguiendo el concepto de país sino con los husos horarios del planeta. En el Mando de Control te explico.
Tomo una de las cartas de un huso que atraviesa África. Es de una niña llamada Émilie. Está en francés. La leo. Dice que se ha portado muy bien y que no quiere juguetes sino salud para su abuelita.
– ¿Cómo hacen con este tipo de regalos?
– Lastimosamente la salud de un humano no depende de nosotros. Enviamos una carta en la que Nicolás le desea lo mejor, junto con algunos dulces.
El Departamento de Correspondencia tiene veinticuatro tubos, uno por cada huso, por donde se transportan las cartas originales junto con su traducción oficial al groenlandés. Dichos tubos, según me explica Hildur, desembocan en el palacio de Papá Noel, quien, con la ayuda de sus duendes reales, las lee y ordena la fabricación de los regalos.
– Supongo que con la llegada del Internet no solamente reciben cartas en físico.
El Internet lo ha cambiado todo. Hildur me señala los servidores donde reciben, almacenan y traducen todas las cartas y mensajes virtuales que le escriben a Papá Noel. Inicialmente, adaptarse fue complejo, pero luego del entrenamiento que recibieron algunos duendes por parte de los humanos; algunos de los más jóvenes se convirtieron en especialistas de la informática.
– Ese es, en resumen, el Departamento de Correspondencia. ¿Listo para la siguiente sección?
– Sí, pero definitivamente no quiero caminar más – le respondo.
Al salir, veo que en el pasillo han instalado una banda similar a las que hay en los aeropuertos para no tener que caminar. Nos dejamos deslizar hasta el Taller de Reparación de los Trineos.
Lado dos: Talleres de Reparación de Trineos
Al entrar, la cantidad de trineos rebasa mi capacidad de visión. Todos lucen perfectamente organizados. Diviso uno más grande que los demás y pregunto si ese es el de Papá Noel a lo que Hildur me responde afirmativamente. En los talleres escucho a duendes martillando, cortando y apretando tuercas. Son, en definitiva, una raza muy disciplinada en lo que hacen según lo que he visto hasta ahora.
– ¿Cuántos trineos hay aquí?
– No tenemos un número exacto. Sólo sabemos que cada uno de nuestros duendes operarios tiene uno a cargo. A cada trineo le caben aproximadamente mil regalos, aunque todo depende del tamaño.
– Pensé que solamente Papá Noel tenía uno.
Hildur sonríe y me dice que es imposible entregar millones de regalos en un lapso de tiempo de seis horas. Luego me explica que Papá Noel es un ser humano normal y debe apoyarse en sus colaboradores para cumplir su misión. Generalmente, cada año él elige un huso horario y se hace cargo junto al duende presidente de ese huso.
– ¿Duende presidente?
– Sí, luego te explico.
Hacemos una pequeña pausa en la que tomamos las onces.
– No hay mucho más que ver aquí. ¿Vamos al establo?
– ¡Por supuesto! – Le contesto emocionado.
Lado tres: Establo de los renos
En el establo hay una gran cantidad de renos. Sus cuernos forman un patrón de ramificaciones que captan mi atención. Percibo el olor típico de los establos. Veo algunos duendes alimentándolos con musgos, avena, granos, verduras los famoso líquenes mágicos. A otros los asean, a algunos simplemente les peinan su pelaje. Cerca a la entrada hay un establo con rejas doradas en cuyo interior hay unos pocos de estos rumiantes. – Deben ser los de Nicolás – pienso, pero no pregunto.
Finalmente, logro divisar lo que quería confirmar en este lugar. La luz roja titila, pero no consigo descifrar el patrón con que lo hace. Me acerco y ahí está, alimentándose concentrado. Mi emoción es palpable.
– ¡Rodolfo!
El reno levanta su cabeza por unos instantes, me mira fijamente con ojos compasivos y luego continúa lo que está haciendo.
Hildur me aclara que Rodolfo nació con esa característica especial, pero no saben por qué. Sufrió de matoneo durante muchos años, pero a Papá Noel le llamó la atención su carisma y lo eligió como su reno mayor. Rodolfo pasó de ser criticado a envidiado. Ha pasado por mucho. Sin embargo, sus compañeros se volvieron más tolerantes. Con su trabajo arduo, él se ganó el respeto de todos. Hoy, es a quien los renos admiran. El único trineo que tiene luces frontales es en el que está Rodolfo.
Le pregunto a Hildur si puedo tocarlo, a lo que contesta afirmativamente. En ese momento me asalta una pregunta.
– ¿Cómo hacen para aterrizar si no hay aeropuertos en todas las ciudades? ¿Lo hacen en las pistas creadas por los humanos?
– Los trineos junto con sus renos no aterrizan mientras están en operación. Se suspenden en el aire mientras Papá Noel o los duendes operarios descienden con cuerdas para distribuir los regalos.
Extiendo mi mirada hacia la izquierda y veo lo que parece ser una especie de gimnasio. Hildur me explica que es el centro de entrenamiento para los renos. Allí los preparan en ejercicios físicos, carreras de obstáculos, técnicas de vuelo y trabajo en equipo. Algunos de los duendes son sus entrenadores. Para Papá Noel es importante que todos los renos se encuentren en excelente condición física y mental.
Caminamos unos pocos metros, pero es imposible recorrer todo el establo. Me tomaría días poder ver todo el lugar. Me despido con un efusivo grito, como queriendo que mi voz les llegara a todos. Salimos. La banda automática nos espera nuevamente.
Lados cuatro y cinco: Fábrica de juguetes y Bodegas de Almacenamiento
Los siguientes dos lados del hexágono son grandes fábricas y bodegas donde se elaboran, prueban, empacan y almacenan todos los juguetes solicitados. Hildur me explica que luego de leídas las cartas por Papá Noel, éste emite las órdenes de fabricación. Los juguetes son probados por el personal y después empacados. Las bodegas están divididas en veinticuatro secciones, una por cada huso horario. Desde allí, se suben a los trineos.
Veo duendes haciendo diferentes cosas: algunos trabajando en las máquinas de fabricación, otros apilando cuidadosamente los juguetes, otros envolviéndolos en papel regalo con gran destreza.
– ¿El papel lo fabrican aquí o lo importan?
– Tenemos la fábrica. Mira, allá. – me contesta Hildur – Además, hace algunos años construimos esta máquina.
Hildur señala un aparato grande con orificios de entrada y de salida.
Le llaman Empacadora de Regalos. El regalo pasa por un escáner que determina la cantidad de papel, cinta y moños a utilizar. Seguidamente, continúa por una banda, ingresa por un orificio y la máquina hace el correspondiente empacado. Finalmente, se coloca una tarjeta de navidad que lleva el nombre de Papá Noel y el del destinatario. Sin embargo, agrega Hildur, algunos duendes mayores aún conservan el gusto por el empacado manual.
Damos un paseo por las fábricas y veo una multitud de máquinas que desconozco. Infiero que para elaborar una cantidad tan variada de juguetes, se necesitan de diferentes tipos. Los duendes trabajan arduamente en ellas, pues se acerca la temporada más activa para todos en Ciudad Navidad.
– ¿Qué tipo de juguetes pueden fabricar ustedes?
En Ciudad Navidad se fabrican todos los tipos de juguetes que se puedan imaginar. Los niños están solicitando muchos dispositivos electrónicos como teléfonos inteligentes, tabletas y consolas de videojuegos. Por esta razón, los duendes fabricantes se vieron en la necesidad de actualizarse, tal como ocurrió con el Internet. Muchos de ellos fueron capacitados para construir ese tipo de regalos. Como van las cosas, agrega Hildur, todo apunta a que tendrán que expandir el personal, las fábricas y las bodegas a futuro. Tienen la fortuna de estar en una isla grande como Groenlandia.
Habitantes y ayudantes de Ciudad Navidad
Mientras nos dirigimos al Mando de Control ubicado en el centro del hexágono le pregunto a Hildur por el tipo de personas que viven en Ciudad Navidad.
Se denominan clanes y son cuatro en total. El de ella, el de los duendes, es el más numeroso. Son los más activos y tienen diferentes funciones. Trabajan en todas las secciones de la ciudad y son muy apreciados y queridos por Papá Noel. Son de baja estatura. El más alto registrado mide un metro cincuenta centímetros. Sus rostros tienen algunas arrugas incluso si son de corta edad y sus orejas son puntiagudas, no modificadas como inicialmente pensé. Tienen una destreza física admirable, ya que son ágiles y pueden ejecutar tareas en corto tiempo.
El clan de los humanos se ha ido incorporando paulatinamente. La mayoría trabaja en el Departamento de Correspondencia como traductores, pero algunos con destrezas más manuales han decidido hacerlo en secciones como los talleres, los establos, las fábricas de juguetes o incluso en la villa siguiendo una vida más común a su raza. Según me aclara Hildur, no todos los humanos son aceptados debido a su volátil personalidad. Se seleccionan personas que sean estables emocionalmente y que guarden cierta prudencia con relación a la existencia de la ciudad.
Existe un clan denominado Legión Rojiblanca, que no vive en Ciudad Navidad, el cual está conformado por niños de todo el mundo que reparten los regalos cuando Papá Noel o alguno de los duendes operarios se encuentran incapacitados por enfermedad o calamidad doméstica. Ejemplos notorios de la activación de la Legión fueron la peste de 1918 o la pandemia de Covid-19 que incapacitó a Nicolás y a algunos de sus colaboradores.
Finalmente está el clan de la familia real que la componen Papá Noel, la señora Noel, hijos y demás familiares. Papá Noel siempre ha sido un hombre y su elección se realiza según la línea de sucesión, la cual es la misma de la corona danesa. Hace pocos años, me cuenta Hildur, hubo modificaciones en la ley real para que las mujeres puedan convertirse en Mamás Noel. Desde entonces, el sucesor al trono será el hijo primogénito, independientemente de su sexo biológico. Durante la coronación, los Papás Noel deben obligatoriamente cambiar su nombre a Nicolás. Hildur me dice que están pensando en el nombre que deberán llevar las mujeres cuando asuman el mando en el futuro.
– Cuando vayamos a la villa te los presentaré a todos – me promete Hildur por segunda vez.
Centro del hexágono: Mando de Control de Operaciones
El Mando de Control de Operaciones es un círculo gigantesco en la mitad del hexágono. Está organizado en forma escalonada, como un aula universitaria, en cuyo centro está el escritorio de quien dirige la operación de distribución. El círculo está dividido en veinticinco secciones que representan cada uno de los husos horarios y una sección de control de vigilancia de Ciudad Navidad. Algunas secciones son más grandes que otras debido a que en algunos husos la población de niños es menor. Cada escritorio tiene un portátil donde millones de duendes monitorean las operaciones de distribución de los regalos.
– Este es el cerebro de la ciudad – me comenta Hildur – aquí es donde se coordina todo. Por lo general, Nicolás designa a su hijo primogénito para que sea el jefe de control. Desde esa unidad de mando que ves allá en el centro se dirige la operación todos los 25 de diciembre.
– Me gustaría saber cómo es eso; debe implicar una logística muy compleja.
– Así es, profesor.
Hildur comienza a explicarme los pormenores de las primeras seis horas de todos los 25 de diciembre. Dividen el planeta en veinticuatro husos horarios. Papá Noel elije a veinticuatro duendes que se denominan "presidentes" en cada uno de los husos.
Como no se tiene en cuenta el concepto de país que hemos creado los humanos, algunas naciones pueden tener varios duendes presidentes, como por ejemplo Rusia. En otros, el huso horario coincide con la geografía del país, como Colombia. En este caso, toda esa nación está a cargo de un duende presidente. Los presidentes tienen a su cargo miles o incluso millones de duendes operarios que son los encargados de distribuir los regalos. La distribución se realiza en sentido oriente-occidente, iniciando a las 00:00 del 25 de diciembre en la línea internacional del cambio de fecha, la cual se encuentra ubicada en el espacio que divide a Rusia de América y que atraviesa, en gran parte de su recorrido, el Océano Pacífico. De esta manera, los primeros niños en recibir sus regalos son los de Asia oriental y Oceanía. El proceso continúa hacia el occidente hasta finalizar en el extremo occidental de América.
– ¿Por qué no vemos los trineos?
Hildur me responde, con cierto tono sarcástico, que a los humanos nos falta ser más observadores. Los trineos siempre están ahí, aunque a una altura considerable para no ser detectados a simple vista. Quizás alguien con un telescopio pueda divisarlos. Hildur relata que ha leído sobre algunos avistamientos que han tenido de ellos. Los duendes operarios descienden en finas cuerdas junto con los regalos que se deben dejar en la zona y aunque son entrenados en técnicas de camuflaje, no siempre logran esconderse bien.
Tradicionalmente se ingresa por la chimenea, pero tanto Papá Noel como sus duendes operarios son respetuosos de la arquitectura y condiciones climáticas de todas las partes del mundo. En áreas cercanas al Ecuador del planeta, donde no son comunes las chimeneas, se ingresa por una ventana. En el hemisferio sur de la Tierra, donde es verano en diciembre, Papá Noel y los duendes operarios se cambian y visten ropa más fresca.
No toda la operación sucede el 25 de diciembre. Algunos hacen la entrega de regalos en otras fechas. Colombia, por ejemplo, lo hace en la noche del 24. En consecuencia, la distribución debe hacerse en la madrugada de ese día. España y Portugal entregan el 6 de enero, así que los regalos distribuyen en las primeras horas de ese día. Hildur se queja porque muchos piensan que sólo trabajan un día al año. En realidad, se labora todos los días del año, como cualquier sociedad humana. Traducir las cartas; fabricar, probar, empacar y subir millones de juguetes a los trineos a los que a su vez se les debe hacer constantemente mantenimiento; cuidar y entrenar los renos y atender todas las necesidades de la villa, entre muchas otras cosas, no se hace de la noche a la mañana. Hildur hace un comparativo.
– Pasa como con ustedes, profesores – me dice mirándome fijamente a los ojos – no es sólo dar la clase, hay más detrás de eso; según lo que he visto en los duendes profesores de la villa.
Hay husos en los que la labor es más liviana porque corresponden a países donde no se celebra la Navidad. Si bien esto es cierto, hay comunidades cuyos niños también le escriben a Papá Noel. La premisa es no dejar a ninguno sin ser atendido.
En algunos husos horarios el trabajo es menor debido a que gran parte del área es agua. Ejemplos de ellos son el UTC-10, el cual comprende el estado de Alaska de los Estados Unidos y algunas islas del Océano Pacífico. O el UTC-2 que comprende parte de Groenlandia, donde no viven muchos niños, una parte muy pequeña de Brasil y otras islas del Océano Atlántico. Pero al clan de los duendes lo caracteriza la solidaridad y el espíritu de servicio. Los duendes presidentes que terminan la entrega en su correspondiente huso, designan a sus duendes operarios para que apoyen a aquellos presidentes cuyos husos son densamente poblados, como el UTC+1 o el UTC+2. Lo cierto es que, según le entiendo a Hildur, los regalos se deben entregar en las primeras seis horas del día; es decir desde las 00:00 hasta las 06:00 de cada huso horario.
– En fin, mi estimado profesor, este año repartiremos un poco más de mil millones de regalos.
Hacemos una pausa para tomar una bebida caliente. Quiero mirar qué horas son, pero recuerdo que me obligaron a dejar mi celular en la recepción. Hildur me dice que la noche se acerca, aunque en Groenlandia no hay una clara imagen de cuándo es de día ni cuándo es de noche.
– Debes estar cansado – comenta – pero solamente nos falta la villa. La recorreremos y llegaremos al palacio de Nicolás. Por algunos días serás su huésped de honor.
Lado seis: La villa
La villa es acogedora, con cierto toque de intimidad. Está climatizada y me quito la chaqueta que me prestó Hildur. La pongo a mi lado, pues no pretendo cargarla. Allí, todo funciona como una ciudad humana. En ella conviven los tres clanes, quienes ejercen labores propias de la civilización humana tales como maestros, médicos, artistas y demás. Las luces de las calles no son blancas o amarillas, como las nuestras, sino de diferentes colores. Los cánticos navideños, que me parecen más de tipo celestial, se escuchan constantemente y los habitantes parecen tener, en su gran mayoría, un buen sentido del humor. Con Hildur hacemos el recorrido por parques, hospitales, escuelas, universidades y zonas residenciales montados en un trineo que empujan seis perros siberianos. Los trineos son el único medio de transporte en la villa. Las avenidas y edificaciones están hechas de un hielo seco que no se derrite.
Hildur me informa que ya es de noche en el mundo exterior y que es hora de ir a la morada de Papá Noel. Nos deslizamos hacia el extremo norte y diviso un palacio de cristal que sobresale de las viviendas circundantes. El hielo de sus paredes está pintado con pigmentos de colores rojos y verdes principalmente.
– Este es el palacio de Nicolás – me dice Hildur – espero que te haya agradado mi servicio de guía.
– ¿Me dejas? – le pregunto con algo de nostalgia mientras le devuelvo la chaqueta.
– Sí. Ahora quedas a cargo de los duendes reales y del propio Nicolás.
Le agradezco por todo lo que aprendí. Hildur se aleja en el trineo hacia el sur, supongo que a su casa, pues ha sido un día largo para ella.
Otro duende, que se presenta como Lunöt, me recibe en la entrada y me conduce por un largo pasillo que desemboca en una puerta alta. Luego de abrirla, veo un trono dorado al fondo del enorme salón que me recibe. ¡Finalmente lo veo! Allí está Papá Noel, sentado y con una sonrisa en el rostro. A su derecha, la señora Noel le toma su mano. Junto a la pareja, hay otros humanos que supongo son parte de la familia. Varios duendes reales hacen una calle de honor por la que camino hasta llegar al trono.
– ¡Profesor, buenas noches! – me saluda efusivo – espero que Hildur le haya dado un buen recorrido por nuestra humilde morada.
– No me puedo quejar – le contesto – A propósito, ¿cómo debo llamarlo?
– Me dicen de tantas formas que puedes usar cualquiera de esos nombres, jo, jo, jo: Santa Claus o simplemente Santa, Papá Noel, viejito pascuero...Los duendes me llaman Nicolás.
– En mi país, a usted le decimos Papá Noel – castellanizamos Noël del francés.
– ¡Ya te habrán contado que no soy muy bueno con los idiomas, jo, jo, jo!
Me da su mano, que siento tibia a pesar de estar en un lugar frío, y seguidamente me presenta a su familia. En primer lugar, a la señora Noel y luego a cada uno de sus hijos, comenzando por Drusila.
– Supongo que ya conoces la nueva dinámica en la línea de sucesión – me dice – Drusila será la primera Mamá Noel oficial de toda la historia.
– Es un placer estar aquí, nunca lo imaginé – digo.
– Eso es precisamente lo que hacemos: cumplir los buenos sueños de la humanidad, en especial los de los niños.
Pasamos al comedor y los duendes reales traen la cena. Conversamos un buen rato, escuchamos cánticos navideños y hablamos durante unas horas.
– ¿Qué tal el balance de los niños este año? – pregunto.
Papá Noel explica que hubo niños con un comportamiento sobresaliente, que es la tendencia, y otros no tanto. Sin embargo, e ignorando un poco el informe mensual que le entregan los duendes vigilantes, piensa que son niños y que están en etapa de aprendizaje, de maduración. Se conmueve, de igual manera, con otros que sufren enfermedades, guerras, violencia intrafamiliar o que están teniendo un desempeño bajo en la escuela. El informe de los duendes es importante para ayudarles a todos a mejorar, pero se deben analizar otras variables.
Suena un vals y Papá Noel me pide que baile con Drusila. Al inicio experimento dificultades porque soy algo torpe para tal arte, pero logro agarrar el ritmo relativamente rápido. Me siento como en una especie de fiesta medieval. No logro identificar de dónde sale el sonido, pues no hay orquesta ni parlantes en el salón. La canción termina y tomamos asiento nuevamente.
– Hildur me contó sobre la Legión Rojiblanca – le pregunto a Drusila.
– Sí, en el caso de mi padre, han sido dos veces en que no ha logrado cumplir con su campaña: la pandemia de gripe de 1918 y la del Covid en 2020. Los niños fueron un gran apoyo. De hecho, recuerdo a uno llamado Emilio, quien fue uno de los representantes de tu país.
El banquete termina hacia la medianoche. Me despido de todos y Lunöt me conduce hasta mi habitación. Mi maleta está en un estante al lado de mi cama. Estoy realmente agotado. Me baño, me cambio y me cepillo. La cama es de hielo. Me desanimo porque pienso en el frío y la dureza de ese colchón. Pero al acostarme, siento que tiene calefacción y que es cómodo. Duermo profundamente.
Los siguientes días en Ciudad Navidad transcurren con calma. Profundizo mis conocimientos de cada una de las secciones y comparto con los habitantes de la villa. Las tertulias con Papá Noel son memorables. El 25 de diciembre se acerca y mi emoción se incrementa porque no quiero perderme el evento.
Noche de la distribución y regreso a casa
La noche de la distribución comienza puntualmente a las 00:00 del UTC+12. Drusila, quien está a cargo de la operación en el centro del círculo, me ofrece una silla a su lado para apreciarlo todo. La sincronización con que operan es admirable. Pasada una hora, se inicia la operación en el huso UTC+11. Diecisiete horas después, es el turno del UTC-5, donde se encuentra Colombia.
– ¿Quién es el duende presidente de este huso? – pregunto.
– El que ves allá en ese escritorio – me señala Drusila – ¡pero este año mi padre ha elegido ese huso para hacer la entrega y tú irás con él!
Quedo paralizado. ¿Yo? ¿En el trineo de Papá Noel? Me cuesta creerlo.
– ¡Sí! Ve con este duende – replica Drusila – él te llevará hasta la pista desde donde despegará el trineo de mi padre. ¡Que te vaya muy bien!
– ¡Serás una excelente mamá Noel! – le digo para despedirme.
En la pista veo el trineo, los renos, con Rodolfo al mando y Papá Noel. El duende sube mi maleta al trineo y me devuelve mi celular descargado. Hildur aparece.
– Que tengas buen viaje, fue un gusto en conocerte – me dice.
– Para mí también lo fue. No imaginas cuánto.
Hildur toma algo de nieve y la pone en mi dedo anular izquierdo. Se endurece y forma un resistente anillo de cristal. Me dice que es para que nunca la olvide. Los dos nos fundimos en un abrazo que nos fertiliza.
Luego de subirme al trineo, Papá Noel agita las riendas. Los renos corren velozmente por la pista de nieve hasta lograr desprenderse del suelo. Siento que se van a estrellar contra el domo de Ciudad Navidad, pero rápidamente se abre un orificio en el que se aprecia el cielo groenlandés. Iniciamos volando en dirección al norte de Canadá. Al llegar a la ciudad de Montreal, Papá Noel me pide que entregue un regalo que tiene como destinatario un niño llamado Emmanuel. Continuamos descendiendo por la costa este de Estados Unidos, Cuba y otras islas del Caribe hasta llegar a mi querida Colombia. Papá Noel me pregunta si deseo quedarme y le digo que me gustaría hacer todo el recorrido del huso horario. Continuamos por Ecuador, Perú y parte del occidente de Brasil. Terminanos entregando regalos en parte de Bolivia, Chile y Argentina. Al regreso, me bajo en mi natal Neiva. El corazón me palpita como el motor de un tren.
– Estoy muy agradecido por todo – le digo mientras me quito el audífono y se lo devuelvo.
– Ahora ya tienes una aventura que escribir – me responde jocosamente.
Le doy un fuerte abrazo. Papá Noel se eleva en su cuerda. Lo último que veo es una tenue luz roja que se aleja en el firmamento. Toco mi bolsillo y palpo el tiquete de vuelta que había comprado. Me costó mucho dinero, pero me alegro al saber que evité tantas escalas en aeropuertos.
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