Motivación extrínseca


Ruto cayó exhausto en la mitad del circuito A. Lamentó que sus años de entrenamiento en Kenia no hubiesen sido suficientes. Sus piernas no respondían a las órdenes de su mente. Cuando estaba a punto de rendirse, vio a diez hombres que venían en su dirección. Le pareció extraña su vestimenta. Cubrían su sexo con pieles de animales y el barro se esparcía por sus cuerpos. En sus manos portaban lanzas y hachas de piedra. Le hablaron en una lengua que no comprendió, pero sus gestos le hicieron mirar a donde le señalaban. Oyó un bramido, grave y cercano, que le heló la sangre. Un gesto angustioso se dibujó en su rostro y un fuego antiguo le recorrió las venas. Levantándose, corrió tan rápido que cruzó la meta en un tiempo que sorprendió al público. Buscó sin éxito a los hombres entre la multitud. Al ser entrevistado, Ruto lucía confuso.

—Aún quiero hacer muchas cosas en mi vida —afirmó—. No iba a dejar que ese rinoceronte me matara.

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