Desierto


El poema era sobre una bicicleta. La poetisa lo declamó con un sentir sublime, haciendo suyos todos los versos. Al terminar derramó algunas lágrimas y no conseguí leer la naturaleza de su llanto. La ovacioné con fervor, pero, para mí sorpresa, a mi alrededor escuché unos pocos aplausos. Pensé que su interpretación no había sido del agrado de la audiencia. Giré mi cabeza y miré hacia atrás como buscando una explicación. Todo tenía sentido. La artista le había leído a un centenar de sillas vacías.

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