Renuncia irrevocable

 

Neiva, 15 de enero de 2025

Doctora Ángela María Suárez Borja

Directora Académica

Universidad del Valle del Aura

Cordial saludo:

Espero que se encuentre muy bien. Me dirijo a usted con el ánimo de presentar formalmente mi renuncia al cargo de profesor de inglés, con efectos a partir del primero de febrero de 2025. Los motivos de esta decisión son de carácter personal, pero me gustaría exponerle algunos detalles. Escribir esta carta no fue una tarea sencilla, pero siento que en ella se reflejan los primeros pasos hacia la liberación de mi ser como hombre.

En el segundo semestre de 2021 me fue asignada la asignatura de Inglés I a mi carga académica. El grupo se caracterizó, como la mayoría que he tenido durante este tiempo de servicio, por su naturaleza heterogénea: algunos mostraron compromiso y alto nivel en el idioma, mientras que otros fueron más indiferentes y con baja motivación. En él, María del Mar Trujillo Suaza, estudiante del programa de Comercio Internacional, sobresalió por sus cualidades académicas. Sus calificaciones fueron excelentes y su participación en clase, significativa.

Adicionalmente, en aquel semestre me autorizaron dos horas semanales para sesiones de refuerzo. María del Mar las aprovechó al máximo. Inicialmente, me causó curiosidad que su presencia fuese tan constante, pues las asesorías no eran esenciales en su caso. Generalmente iba sola, dada la escasa asistencia estudiantil a estos espacios. Me solicitaba que le explicara temas que, en mi análisis como su maestro, sabía que comprendía. Sin embargo, podía percibir en su rostro, en la condición espejada de sus ojos, el gozo que le causaban las sesiones. Concluí que simplemente deseaba profundizar sus conocimientos en el idioma. Vi en ella un modelo a seguir para sus compañeros y deseé que todos ellos tuviesen dicha actitud de aprendizaje.

La constancia y soledad que nos rodeaba fueron labrando un camino hacia el plano de lo personal. Para aquel entonces, yo tenía la firme convicción de mantener distancia con mis estudiantes. Era consciente del carácter inapropiado y sensible de la relación de poder y la jerarquía implícita entre las dos partes. Tenía conocimiento de colegas que les agradaba convertirse en amigos de ellos y compartían en escenarios diferentes al del aula, pero, a mi parecer, sentía que se perdía autoridad y respeto como docente. Así, por muchos años ejercí dicho paradigma en mi vida profesional.

Por otro lado, María del Mar era una excelente aprendiz. No consideré que buscara algún tipo favorabilidad para mejorar sus calificaciones o aprobar la asignatura sin esfuerzo alguno. Esto me tranquilizó. Practicábamos la habilidad de producción oral al tiempo que ahondábamos en aspectos personales de nuestras vidas. Me contó que era soltera y yo le hablé sobre mi divorcio y mi hijo. Sin darme cuenta, de una manera cercana a lo inconsciente, con la estudiante se fue derribando el hasta entonces rígido muro de mi moralidad y visión respecto a las relaciones personales con quienes tenía la labor de enseñar.

La comida era uno de los temas más recurrentes. De allí surgieron las primeras invitaciones y posteriores encuentros fuera del salón. Visitábamos los contenedores al sur de la ciudad. Pero yo sentía un profundo temor. No quería que nadie conocido nos viera. Mejor aún, deseaba que en el mundo sólo existiésemos ella, la mesera, el chef y yo. María del Mar, por el contrario, lucía tranquila, como si hubiese tenido dichas experiencias previamente o como si el tabú no hiciera ningún efecto en ella. Percibía mi nerviosismo y me llamaba la atención porque no fijaba mi mirada en sus ojos esmeralda. Yo le replicaba que estaba escaneando el lugar. Me pedía que me tranquilizara porque, según ella, “no estábamos haciendo nada malo”. Las citas fueron convirtiéndose en una rutina que fui, aunque difícilmente, normalizando.

Sin embargo, algunos cuestionamientos seguían taladrando mi cabeza. Nuestra diferencia de edad era uno de ellos. Entre su orilla y la mía nos separaba un ancho río de veinte años. A pesar de esto, y basado en el psicoanálisis que hacía de ella, María del Mar demostraba que su edad biológica contrastaba ostensiblemente con su edad psicológica. Lo imaginé todo menos hablar de literatura, filosofía y exportaciones en nuestras citas. María del Mar hizo trizas el estereotipo de la juventud vacía. Su intelecto, madurez y pasión me deslumbraban y me hacían sentir seguro de su compañía.

Pero también pensaba en mi vida profesional. ¿Cuáles serían las implicaciones en la universidad? Puse en la balanza de mi mente los argumentos a favor y en contra: Suponía que, sin haber consultado en detalle la normatividad institucional, dichas relaciones sentimentales estaban prohibidas. Por otro lado, rememoré casos en los cuales mi dilema se veía reflejado. Pensé en Emmanuel Macron, presidente de Francia, y su historia de amor, controversial en su momento, con su maestra Brigitte. Recordé a mi exprofesora Nidia Guzmán, rectora de la Universidad Surcolombiana y su idilio con su profesor y posterior esposo Luis Humberto Alvarado. Por mi cabeza también desfiló el rey Eduardo VIII y su abdicación al trono británico. En aquellos testimonios encontré alivio. Si el amor tiene el fervor de la pureza y está amparado desde lo legal, ¿se debe prohibir? Si existe plena libertad de decisión y diferenciación entre lo académico y lo personal, ¿se justifica su cohibición? Me vi sumergido en una sensación de confusión que me condujo a cuestionar la esencia de ese sentimiento: Si amar no está prohibido, ¿por qué esas relaciones se sintieron como un crimen?

Solía encerrarme en mi habitación. Me acostaba y me extraviaba en el albor del cielorraso mientras la sabia voz del silencio me instruía. Danzaba entre una multitud de pensamientos. Analizaba todos los escenarios posibles y, para mi desgracia, en ninguno de ellos salía plenamente triunfador. El profesor que habitaba en mí quería huir. El hombre, quedarse. El primero temía por su empleo. El otro, por perder la oportunidad de un amor intenso. Todas estas reflexiones, sumadas a los momentos valiosos que acumulaba con María del Mar y mi posterior enamoramiento sapiosexual taladraron el último ladrillo que quedaba de mi muro e inclinaron la balanza hacia lo que sentía. Formalizamos nuestra relación en la navidad del 2021.

Desde entonces, y como era de esperarse, nuestro noviazgo no ha gozado de una dimensión social completa. Se ha caracterizado, mayoritariamente, por su clandestinidad. No ha sido fácil vivir esta relación desde el temor y el prejuicio. Pero sentimos que es el momento de tomar decisiones que nos liberen de las cadenas que nos atan. No queremos escondernos más. A pesar de los altibajos comunes, nuestro amorío ha sido sólido, sincero y de entrega mutua durante estos tres años. Nos sentimos limitados para expresar nuestros sentimientos plenamente. No podernos tomar de la mano al caminar por un centro comercial o besarnos tiernamente en un parque han sido algunos de los sacrificios que hemos tenido que hacer. Hemos vivido una vida oscilante entre la intensidad de lo íntimo y la apariencia de lo público. Evitamos todo tipo de muestras de cariño en el interior de nuestra casa de estudios y mantenemos, con convicción, la independencia entre lo académico y lo personal.

No obstante, el presente año hizo su arribo con la sorpresa de que María del Mar será mi estudiante de Inglés V. Por horas, evaluamos el asunto y llegamos a la conclusión de su absoluta inconveniencia. Principalmente, doctora Ángela, porque ella se encuentra en estado de embarazo y yo soy el padre de la criatura que mora en su vientre. Esto representa un reto más profundo en la dinámica de nuestra coyuntura y justifica, con mayores veras, no solamente aclarar los rumores de los que ya somos objeto sino también mi renuncia. A su vez, consideramos que con la extinción de todo vínculo académico se crea la oportunidad propicia para hacer público nuestro noviazgo. Sabemos que no será simple lidiar con las posteriores críticas y prejuicios que se avecinan. Estamos dispuestos a conllevar todo con paciencia, amor y el apoyo de nuestras familias, quienes desde hace un tiempo están enteradas.

Soy completamente consciente de mis actos. Por eso, quisiera solicitarle, respetuosamente, que mi decisión no tenga ningún tipo de consecuencias para María del Mar. Ella es muy feliz en la universidad y ha desarrollado una pasión profunda por su carrera. Durante todo este tiempo he venido poniendo en consideración si vale la pena que sea yo quien asuma las repercusiones y concluí que sí. Luego de un vasto tiempo sin inclinar mi corazón a mujer alguna, me siento bendecido con la presencia de María del Mar en mi existencia.

Agradezco por estos ochos años de servicio en esta casa de estudios que enriquecieron mi experiencia docente. Me sentí a gusto y mis alumnos, en su gran mayoría, valoraron mi trabajo. Me sustento en los comentarios de aquellos que tenían aversión al idioma y que, debido a mi intervención, lograron entenderlo y hablarlo. Me quedo con mis evaluaciones docentes, las cuales fueron satisfactorias durante el devenir de los semestres. Procuré balancear mi pensar, mi sentir y mi actuar con la comunidad educativa que tuve a cargo. Fue un privilegio ser parte de la institución. Me llevo aprendizajes valiosos y gratas experiencias.

Pido excusas por la extensión de la presente y agradezco la atención prestada.

Cordialmente,

Arturo León Castillo

Profesor de inglés

Facultad de educación

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