Era la primera eucaristía de Luis Alberto en Mozambique. Mientras asperjaba el agua, todos los feligreses abrieron sus bocas y sacaron las lenguas.
—¿Por qué hicieron eso? —preguntó al sacristán.
—Ya se irá acostumbrando, padre —le replicó mientras guardaba los ornamentos en el armario—. Simplemente tenían sed.
—¿Por qué hicieron eso? —preguntó al sacristán.
—Ya se irá acostumbrando, padre —le replicó mientras guardaba los ornamentos en el armario—. Simplemente tenían sed.
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