Bajo el velo de la pluma

Anoche rompí todas nuestras fotos porque descubrí que era infiel. Le pedí que fuera. Hoy, nuestro pequeño hijo me despertó. – Mira – me dijo mientras enseñaba los fragmentos pegados con cinta – ¡ya armé todos los rompecabezas que dejaste en el suelo!

Me pierdo en él cada vez que lo veo a través de la ventana. Tiene la rigidez del diamante y la redondez de una esfera tallada con el más extremo cuidado. Siento, con placer angustiante, compasión por el jean que hace un heroico esfuerzo para cubrir toda su área. Su sombra eclipsa la tierra y confunde con el arribo de la noche en medio del día a los que no tienen conciencia. Luego, cansada quizás, lo desciende lentamente sobre la banca grisácea o el sillón de su moto y, cuando se levanta, contemplo florecidas las que antes eran superficies inertes.

Le bastó con ganar la medalla. La luz, que anteriormente lo atravesaba, comenzó a rebotarle en el cuerpo.

– Te amo – le dijo Pinocho a su novia mientras le crecía la nariz en su entrepierna.