Segundo lugar, categoría docentes, VIII Concurso de Cuento Navideño - Centro Comercial Unicentro y Diario La Nación
Mucho antes de la invención del plástico, la costumbre en los hogares del pueblo era celebrar la navidad con pinos naturales. Luego de talados y llevados a las salas, los decoraban copiosamente con velas y manzanas. El árbol se convertía en un imán que reunía a las familias.
Sin embargo, la deforestación y el lento resurgimiento de nuevos pinos hizo que el bosque fuera perdiendo su extensión. Los pretéritos territorios vegetales fueron transformándose en vastos desiertos y, al cabo del tiempo, ninguno volvió a germinar. Para el asombro de todos, solamente quedó uno. Era pequeño, débil y lucía perdido en medio del suelo inerte. El fuerte viento lo doblegaba, parecía tumbarlo.
Preocupado por la situación, el alcalde, un hombre sensato e ilustrado, habló a sus moradores:
—Hemos agraviado a la tierra con nuestros excesos y ella, en respuesta, nos ha restringido de sus bienes. Pero, por su infinita generosidad, nos ha dejado este débil árbol. Lo cuidaremos con la esperanza de un futuro renacimiento.
La mayoría de concejales aprobaron el discurso y decretaron medidas para protegerlo. Cercaron la zona, restringieron el acceso y contrataron a cuatro guardabosques que lo vigilaban día y noche.
Algunos intentaron cortarlo, creyendo que podrían venderlo por una fortuna. Pero los guardabosques, fieles a su misión, frustraron cada intento.
Mientras tanto, unos sembraban semillas y regaban el terreno con la esperanza de recuperar el bosque; otros maldecían su suerte. La naturaleza parecía no olvidar la ofensa y su decisión de no parir más pinos continuó. Su indignación fue tal que hizo vivir condiciones extremas a los pobladores. Los veranos eran sofocantes; los inviernos, frígidos y las lluvias abundantes inundaban las viviendas.
Siete años después, el clima comenzó a suavizarse, como si concediera una tregua. Fue entonces cuando los guardabosques lo notaron: pequeños brotes de pinos surgieron alrededor del árbol solitario. La noticia se difundió rápidamente, y las autoridades decidieron reforzar las medidas de protección. El bosque comenzó a renacer, y el pino que una vez parecía frágil creció robusto y se impuso ante los demás.
Aunque hubo un cambio en el actuar colectivo, algunos continuaban advocando la tradición de la tala. No fue una tarea fácil convencerlos sobre la importancia de la preservación.
Desde entonces, y a pesar de la oposición minoritaria, la navidad no se celebra en las casas. La gente se desplaza al bosque y decora los pinos allí presentes con nuevos elementos como bolas, guirnaldas y luces. El 25 de diciembre se celebran dos nacimientos: el de Jesús y el de los pinos. Bajo el otrora pequeño árbol, los moradores elaboran el pesebre. Allí, oran, comen y bailan todo el día. Los pinos ya no mueren desangrados en las casas. Ahora yerguen alegres, besando la tierra hasta el fin de su tiempo.
La mayoría de concejales aprobaron el discurso y decretaron medidas para protegerlo. Cercaron la zona, restringieron el acceso y contrataron a cuatro guardabosques que lo vigilaban día y noche.
Algunos intentaron cortarlo, creyendo que podrían venderlo por una fortuna. Pero los guardabosques, fieles a su misión, frustraron cada intento.
Mientras tanto, unos sembraban semillas y regaban el terreno con la esperanza de recuperar el bosque; otros maldecían su suerte. La naturaleza parecía no olvidar la ofensa y su decisión de no parir más pinos continuó. Su indignación fue tal que hizo vivir condiciones extremas a los pobladores. Los veranos eran sofocantes; los inviernos, frígidos y las lluvias abundantes inundaban las viviendas.
Siete años después, el clima comenzó a suavizarse, como si concediera una tregua. Fue entonces cuando los guardabosques lo notaron: pequeños brotes de pinos surgieron alrededor del árbol solitario. La noticia se difundió rápidamente, y las autoridades decidieron reforzar las medidas de protección. El bosque comenzó a renacer, y el pino que una vez parecía frágil creció robusto y se impuso ante los demás.
Aunque hubo un cambio en el actuar colectivo, algunos continuaban advocando la tradición de la tala. No fue una tarea fácil convencerlos sobre la importancia de la preservación.
Desde entonces, y a pesar de la oposición minoritaria, la navidad no se celebra en las casas. La gente se desplaza al bosque y decora los pinos allí presentes con nuevos elementos como bolas, guirnaldas y luces. El 25 de diciembre se celebran dos nacimientos: el de Jesús y el de los pinos. Bajo el otrora pequeño árbol, los moradores elaboran el pesebre. Allí, oran, comen y bailan todo el día. Los pinos ya no mueren desangrados en las casas. Ahora yerguen alegres, besando la tierra hasta el fin de su tiempo.
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