El arribo de la caravana aquella noche del 31 de octubre fue intenso. Los disfrazados que degustaban con amigos y familiares en los comercios nocturnos corrían y gritaban desesperados. Unos rogaban; otros sufrieron heridas, producto de los enfrentamientos. Todo fue en vano; terminaron llevándose a muchas. Luego de su paso, el ambiente se inundó con un llanto generalizado. Lo último que le escucharon a los verdugos antes de perderse en la oscuridad era que ya no cabían más motos en las grúas.
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