Llega a casa el hombre de albo cabello, vistiendo descomunal suciedad, cerco en mis brazos de felicidad, a mi buen padre en singular destello. Miro furtivo sus manos mugrientas, quienes me han brindado excelsa heredad: salud presente de vitalidad, educación sublime en las tormentas. Te observo y bien admirado demando: ¿Por qué es tan perenne el amor a tu hijo, que en gran responsabilidad deriva? Nunca pareces estar acabando tu vigor paternal, tu regocijo, ¡Ni tu misión de amar con desmedida!
Blog de historias cortas y poemas