Griselda Aroca Oviedo


15 de julio de 1946 – 13 de febrero de 2025

Hablar de la vida de mi tía Griselda Aroca Oviedo es hacer una oda a la sencillez, al amor familiar y al espíritu de servicio. La doblemente colombiana era la mayor de los hermanos Aroca Oviedo. Durante los 78 años que vivió, engalanó su existencia y, desde el punto de vista cristiano, aseguró su santificación mediante la vocación a las obras cotidianas. Tuvo un amor desbordante por mi mamá, por mis hermanos Yenny y Jhon, y por mí; a quienes cuidó y educó desde pequeños con el ánimo de alivianar las cargas cuando se mudaron desde el pueblo norteño del Huila hasta Neiva. Nosotros representamos su propia descendencia y, siguiendo ese precepto, nos trató como si fuésemos sus propios hijos. A su vez, nosotros gozamos, durante más de cuatro décadas, del privilegio de tener dos madres.

Durante su vida laboral, cuya duración fue corta, mi tía se desempeñó en algunos empleos relacionados con el servicio al cliente. Navegó en el océano del amor durante su mocedad, pero, luego del fracaso en su matrimonio, convivió con mi mamá nuevamente. Desde entonces, por lo menos hasta donde yo sé, decidió no volver a inclinar su corazón hacia ningún hombre.

Mi tía vivió con su hermana Elcira durante algunos años en la ciudad de Cali. Allí se convirtió en apoyo fundamental en el taller de relojes empresariales que ella administraba. Sin embargo, el afecto que tenía por mi mamá y nosotros era más fuerte e hicieron que retornara a la capital del río Magdalena. Desde entonces, no se separó de nosotros y compartió, hasta el final de su tiempo, momentos agradables en familia. Fue una mujer muy casera, poco o nada salía de la casa.

Y es que su disposición al servicio del hogar era de admirar. Se compadecía de mi madre y la ayudaba de todas las formas posibles: cuidando de nosotros, barriendo, trapeando, lavando ropa, apoyando en la cocina, entre otros oficios.

Tenía un gusto excesivo por los dulces y por todas “las cosas sabrositas”, como solía referirse a sus comidas favoritas. Adoraba la pizza hawaiana y los duraznos en almíbar. Podía estar enferma, pero siempre tuvo un buen comer y las horas del desayuno, almuerzo y cena eran sagradas y las consumía con una puntualidad religiosa. Era exigente con la calidad de las comidas. Sumado a eso, gozaba de una condición que muchos envidian: su constitución le permitía comer y no engordar. Tanto así que mi madre la llamaba “mi flaca”.

El Alzheimer hizo presencia en el ocaso de su vida y fue apagándola poco a poco. Inicialmente olvidaba asuntos triviales, los cuales nos hacía pensar que eran asuntos comunes y no preocupantes. Sin embargo, su enfermedad fue ganando protagonismo y los episodios fueron haciéndose más evidentes. Dicha condición se agravó luego de la caída que le fracturó el fémur derecho. Desde entonces, fue perdiendo sus funciones motrices y quedó reducida a una cama. Mis hermanos y yo, quienes teníamos una gran deuda con ella, retribuímos, cada uno a su manera, con los cuidados que ella requería. Era nuestro turno. Sin embargo, sería mi madre la heroína de su vida debido a la paciencia y la entrega absoluta con la que la cuidó hasta su último suspiro, hasta la última mirada que le dio para despedirse antes de regresar a su fuente. No hay nada ni nadie que pueda igualar al amor que mi mamá tuvo hacia mi tía. Debido a que había perdido su capacidad de hablar, mi tía se despidió de mi hermana y de mí en sueños. Esa fue la manera en que agradeció por todo lo que hicimos para preservar su existencia. Su vida terrenal cesó el 13 de febrero de 2025 y su cuerpo fue enterrado dos días después en el cementerio central de Neiva, Huila, Colombia.

Recordaremos a “Gris” como la hermana y tía buena, amorosa, servicial y amable que fue. Su sencillez, amor, entrega y compromiso serán dignos de recordación y un legado a replicar en las personas que ella influyó.

Comentarios

  1. Sintiéndolo mucho Wilsiton, esas personas tan bonitas son a las que uno más extraña. Me recordó mucho a tía de mi mamá que también fue muy especial con mi hermana y con migo

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  2. Mi más sentido pésame. Conocí a tu tía y no cabe duda de que está retratada en lo que escribes. Ella vive en la memoria y en la existencia misma de quienes la suceden.

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