Jairo entró a la sala de velación y se acercó al féretro. A su alrededor acomodó todas las notas de amor que durante años ella le había escrito. Derramó varias lágrimas sobre el cristal y luego gritó, para sorpresa de los presentes, que la amaba con vehemencia. El único corazón que temía herir yacía inmóvil en el ataúd; así que no tenía ningún sentido seguirlo ocultando. Ni siquiera al esposo de la difunta que se le acercaba furioso.
Jairo entró a la sala de velación y se acercó al féretro. A su alrededor acomodó todas las notas de amor que durante años ella le había escrito. Derramó varias lágrimas sobre el cristal y luego gritó, para sorpresa de los presentes, que la amaba con vehemencia. El único corazón que temía herir yacía inmóvil en el ataúd; así que no tenía ningún sentido seguirlo ocultando. Ni siquiera al esposo de la difunta que se le acercaba furioso.
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