Crédito imagen Nunca me dijeron cómo hacerlo ni cómo llegar a él. No lo leí en las abultadas enciclopedias que coleccionaba mi padre. No lo vi en videos, que para la época eran escasos. No lo mencionaron mis pocos amigos de infancia. El asunto simplemente no hacía parte de nuestras charlas. Hablábamos de trompos, canicas, Súper Campeones, Caballeros del Zodiaco, video juegos y del muñeco de año viejo. Pero no de eso. Lo descubrí de manera mágica, bella, sublime. He amado el agua desde el génesis de mi existencia. Cuando llovía, quería correr por la sexta mientras las gotas se estrellaban en mi rostro, como meteoritos en la superficie lunar. Esto originó mi amor por la alberca de la casa de mis padres, primer escenario de mi hallazgo. Adoraba estar allí, a pesar de los regaños de mamá, justificados en mi paupérrima condición asmática. Fue mi piscina inicial, aprendí a nadar en ella. Era enorme y profunda. Tanto que podía sumergirme y mover libremente mi cuerpo. En una de aquellas aven
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