Al despertar estaba rodeado de una oscuridad agobiante, como si estuviese inmerso en el Pozo y el Péndulo de Edgar Allan Poe. En mi interior sollozaba de desesperación por la soledad y la incertidumbre. No sabía realmente dónde me hallaba y la sombra se hacía perenne. Mis inquietos ojos exploraban mi alrededor sin encontrar más novedad que a mi propio cuerpo, el cual, extrañamente, podía ver con absoluta claridad, como si dentro de mí habitara una fulgurante estrella. Pasados unos minutos vi en el horizonte una linterna que emitía constante y resplandeciente luminiscencia blanca. Así, éramos dos los objetos centelleantes, identificando que aquello emanaba más energía. Seguidamente, y al notar su cercanía, percibí al destello configurarse en una silueta humanoide. Calzaba sandalias clásicas marrones, la tez de su piel tenía cierta similitud al color de la arena en la playa en Puerto Colombia y vestía una túnica alba, como si reuniera magistralmente todos los colores del espectro.
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